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»El plan era sencillo en extremo. La auténtica Shaista abandonó Suiza acompañada por un delegado de la embajada en Londres. O por lo menos, eso era lo que se suponía. De hecho, la embajada en Londres fue informada que un delegado del colegio suizo acompañaría a la chica a Londres. La verdadera Shaista fue llevada a un chalet muy agradable en Suiza, donde ha permanecido desde entonces, y una chica por completo diferente llegó a Londres, fue recibida allí por un comisionado de la embajada y traída posteriormente a este colegio. Huelga aclarar que la sustituta era, necesariamente, mucho mayor que Shaista. Pero esto difícilmente podría atraer la atención puesto que las chicas orientales están perceptiblemente mucho más desarrolladas que las occidentales de su misma edad. Una joven actriz francesa, especializada en papeles de colegiala, fue el agente escogido.

»Yo pregunté si se había fijado alguien en las rodillas de Shaista. Éstas son una magnífica indicación de la edad. Las rodillas de una mujer de veintidós o veintitrés años no pueden ser confundidas con las de una chica de catorce o quince. Nadie, por desgracia, había reparado en ellas.

»El plan no tuvo el éxito que habían esperado. Nadie intentó ponerse en contacto con Shaista. No llegó ninguna carta para ella, ni hubo tampoco ninguna llamada telefónica de importancia, y, a medida que iba transcurriendo el tiempo, surgió un nuevo motivo de inquietud. Se enteraron que era muy posible que el emir Ibrahim llegara a Inglaterra antes de la fecha prevista. No era un hombre que anunciara sus planes con anticipación. Tenía la costumbre, si no me han informado mal, de decir por la noche: «mañana me marcho a Londres», y ponerlo en práctica sin más expediente.

»La falsa Shaista, por lo tanto, estaba ojo avizor de que una persona que conocía a la auténtica princesa podía aparecer de un momento a otro. La inminencia de esta aparición fue incrementada después de ocurrido el asesinato, y por esa razón empezó a preparar el terreno para el secuestro sacando a relucir tal tema al inspector Kelsey. Ni que decir tiene que el secuestro no tuvo nada de tal. Tan pronto como se enteró de que su «tío» vendría a sacarla en la mañana del día siguiente, envió un breve recado por teléfono, y media hora antes que el auténtico coche del emir, apareció un ostentoso automóvil, con una matrícula falsa del C.D. y Shaista fue oficialmente «raptada». De hecho, por supuesto, fue depositada por el coche en la primera ciudad importante por la que pasaron, donde inmediatamente recuperó su verdadera personalidad. Una nota de rescate de estilo completamente amateur fue enviada precisamente para mantener en pie la farsa.

Hércules Poirot hizo una pausa y después prosiguió:

—Se trataba, como pueden ver, de un truco de ilusionista, dirigiendo la atención de su público en una dirección falsa. Se enfocan los ojos en el secuestro aquí y no se le ocurre a nadie que el secuestro ocurrió realmente tres semanas antes en Suiza.

Lo que realmente quiso decir Poirot, pero fue suficientemente educado para no mencionarlo, es que esto no se le ocurrió a nadie más que a él.

—Pasemos ahora —dijo— a algo más serio que el secuestro…, el asesinato.

»La falsa Shaista podría, por supuesto, haber matado a la señorita Springer, pero no a la señorita Vansittart o a mademoiselle Blanche, y no tenía motivo alguno para matar a ninguna, ni era eso lo que se requería de ella. Su papel consistía, simplemente, en recibir un valioso paquete en caso de que, como parecía probable, le fuera entregado a ella, o en recibir noticias de aquél.

