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Jennifer no pareció nada convencida.

3

La señorita Vansittart y la señorita Chadwick se encontraban en el saloncito de reunión cuando entró la señorita Rowan, preguntando:

—¿Dónde está Shaista? No la encuentro por ninguna parte. Acaban de venir a buscarla en nombre del emir.

—¿Qué? —Chaddy alzó la vista sorprendida—. Debe ser una equivocación. Hace tres cuartos de hora que vinieron a buscarla en el auto del emir. Yo misma la vi entrar en él y ponerse en marcha. Fue una de las primeras en irse.

Eleanor Vansittart se encogió de hombros.

—Supongo que habrán dado la orden dos veces, o algo por el estilo —decidió.

Salió para hablar con el chófer personalmente.

—Debe tratarse de un error —dijo—. La princesa salió para Londres hace ya tres cuartos de hora.

El chófer pareció sorprendido.

—Supongo que debe haber algún error, ya que usted lo dice, señora —concedió—. A mí me dieron instrucciones definidas de venir a Meadowbank para recoger a la señorita.

—Imagino que a veces ocurren confusiones —reconoció la señorita Vansittart.

El chófer se quedó imperturbable, sin manifestar sorpresa alguna.

—Ocurre continuamente —comentó—. Toman los recados por teléfono, los apuntan y se olvidan. Y todo por ese orden. Pero en nuestra casa nos enorgullecemos de no cometer errores. Claro está que, si me permite decirlo, uno no sabe nunca a qué atenerse con estos caballeros orientales. Traen consigo un numeroso séquito, y dan la misma orden dos y hasta tres veces. Me parece que eso es lo que tiene que haber pasado en este caso —hizo girar su automóvil con bastante pericia y desapareció.

La señorita Vansittart permaneció algo perpleja durante un instante, pero decidió que no había nada por lo que preocuparse y se puso a planear con satisfacción una tarde tranquila.

Después del almuerzo, las pocas chicas que quedaban escribían cartas o vagabundeaban por los jardines. Jugaron bastante al tenis, y la piscina estuvo muy concurrida. La señorita Vansittart se llevó su pluma estilográfica y un bloc de cartas a la sombra de un cedro. Cuando sonó el teléfono a las cuatro y media fue la señorita Chadwick quien lo contestó.

—¿El colegio Meadowbank? —oyó preguntar a la refinada voz inglesa de un joven—. Diga, ¿está la señorita Bulstrode?

—La señorita Bulstrode no está hoy aquí. Habla la señorita Chadwick.

—Oh, se trata de una de sus alumnas. Le hablo desde la suite del emir Ibrahim, en el hotel Claridge's.

—Ah, sí. ¿Es algo referente a Shaista?

—Sí. El emir está incomodado al no haber recibido recado de ninguna clase.

—¿Un recado? ¿Por qué había de recibir un recado?

—Pues… para notificarle que Shaista no venía, o no podía venir.

—¿Que no podía ir? ¿Quiere decir que no ha llegado ahí?

—Efectivamente, no ha llegado. Entonces, ¿es que salió de Meadowbank?

—Sí. Vinieron a recogerla en coche esta mañana… Oh, a eso de las once, me parece, y se marchó en él.

—Eso es extraordinario, porque aquí no hay señal de ella… Creo que lo mejor será telefonear a la firma que provee los coches del emir.

—¡Dios mío! —suspiró la señorita Chadwick—. Confío que no haya ocurrido un accidente.

—No nos pongamos en lo peor —aconsejó el joven alegremente—. Supongo que de haber ocurrido un accidente ya se habrían enterado ustedes. O nos habríamos enterado nosotros. Yo, en su lugar, no me inquietaría.

Pero la señorita Chadwick sí se inquietó.

—Me parece muy extraño —observó.

—Me imagino que… —titubeó el joven.

—¿Sí? —dijo la señorita Chadwick.

—Pues…, no es la clase de noticia que me gustaría sugerir al emir, pero, que quede esto solamente entre usted y yo, ¿no hay… ah… bueno, ningún amiguito por medio, a su entender?

—Desde luego que no —aseguró la señorita Chadwick, muy digna.

—No, no, verá…, yo no quise insinuar que lo hubiera, pero…, bueno, uno nunca sabe a qué atenerse con las chicas, ¿no cree? Usted se sorprendería si supiera alguna de las cosas con que he tropezado.

—Puedo asegurarle —reiteró la señorita Chadwick— que cualquier cosa de esa índole es imposible.

