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Me alivió saber que al menos una cosa era cierta.

—Perdóname, querido —murmuró Papa—. No deseaba revelarte lo del archivo Fénix y que eso pusiera más difíciles las cosas entre tú, Umm Saad y Abu Adil.

Le cogí la mano, estaba temblando.

—No te preocupes, oh caíd. Ya casi ha concluido todo.

—Señor Audran. —Noté la gran mano del doctor Yeniknani sobre mi hombro—. Vamos a bajar a su patrón al quirófano.

—¿Qué es lo que va mal? ¿Qué van a hacer?

Era obvio que no había tiempo para largas explicaciones.

—Tenía razón sobre los dátiles envenenados. Alguien ha estado envenenándole desde hace algún tiempo. Su médula, la parte del cerebro que controla la respiración, los latidos del corazón y la consciencia, ha sufrido serios daños. Si no actuamos de inmediato, se sumirá en un coma irreversible.

Sentí la boca seca y el corazón a cien.

—¿Qué le van a hacer?

El doctor Yeniknani se miró las manos.

—El doctor Lisan cree que la única esperanza es un trasplante parcial de médula. Estamos esperando el historial médico de un donante compatible.

—¿Y lo han encontrado hoy?

Me pregunté a quién de ese maldito archivo Fénix sacrificarían para ello.

—No le prometo éxito, señor Audran. Esta operación sólo se ha intentado tres o cuatro veces antes y nunca en esta parte del mundo. Pero usted sabe que si algún cirujano puede ofrecerle alguna esperanza, ése es el doctor Lisan. Y por supuesto, yo le ayudaré. Su patrón tendrá a su favor toda la experiencia y todas las plegarias de sus fieles amigos.

Asentí impávido. Vi como dos enfermeros levantaban a Friedlander Bey de su cama de hospital y lo depositaban en una camilla con ruedas. Le cogí la mano una vez más.

—Dos cosas —dijo con un ronco suspiro—. Traslada a la viuda del policía a nuestra casa. Cuando pasen cuatro meses del luto, debes casarte con ella.

—¡Casarme con ella!

Estaba tan sorprendido que olvidé el respeto debido.

—Y cuando me recupere de esta enfermedad… —Bostezó, casi sin poder mantener los ojos abiertos debido a la medicación que los enfermeros le habían administrado. Agaché la cabeza para oír sus palabras—. Cuando me reponga, iremos a la Meca.

Eso no era lo que yo esperaba. Supongo que gruñí:

—La Meca.

—El peregrinaje. —Abrió los ojos. Parecía asustado, no de la operación sino del incumplimiento de su obligación con Alá—. Ya va siendo hora —dijo, y se lo llevaron.

20

Decidí que, antes de enfrentarme con Abu Adil, lo más prudente sería esperar a que me quitaran el vendaje del brazo. Después de todo, el gran Saladino no reconquistó Jerusalén y expulsó a los cruzados entablando la batalla sólo con la mitad de su ejército. No es que pensase emprenderla a puñetazos con el caíd Reda ni con Umar, pero los recientes mamporros y moretones me habían enseñado un poco de prudencia.

Las cosas se habían calmado bastante. Durante un tiempo, nos preocupamos y rezamos a Alá por la recuperación de Friedlander Bey. Sobrevivió a la operación y el doctor Lisan la declaró un éxito. Pero Papa dormía la mayor parte del tiempo, un día tras otro. A veces se despertaba y nos hablaba, aunque estaba terriblemente confuso sobre quiénes éramos y en que siglo vivíamos.

Sin Umm Saad ni su hijo, la atmósfera de la casa era más grata. Yo me ocupé de los negocios de Papa, actuando en su nombre para dirimir disputas entre los proveedores de los impíos de la ciudad. Hice saber a Mahmoud que como delegado de Friedlander Bey sería severo pero honrado, y él pareció aceptarlo. Al menos, olvidó su resentimiento. Aunque bien podía hacer comedia. Con Mahmoud nunca se sabe.

También intenté manejar una importante crisis extranjera, cuando el nuevo tirano de Eritrea acudió a mí insistiendo en saber qué pasaba en su propio país. Me ocupé de esa mierda, gracias al impecable archivo de Papa y a que Tariq y Youssef sabían dónde estaba todo.

