Выбрать главу

Después de esposarme, Umar cogió las esposas con el gancho y tiró de la cuerda hasta que me quedé de pie, tambaleante. Luego lanzó la cuerda por encima de una barra empotrada en la pared sobre mi cabeza. Veía lo que iba a hacer.

Yallah —grité.

Tiró de la cuerda hasta que me sostenía de puntillas con las manos atadas a la espalda. Luego tiró un poco más hasta que mis pies ya no tocaban el suelo. Yo colgaba de la cuerda y todo el peso de mi cuerpo descansaba en mis brazos.

El dolor era tan intenso que sólo podía respirar a pequeñas bocanadas. Intenté acabar con el terrible dolor. Primero pedí clemencia, luego la muerte.

—Ahora ponle el moddy —dijo Abu Adil.

Su voz parecía proceder de otro mundo, de la cumbre de una montaña o de allende el océano.

—Me refugio en el Señor del Alba —murmuré.

Repetía la frase como un hechizo mágico.

Umar se levantó de la silla con el moddy gris en su mano, el del Síndrome D que le había regalado. Lo conectó a mi enchufe posterior.

Colgaba del techo, pero no recordaba por qué. Sufría terriblemente.

—¡En el nombre de Alá, ayudadme! —gritó.

Se percató de que gritar sólo empeoraba su dolor. ¿Por qué estaba allí? No lo recordaba. ¿Quién le había hecho eso?

No podía recordarlo. No recordaba nada.

Pasó el tiempo, debió de permanecer inconsciente. Tenía la misma sensación que cuando te despiertas de un sueño especialmente realista, cuando el mundo de la vigilia y el del sueño se superponen por un instante, cuando aspectos de uno distorsionan las imágenes del otro y debes esforzarte por decidir cuál tendrá preferencia.

¿Cómo se explicaba estar allí sólo y atado de esa manera? No temía el dolor, temía no ser capaz de comprender su situación. Por encima de su cabeza oía el rumor de un ventilador y en el aire percibía un sutil aroma. Su cuerpo osciló en la cuerda y sintió otro latigazo de dolor. Estaba más preocupado por el hecho de estar inmerso en un terrible drama y no tener ni idea de su significado.

—Alabado sea Alá, Señor de los Mundos —susurró—, el clemente, el misericordioso. Suyo es el día del juicio final. Sólo a ti te adoramos. Sólo a ti te pedimos ayuda.

Pasó el tiempo. El sufrimiento aumentó. Al final, ni siquiera se acordaba de temblar ni de sufrir. Sus embotados sentidos transmitían suspiros y sonidos a su mente aletargada. No podía discernir su situación ni reaccionar, pero no estaba del todo muerto. Alguien le habló, pero él no le respondió.

—¿Cómo estás?

Os lo diré, fue horrible. De repente, recuperé la consciencia. Bruscamente, cada porción del dolor que había sufrido retornó en venganza. Debí de gritar, porque él dijo:

—Está bien, ya pasó.

Lo busqué con la mirada. Era Saied.

—Hey —dije.

Fue todo lo que pude articular.

—Está bien —volvió a decirme.

No sabía si creerle. Parecía algo preocupado.

Estaba tumbado en un callejón en medio de un solar abandonado y ruinoso. No sabía cómo había llegado hasta allí. En ese momento no me importaba.

—¿Esto es tuyo? —dijo.

Sostenía un puñado de daddies y tres moddies.

Uno de ellos era Rex, y otro era el moddy del síndrome D. Casi me echo a llorar cuando reconocí el daddy bloqueador del dolor.

—Dámelo —pedí.

Me lo conecté con manos temblorosas. Casi al instante me sentí bien, aunque sabía que tenía terribles heridas y al menos una clavícula rota. El daddy actuaba más rápido que una tonelada de soneína.

—Tienes que decirme qué estas haciendo aquí —dije.

Me senté, inundado por una sensación de salud y bienestar.

