—Ellas tienen más práctica —dijo Yasmin—. Yo soy una principiante en esto, no estoy muy segura de lo que hago.
—Sabes muy bien lo que haces —le dije.
Su masaje se desplazaba despacio hacia el sur. Me estaba despertando deprisa.
—Ahora se supone que no puedes realizar ningún esfuerzo, déjame hacer a mí todo el trabajo.
—De acuerdo.
La miré y recordé lo mucho que la amaba. También recordé que en la cama me volvía loco. Antes de que me hiciera perder el sentido por completo dije:
—¿Y si entra Kmuzu?
—Ha ido a la iglesia. Además —dijo con malicia—, tarde o temprano los cristianos deben aprender algo sobre el sexo. Si no, ¿de dónde saldrían los nuevos cristianos?
—Los misioneros los convierten entre la gente que se dedica a sus propios asuntos.
Pero Yasmin no pretendía entablar una discusión religiosa. Se levantó un poco y se internó en mí. Soltó un suspiro de felicidad.
—Hacía mucho tiempo —dijo.
—Sí.
Eso fue todo lo que pude responder, mi concentración estaba en otra parte.
—Cuando me vuelva a crecer el pelo, seré capaz de acariciarte con él como antes.
—Sabes —dije, empezando a respirar pesadamente—, siempre he tenido esa fantasía…
Yasmin puso unos ojos como platos.
—¡No, con mi pelo no!
Bueno, todos tenemos nuestras inhibiciones. Jamás pensé que llegaría a insinuar algo lo bastante fuerte como para escandalizar a Yasmin.
No me jactaré de que follamos toda la mañana hasta que oímos a Kmuzu entrar en la sala de estar. En primer lugar, no me había tirado a nadie desde hacía semanas, en segundo lugar, estar otra vez juntos nos excitaba sobremanera. Fue un polvo rápido pero muy intenso. Poco después, nos quedamos abrazados sin decir nada durante un rato. Hubiera podido quedarme dormido, pero a Yasmin no le habría gustado.
—¿Has deseado alguna vez que yo fuera una rubia alta y esbelta?
—Nunca me he llevado demasiado bien con las mujeres de verdad.
—Te gusta Indihar, ya lo sé. He visto cómo la miras.
—Estás loca. Simplemente no es tan mala como las otras chicas.
Sentí como Yasmin se encogía de hombros.
—Pero siempre quisiste que fuera alta y rubia.
—Pudiste serlo de haber querido. Pudiste pedírselo a los cirujanos cuando eras hombre.
Escondió la cara en mi cuello.
—Me dijeron que no tenía el esqueleto —dijo con voz amortiguada.
—Creo que eres perfecta así. —Esperé un poco—. Si no fuera porque tienes los pies más grandes que he visto en mi vida.
Yasmin se incorporó en seguida. No le hizo gracia.
—¿Quieres que te rompa la otra clavícula, baheem? Me costó media hora y una larga ducha caliente en común restaurar la paz. Me vestí y esperé que Yasmin estuviera lista para marcharnos. Por una vez en la vida, llegaría puntual. Esa tarde no tenía que ir a trabajar hasta las ocho.
—¿Pasarás por el club luego? —me preguntó, mirándome desde el espejo de mi cómoda.
—Claro. Tengo que hacer notar mi presencia, si no vosotras, las empleadas, pensaréis que estoy dirigiendo un lugar de recreo.
Yasmin sonrió.
—Tú no diriges nada, cariño —dijo—. Chiri dirige ese club, como siempre lo ha hecho.
—Lo sé.
Había llegado a gustarme ser el dueño del local. En un principio pensaba devolverle el club a Chiri lo antes posible, pero ahora había decidido retrasarlo un poco. Me hacía sentir importante recibir un trato especial por parte de Brandi, Kandy, Pualani y las demás. Me gustaba ser el jefe.
