Me sorprendió comprobar que era Indihar.
—¿Sí? ¿Cómo has sobornado a Kmuzu?
—Le dije que borraría el dolor de tu mente.
—Él sabe que tomo pastillas y empleo software para eso. —Rodé sobre mi costado para verle la cara—. Indihar, ¿qué haces aquí? Dijiste que nunca te acostarías conmigo.
—Bueno, he cambiado de opinión. —No parecía muy entusiasmada—. Aquí estoy. He estado pensando en mi comportamiento después de… la muerte de Jirji.
—Que Alá lo tenga en su gloria —murmuré, rodeándola con mi brazo.
A pesar de su intento de ser valiente, podía sentir cálidas lágrimas en su rostro.
—Has hecho mucho por mí y por los niños.
Epa.
—¿Por eso estás aquí, por gratitud?
—Bueno, sí. Estoy en deuda contigo.
—Tú no me amas, ¿verdad, Indihar?
—Marîd, no me interpretes mal. Me gustas, pero…
—Pero eso es todo. Oye, no creo que estar aquí juntos sea una buena idea. Me dijiste que no te ibas a acostar conmigo y lo respeto.
—Papa quiere que nos casemos —dijo, y su voz adquirió un tono de irritación.
—Cree que es un deshonor para su casa que vivamos juntos sin estar casados. Aunque no nos acostemos juntos.
En realidad yo pensaba que el matrimonio era algo que sólo sucedía a los demás, como los accidentes de tráfico. Sin embargo, sentía la obligación de ocuparme de la viuda y los hijos de Shaknahyi, y si tenía que casarme con alguien, podía ser peor que Indihar. Pero…
—Creo que Papa lo habrá olvidado todo en cuanto salga del hospital.
—Compréndelo —dijo Indihar.
Me dio otro beso, esta vez uno casto en la mejilla, y silenciosamente salió de mi cama y volvió a su habitación.
Me sentí como un virtuoso hijo de puta. Lo dije para que se sintiera mejor, pero no confiaba en que Friedlander Bey se olvidara de su orden. Sólo podía pensar en Yasmin y si seguiría saliendo conmigo si me casaba con Indihar.
No pude volver a conciliar el sueño. No hice más que dar vueltas y más vueltas, arrugando las sábanas en un horrible revoltijo. Por fin, me levanté de la cama y fui al estudio. Me senté en el cómodo sillón de cuero y cogí el Sabio Consejero. Lo miré unos pocos segundos, preguntándome si podría aclararme los recientes acontecimientos.
—Basmala —murmuré mientras me lo conectaba.
Audran parecía estar en una ciudad desierta. Vagaba a través de exiguos y congestionados callejones… hambriento, sediento y muy cansado. Después de un instante dobló una esquina y entró en una gran plaza de mercado. Los kioscos y los tenderetes estaban desiertos, sin mercancía alguna. Sin embargo, Audran reconoció dónde se encontraba. Estaba otra vez en Argelia.
—¿Hola? —gritó.
Pero no hubo respuesta. Recordó un antiguo proverbio: «Fui a mi tierra natal y grité: “¿Dónde están los amigos de mi juventud?”. El eco me respondió: “¿Dónde están?”».
Empezó a llorar de tristeza. Entonces un hombre habló y Audran se volvió hacia él. Reconoció al Mensajero de Dios.
—Caía María —dijo el Profeta, que las bendiciones y la paz sean con él—, ¿no me consideras amigo de tu juventud?
Y Audran sonrió.
—Yaa Hazrat, ¿acaso no desea todo el mundo tu amistad? Pero mi amor por Alá colma de tal modo mi corazón que no hay espacio para amar ni odiar a nadie.
—Si eso es cierto —dijo el profeta Mahoma—, entonces bendito seas. Pero recuerda que este verso fue revelado: «Nunca entrarás por la puerta de la piedad hasta que no olvides lo que más amas». ¿Qué es lo que más amas, oh caíd?
Me desperté, pero esta vez no tenía a Jirji Shaknahyi para explicarme la visión. Me preguntaba qué respuesta daría al Profeta, ¿la comodidad, el placer, la libertad? Odiaba la idea de renunciar a algo de eso, pero podía acostumbrarme. Mi vida con Friedlander Bey difícilmente entrañaba facilidad o libertad.
Pero mi vida no tenía por qué empezar hasta mañana. Mientras tanto, me enfrentaba con el problema de pasar la noche. Fui a por mi caja de píldoras.
NOTA ACERCA DEL AUTOR
George Alee Effinger nació en Cleveland (Ohio) en 1947 y estudió en las universidades de Yale y Nueva York. Participó en el taller literario de Clarion en 1970, publicó sus primeros relatos el año siguiente y desde entonces se ha dedicado profesionalmente a la escritura. Su trabajo de mayor resonancia hasta la fecha ha sido la trilogía de temática ciberpunk que venimos presentando al lector castellano.
Ediciones Martínez Roca, S. A.
Un fuego en el sol
George Alec Effinger
Título originaclass="underline" A fire in the Sun.
Traducción de J. A. Bravo
Cubierta: Geest/Höerstad
Ilustración: Royo (Norma)
© 1989 by George Alec Effinger
© 1991, Ediciones Martínez Roca, S. A. Colección Gran Super-Ficcion.
ISBN 84-270-1529-1
Depósito legal B. 17.757-1991
Edición digital de Elfowar. Revisado por Umbriel. Octubre de 2002.