—Fui a buscarte. Quería asegurarme de que no te metías en líos. El guardia de la puerta me conoce y también Kamal, Entré en la casa y vi lo que te estaban haciendo, luego esperé hasta que te dejaron. Debieron de pensar que te habías muerto, o no les importaba si te recuperabas o no. Cogí el hardware y los seguí. Te tiraron a este apestoso callejón y me escondí en la esquina hasta que se largaron.

Le puse la mano en el hombro.

—Gracias —dije.

—Hey —dijo Medio Hajj con una sonrisa torcida—, no tienes por qué agradecérmelo. Somos hermanos musulmanes y todo eso.

No deseaba discutir con él. Recogí el tercer moddy que había encontrado.

—¿Qué es esto? —le pregunté.

—¿No lo sabes? ¿No es uno de los tuyos?

Sacudí la cabeza. Saied me cogió el moddy y se lo conectó. Al cabo de un instante cambió de expresión. Parecía atónito.

—¡Que las pelotas de mi padre se quemen en el infierno! —dijo—. Es el moddy de Abu Adil.

17

Medio Hajj insistió en acompañarme al edificio donde se escondía Paul Jawarski.

—Estás hecho un desastre —me dijo, sacudiendo la cabeza—. Si te quitas ese daddy te darás cuenta del estado en que te encuentras. Deberías ir al hospital.

—Acabo de salir del hospital.

—Bueno, no vas a aguantar. Tienes que volver allí.

—De acuerdo, iré en cuanto le arregle las cuentas a Jawarski. Mientras tanto seguiré con el daddy y es probable que necesite a Rex.

Saied me miró de reojo.

—Necesitarás mucho más que a Rex. Necesitas a media docena de tus colegas policías.

Me reí amargamente.

—No creo que aparezcan. No creo que Hajjar los mandase.

Caminábamos despacio hacia la principal avenida de Hâmidiyya.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Saied—. ¿Crees que Hajjar quiere capturar él mismo a Jawarski? ¿Ganarse un ascenso o una medalla?

Doblamos por un callejón exiguo y lleno de basura y nos encontramos en la parte trasera del edificio que andábamos buscando.

—Shaknahyi tenía la idea de que alguien lo financiaba —le dije—. Tal vez pensaba que estaba trabajando para Hajjar.

Me encogí de hombros. Sin el bloqueante del dolor habría sido angustiosamente doloroso.

—Todo el mundo que conocemos está pluriempleado. ¿Por qué Jawarski iba a ser diferente?

—Supongo que no hay ningún motivo —dijo Medio Hajj—. ¿Quieres que entre contigo?

—No, gracias, Saied. Prefiero que te quedes aquí y cubras la entrada trasera. Voy a subir y hablar con Morgan. Quiero estar solo con Jawarski. Enviaré a Morgan a vigilar la entrada principal.

Saied parecía preocupado.

—No creo que sea una medida inteligente, magrebí. Jawarski es un tipo astuto y no le importa cargarse a la gente. No estás en condiciones de luchar con él.

—No tendré que hacerlo.

Me conecté a Rex y me saqué la pistola estática del bolsillo.

—Bueno, ¿qué vas a hacer? Si Hajjar se limita a dejar a Jawarski en libertad…

—Iré por la cabeza de Hajjar —dije. Estaba resuelto a que Jawarski no escapara de la justicia—. Llamaré al capitán, al superintendente de policía y a los medios de comunicación. No pueden estar todos comprados.

—No veo por qué no —dijo Medio Hajj—. Pero probablemente tengas razón. Recuerda, estaré aquí abajo si necesitas ayuda. Esta vez Jawarski no escapará.

Le sonreí.

—Puedes apostar el culo a que no.

Entré en el edificio. Era un portal frío y oscuro que conducía a una escalera. Olía a ese olor húmedo y rancio de los edificios abandonados. Mis pies esparcieron restos de ruinas mientras subía al tercer piso.