Mi madre continuó alternando entre la madurez recatada y la locura impúdica. A veces, cuando hablábamos nos arrepentíamos del modo en que nos habíamos herido mutuamente en el pasado. Otras veces nos habría gustado degollarnos. Kmuzu me dijo que era una relación corriente entre padres e hijos, sobre todo ya que ambos habíamos llegado a una cierta edad. Lo acepté y dejé de preocuparme por ello.

El local de Chiriga seguía produciendo dinero a espuertas, y tanto Chiri como yo estábamos satisfechos, aunque creo que ella habría estado más satisfecha si le hubiera devuelto el club, pero a mí me gustaba muchísimo. Decidí posponerlo un poco más, lo mismo que con Kmuzu.

Cuando el muecín llamaba a la oración yo respondía la mayoría de las veces y acudía a la mezquita cada viernes o cada dos. Empezaba a ser conocido como un hombre generoso, no sólo en el Budayén sino en toda la ciudad. Allí donde iba, la gente me llamaba caíd Marîd al Amín. No abandoné las drogas por completo, porque aún estaba herido y no veía por qué debía sufrir un tormento innecesario.

El mes después de abandonar la policía transcurría plácida y sosegadamente, hasta que un martes, justo antes de comer, cuando respondí al teléfono, se acabó la tranquilidad.

Marhaba —dije.

—Alabado sea Dios. Soy Umar Abdul-Qawy.

Me quedé mudo unos segundos.

—¿Qué cono quieres?

—Mi amo se interesa por la salud de Friedlander Bey. Llamo para preguntar por su salud.

Empezaba a estar un poco quemado. Verdaderamente no sabía qué decirle a Umar.

—Se encuentra bien. Está descansando.

—¿Entonces es capaz de hacerse cargo de sus obligaciones?

En su voz percibía una superioridad que odiaba.

—He dicho que se encuentra bien. Ahora, si me disculpas, tengo un montón de trabajo.

—Sólo un segundo, señor Audran. —Su voz se tornó absolutamente ceremoniosa—. Creemos que tienes algo que pertenece al caíd Reda.

Sabía de qué estaba hablando y eso me hizo sonreír. Prefería ser el extorsionador que el extorsionado.

—No sé de qué me hablas, Himmar.

No sé, algo me hizo decir eso. Sabía que le tocaría las narices.

—El moddy —dijo—. El maldito moddy.

Me detuve a saborear lo que su voz expresaba.

—Lo hiciste todo mal. Por lo que yo recuerdo, tú tienes el maldito moddy. ¿Recuerdas, Himmar? Me esposaste las manos a la espalda y me golpeaste con saña y luego me conectaste a esa terminal de moddy y leíste mi cerebro. Qué, tíos, ¿ya lo habéis hecho con él? —Hubo un silencio. Creo que Umar no esperaba que le recordase ese moddy. Él no deseaba hablar de eso. No me importaba, yo tenía la palabra—. ¿Qué tal funciona, hijo de puta? ¿Te pones mi cerebro mientras ese pervertido bastardo te da por el culo? ¿O es al revés? ¿Qué tal funciono, Umar? ¿Puedo competir con Dulce Pilar?

Oí como intentaba controlarse.

—Quizá podamos llegar a un acuerdo —dijo por fin—. El caíd Reda desea compensarte sinceramente. Quiere que le devuelvas su módulo de personalidad. Estoy seguro de que te devolverá la grabación que hizo de ti más una considerable suma en metálico.

—En metálico —dije—. ¿Cuánto?

—No puedo decirlo con exactitud, pero estoy seguro de que el caíd Reda será muy generoso. Se ha dado cuenta de que te causó cierto pesar.

—Sí. Pero el negocio es el negocio y la marcha es la marcha. ¿Cuánto?

—Diez mil kiams.

Sabía que si me negaba aumentaría la cifra, pero no me interesaba su dinero.

—¿Diez mil? —dije simulando estar impresionado.

—Sí. —La voz de Umar recuperó la superioridad. Pagaría por ello—. ¿Nos vemos aquí dentro de una hora? El caíd Reda me comunica que te diga que estamos preparando una comida especial en tu honor. Espero que olvides nuestras pasadas diferencias, caíd Marîd. Ahora el caíd Reda y Friedlander Bey deben estar unidos. Nosotros debemos ser buenos compañeros. ¿No crees?