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Capítulo XXIII

Desenlace

1

En una de las aulas más pequeñas, la señorita Bulstrode dirigió su mirada de una en una a las personas congregadas allí. Todos los miembros de su cuadro de profesoras se hallaban presentes. La señorita Chadwick, Johnson y Rich y las dos profesoras más jóvenes. Ann Shapland estaba sentada con su bloc y un lápiz, para el caso de que la señorita Bulstrode la necesitase para tomar notas. Al lado de la señorita Bulstrode se sentó el inspector Kelsey, y algo alejado de éste, Hércules Poirot. Adam Goodman en «tierra de nadie», a igual distancia del profesorado y de lo que él llamaba, con frase propia, el cuerpo ejecutivo. La señorita Bulstrode se levantó, y empezó a hablar, con su bien modulada voz, de una manera terminante.

—Creo mi deber hacia todas ustedes —expuso—, como miembros de mi plana mayor e interesadas en el bienestar del colegio, informarles exactamente hasta qué punto ha progresado esta encuesta. He sido informada de varios hechos por el inspector Kelsey, Monsieur Hércules Poirot, que está muy bien relacionado en el mundo entero, ha obtenido una valiosa ayuda de Suiza, e informará por sí mismo sobre este asunto particular. Todavía no hemos llegado al final de la encuesta, lamento decirlo, pero algunos pequeños detalles han sido aclarados por completo, e imaginé que sería un alivio para todos ustedes el saber cómo marcha la cuestión en el momento presente.

La señorita Bulstrode miró hacia el inspector Kelsey, y éste se puso en pie.

—Oficialmente —empezó— no me encuentro en situación de descubrir todo cuanto sé. Solamente puedo tranquilizarles ciñéndome a decirles que estamos haciendo progresos y empezando a tener una idea bastante clara de quien pueda ser responsable de los tres crímenes que se han cometido dentro de los límites del colegio. No iré más allá de eso. Mi amigo, monsieur Hércules Poirot, que no está ligado a ninguna reserva oficial y disfruta de plena libertad para comunicarles sus propias ideas, revelará a ustedes cierta información que se ha procurado él mismo valiéndose de su influencia. Tengo la convicción de que todas ustedes son leales a Meadowbank y a la señorita Bulstrode y guardarán el secreto de ciertas cuestiones que va a tocar monsieur Poirot y que no son de ningún interés público. Mientras menos comentarios o especulaciones haya sobre ellas, tanto mejor será. Así que yo voy a rogarles que se reserven para sí los datos de que van a tener noticias aquí hoy. ¿Queda entendido?

—Por supuesto —aseguró la señorita Chadwick enfáticamente, tomando la palabra antes que ninguna otra—. Desde luego que todas somos leales a Meadowbank. Por lo menos yo confío en que sea así.

—Naturalmente —aseveró la señorita Johnson.

—Oh, sí —dijeron las dos profesoras más jóvenes.

—Estoy de acuerdo —convino Eileen Rich.

—Entonces, monsieur Poirot, cuando guste…

Hércules Poirot se puso en pie, irradió una sonrisa a su auditorio y se retorció cuidadosamente las guías de su bigote. Las dos profesoras más jóvenes experimentaron un súbito deseo de dejar escapar una risita tonta y desviaron sus miradas una de otra, apretando firmemente los labios.

—Éste ha sido un penoso y difícil intervalo para todas ustedes —comenzó—. Deseo que sepan antes que nada que yo estimo eso en lo que vale. Aunque para la señorita Bulstrode ha resultado ser, naturalmente, peor que para ninguna otra, todas ustedes han padecido también, ustedes han sufrido, en primer lugar, la pérdida de tres de sus colegas, una de las cuales estuvo aquí durante un considerable período de tiempo, me refiero a la señorita Vansittart. La señorita Springer y mademoiselle Blanche eran, desde luego, recién llegadas, pero no dudo que sus muertes fueron para ustedes un rudo golpe y un acontecimiento doloroso. Ustedes mismas deben haber sufrido igualmente una enorme depresión, porque debe haberles parecido como si hubiera una especie de venganza personal, dirigida contra las profesoras del colegio de Meadowbank. Eso, puedo asegurarles, y el inspector Kelsey también lo hará, no es así. Meadowbank, por una serie fortuita de contingencias, se convirtió en el centro de atención de varios intereses indeseables. Se ha introducido, por decirlo así, un gato en el palomar. Se han cometido aquí tres asesinatos, y también ha habido un secuestro. Primero me ocuparé del secuestro, pues a través de toda esta historia, la dificultad ha consistido en quitar de en medio materias extrañas, que si bien criminales en sí mismas oscurecen el hilo más importante, el hilo de una persona asesina y dispuesta a matar despiadadamente, y que se encuentra en medio de ustedes.

Se sacó una fotografía del bolsillo.

—Antes que nada, les pasaré esta fotografía de una en una.

Kelsey la tomó, se la entregó a la señorita Bulstrode, y ésta, a su vez la fue pasando a las demás, hasta que fue devuelta a Poirot. Éste les miró las caras, que estaban completamente inexpresivas.

—Les pregunto a ustedes, a todas ustedes, ¿reconocen a la chica que está en esa fotografía?

Todas ellas negaron con la cabeza.

—Pues deberían reconocerla —indicó Poirot—, puesto que se trata de una fotografía de la princesa Shaista, obtenida por mí en Ginebra.

—Pero ésa no es Shaista, ni muchísimo menos —gritó la señorita Chadwick.

—Exactamente —replicó Poirot—. Los hilos de todo este asunto tienen su comienzo en Ramat, donde como ustedes saben, estalló una revolución coup d'état hace unos tres meses. El gobernante príncipe Alí Yusuf consiguió huir en una avioneta, que conducía su piloto privado. El aparato no obstante, se estrelló en las montañas al norte de Ramat y no fue descubierto hasta algún tiempo después. Cierto artículo de gran valor qué el príncipe Alí Yusuf llevaba siempre encima fue echado de menos. No apareció entre los restos del accidente, y circularon rumores de que había sido traído a este país. Varios grupos de personas estaban impacientes por tomar posesión de este valioso artículo. Uno de los hilos que tenían para conducirles a él era el único familiar que quedaba del príncipe Alí Yusuf, su prima hermana, una chica que por aquel entonces se hallaba en un internado de Suiza. Lo más probable sería que, de haber conseguido sacar el objeto a salvo de Ramat, éste debería ser entregado a Shaista o a sus parientes y tutores. Ciertos agentes se dedicaron a vigilar a su tío el emir Ibrahim, y otros a no perder de vista a la princesa Shaista. Era cosa sabida que ella era esperada en este internado, en Meadowbank, para el actual trimestre. Por lo tanto, hubiera parecido perfectamente natural que enviaran aquí a alguien para que obtuviese empleo y montara una estrecha vigilancia de cualquiera que se aproximara a la princesa o que estuviese alerta a sus cartas y recados telefónicos. Pero elaboraron una idea mucho más simple y eficaz: la de raptar a Shaista y enviar en su lugar a uno de sus propios agentes a este internado, haciéndola pasar por la auténtica princesa Shaista. Esto podría ser llevado a cabo con éxito, pues el emir Ibrahim se encontraba en Egipto y no tenía la intención de visitar Inglaterra hasta el final de este verano. La señorita Bulstrode no conocía a la chica, y todos los acuerdos que había concertado referente a su recepción fueron efectuados por conducto de la embajada de Londres.