Cuando Yasmin se marchó, fui a sentarme a mi escritorio. Estaban restaurando y pintando mis habitaciones, y volvía a vivir en el segundo piso del ala oeste. Justo debajo de la sala donde mi madre había estado tan exasperante, aunque sólo unos pocos días, después de nuestra reconciliación sorpresa. Me sentía lo bastante recuperado como para atender los asuntos inconclusos de Umm Saad y Abu Adil.
Cuando por fin decidí que no lo podía relegar más, cogí el moddy de color tostado, la grabación de Abu Adil.
—Basmala —murmuré, y me lo conecté vacilante.
¡Qué locura, por la vida del profeta!
Audran se sintió como si asomara por un angosto túnel y viese el mundo a través de la perspectiva ególatra de Abu Adil. Las cosas sólo eran buenas o malas para Abu Adil, si no eran nada de eso, no existían.
La siguiente sensación de Audran fue descubrir que estaba sexualmente excitado. Por supuesto, el único placer sexual de Abu Adil procedía de joderse a sí mismo o a un doble de sí mismo. Eso era Umar…, un soporte en el que colgar su duplicado electrónico. Pero Umar era demasiado estúpido para darse cuenta de que no era más que eso, de que no poseía ninguna otra cualificación que le hiciera valioso. Cuando estorbara a Abu Adil o se hartara de él, Umar sería sustituido inmediatamente, como tantos otros a lo largo de los años.
¿Y el archivo Fénix? ¿Qué significaban las letras A.L.M.?
Por supuesto el recuerdo estaba ahí… Alif, lam, mim.
No eran iniciales. No se trataba de unas siglas desconocidas. Procedían del Corán. Muchas de las azoras del Corán empiezan con letras del alfabeto. Nadie sabe lo que significan. Quizá indicaciones de una frase mística o las iniciales de un escriba. El significado se ha perdido en el curso de los siglos.
Más de una azora empieza con alif, lam, mim, pero Audran supo inmediatamente de cuál se trataba. Era la azora treinta, llamada Los Bizantinos; la aleya importante dice: «Dios es quien os ha creado. Luego os ha dado sustento. Luego os hará morir y después os resucitará». Era obvio que, al igual que Friedlander Bey, el caía Reda también se imaginaba a sí mismo cuando hablaba de Dios.
Y, de repente, Audran supo que el archivo Fénix, con su lista de gente que no sospechaba que podía ser asesinada para extraer sus órganos, estaba grabada en una placa de memoria de aleación de cobalto escondida en el dormitorio privado de Abu Adil.
También otras cosas se aclararon para Audran. Cuando pensó en Umm Saad, la memoria de Abu Adil le comunicó que en realidad no tenía ningún parentesco con Friedlander Bey, pero había accedido a espiarle. Como recompensa habían corrido su nombre y el de su hijo en el archivo Fénix. Ya no tendría que preocuparse porque algún día alguien, a quien ella ni siquiera conociese, necesitara urgentemente su corazón, su hígado o sus pulmones.
Audran se enteró de que Umm Saad contrató a Paul Jawarski y Abu Adil había concedido su protección al asesino americano. Umm Saad había traído a Jawarski a la ciudad y transmitido las órdenes del caíd Reda de matar a ciertas personas de la lista del archivo Fénix. Umm Saad era en parte responsable de esas muertes, del incendio y del envenenamiento de Friedlander Bey.
Audran estaba asqueado y la horrible sensación de locura amenazaba con superarle. Cogió el moddy y se lo desconectó.
Epa. Era la primera vez que utilizaba un moddy que fuera una grabación de una persona viva. Había sido una experiencia repulsiva. Como meterse en el fango, con la diferencia de que el fango se puede lavar; la contaminación de la mente era más íntima y más terrible. A partir de ahora —me prometí a mí mismo— sólo me enchufaría personajes de ficción y moddies fabricados.
La mente de Abu Adil estaba aún más enferma de lo que imaginaba. Sin embargo, había aprendido unas cuantas cosas…, o al menos había confirmado mis sospechas. Sorprendentemente entendía los motivos de Umm Saad. De haber conocido la existencia del archivo Fénix, también yo habría hecho lo posible por borrar mi nombre de la lista.