¿Pero era imposible? ¿Se llegaba a conocer bien a las chicas? Volvió a colocar el auricular en su sitio, y, bastante en contra de su voluntad, fue en busca de la señorita Vansittart. No había razón para creer que la señorita Vansittart estuviese mejor capacitada para enfrentarse con la situación que ella misma lo estaba, pero sentía la necesidad de consultar con alguien. La señorita Vansittart dijo al momento:

—¿El segundo coche?

Se miraron la una a la otra.

—¿Cree usted —sugirió Chaddy pausadamente— que deberíamos dar parte de esto a la Policía?

—A la Policía, no —replicó Eleanor Vansittart, con voz sobresaltada.

—Ella dijo, ¿no lo recuerda? —continuó Chaddy— que intentaban secuestrarla.

—¿Secuestrarla? ¡Qué disparate! —repuso la señorita Vansittart.

—¿No cree usted que…? —insistió Chaddy.

—La señorita Bulstrode me dejó a mí a cargo del internado —atajó Eleanor Vansittart— y ciertamente que no autorizaré nada de eso. No queremos aquí más alteraciones a causa de la Policía.

La señorita Chadwick la miró sin el menor afecto. Pensó que la señorita Vansittart carecía de visión y era corta de alcances. Volvió a entrar en el colegio y puso una conferencia telefónica con la casa de la duquesa de Welsham. Desgraciadamente, no había nadie en la casa.

Capítulo XIV

La señorita Chadwick no concilia el sueño

1

La señorita Chadwick estaba inquieta. Daba vueltas en la cama contando ovejas y poniendo en práctica otros métodos de invocar el sueño consagrados por los siglos. En vano.

Hacia las ocho, cuando Shaista no había regresado todavía, ni se tenían noticias de ella, la señorita Chadwick tomó cartas en el asunto y telefoneó al inspector Kelsey. Experimentó cierto alivio al advertir que aquél no tomaba el asunto demasiado en serio. Le aseguro que podía dejarlo todo en sus manos. Sería muy fácil de averiguar en caso de un posible accidente. Si estas pesquisas fallaban, se pondrían en contacto con Londres. Se darían todos los pasos que fueran necesarios. También pudiera ser que la chica estuviese haciendo novillos. Aconsejó a la señorita Chadwick que refiriera lo menos posible en el colegio. Que diera a entender que Shaista se había quedado aquella noche en el Claridge's con su tío.

—Lo que menos necesitan la señorita Bulstrode y usted es que se haga más publicidad —dijo Kelsey—. Es muy improbable que la hayan secuestrado. De modo que no se preocupe, señorita Chadwick. Deje todo en nuestras manos.

Pero, a pesar de ello, la señorita Chadwick se preocupó.

Echada en la cama, sin poder dormir, su mente fue de un posible secuestro hasta el asesinato.

Un asesinato en Meadowbank. ¡Era horrible! ¡Increíble! Meadowbank. La señorita Chadwick adoraba a Meadowbank. Lo adoraba quizá todavía más que la señorita Bulstrode, aunque de una manera en cierto modo diferente. ¡Había sido una empresa tan atrevida y arriesgada! Acompañando fielmente a la señorita Bulstrode en la azarosa empresa, había hecho frente al pánico en más de una ocasión. ¿Y si todo el asunto fracasaba? Ellas no disponían, en realidad, de mucho capital. Si no lograban el éxito… si les retiraban el apoyo financiero… La señorita Chadwick poseía un cerebro inquieto, lleno de preocupaciones, que continuamente enumeraba interminables síes. La señorita Bulstrode había disfrutado con la aventura, con el elemento azaroso en ella implicado, pero no así Chaddy. Muchas veces, en medio de una agonía de aprensión, le había suplicado que Meadowbank se rigiera siguiendo pautas algo más convencionales. Sería más seguro, la instaba. Pero la señorita Bulstrode no se interesaba por la seguridad financiera. Ella había tenido su inspiración de cómo debía ser un colegio, y la había puesto en práctica sin temor. Y su audacia fue premiada por el éxito. Pero, oh, qué alivio el de Chaddy cuando este éxito fue un fait accompli, cuando Meadowbank se consolidó, y muy firmemente, como una gran institución inglesa. Fue entonces cuando su adoración por Meadowbank desbordó todos los limites. Se desvanecieron todas sus dudas, temores y preocupaciones. La paz y la prosperidad habían llegado. Se calentaba al sol de la prosperidad en Meadowbank como una gata ronroneante.