»Retrocedamos ahora a Ramat, donde se inició todo esto. Fue extensamente rumoreado que el príncipe Alí Yusuf había hecho entrega de este valioso paquete a Bob Rawlinson, su piloto particular, y que Rawlinson se dirigió al hotel principal de Ramat, donde se hospedaba su hermana, la señora Sutcliffe, con su hija Jennifer. Éstas habían salido, pero Bob Rawlinson subió a la habitación que ocupaban, donde estuvo durante veinte minutos, por lo menos. Éste es un lapso de tiempo más bien largo, teniendo en cuenta las circunstancias. Podía, por supuesto, haberse entretenido escribiendo una larga carta a su hermana. Pero no fue así. Dejó allí una breve nota, que le habría ocupado, a lo sumo, dos minutos en garabatear.

»Como corolario, fue inferido por diversas partes interesadas que el tiempo que permaneció en la habitación lo empleó en esconder este objeto entre los efectos pertenecientes a su hermana y ella trajo consigo en su viaje de regreso a Inglaterra. Ahora llegamos a lo que podríamos llamar el punto donde bifurcan dos hilos diferentes. Un grupo de interesados… (o posiblemente, más de un grupo) supuso que la señora Sutcliffe se trajo este artículo consigo en su viaje de vuelta a Inglaterra y como consecuencia, su casa de campo fue registrada, efectuándose en ella una concienzuda búsqueda. Esto demostró que quien hizo el registro no sabía con exactitud dónde estaba escondido el artículo. Solamente sabía que con toda probabilidad se hallaba en alguna parte entre las posesiones de la señora Sutcliffe.

»Pero otra persona sabía con toda precisión el sitio exacto en que estaba escondido el objeto, y yo considero que a estas alturas no puede causar perjuicio alguno el que yo les revele el sitio donde, efectivamente, lo ocultó Bob Rawlinson. Lo hizo en el mango de una raqueta de tenis, ahuecándolo y volviéndolo a ensamblar después con tal destreza, que sería muy difícil advertir después lo que había hecho.

»La raqueta de tenis pertenecía, no a su hermana, sino a la hija de esta, Jennifer, quien la trajo consigo a Meadowbank. Cierta persona que sabía con exactitud dónde estaba escondido el tesoro, se dirigió una noche al pabellón de deportes, habiendo previamente tomado un molde de la llave y mandando hacer un duplicado. A esas horas de la noche todo el mundo en el internado debería estar durmiendo en la cama. Pero no fue así. La señorita Springer se dio cuenta desde la casa de la luz que arrojaba una linterna en el pabellón de deportes y salió hacia allí para investigar. Era una mujer muy fuerte y tozuda, que no tenía ninguna duda de su propia habilidad en contender con cualquier situación peligrosa que le saliera al paso. La persona en cuestión estaba probablemente escudriñando entre las raquetas de tenis con el fin de encontrar la auténtica. Descubierta y reconocida por la señorita Springer, no perdió el tiempo en dudas… La persona que estaba registrando era una asesina, y disparó contra la señorita Springer, matándola. Sin embargo, la persona asesina se vio obligada a actuar con rapidez. El disparo había sido oído, y se percibían pasos de alguien que se acercaba… La persona que cometió el asesinato tenía que salir del pabellón de deportes a toda costa. De momento, debía dejar la raqueta en el sitio en que se hallaba.

»Algunos días después intentó un método diferente. Una mujer extraña, hablando con fingido acento americano, acechó a Jennifer Sutcliffe cuando venía de la pista de tenis y le contó una plausible historia acerca de un familiar suyo que le había enviado una raqueta de tenis nueva. Jennifer aceptó esta historia sin sospechar nada y cambió la raqueta que llevaba por la otra, nueva y costosa, que la desconocida le había traído. Pero se daba una circunstancia que la mujer con acento americano desconocía por completo. Y era que algunos días antes Jennifer Sutcliffe y Julia Upjohn habían cambiado sus respectivas raquetas de modo que aquella que la extraña mujer se llevó, fue, en efecto, la vieja raqueta de Julia Upjohn, aun cuando en la cinta de identificación estuviera escrito el nombre de Jennifer.

»Ahora llegamos a la segunda tragedia. La señorita Vansittart, por alguna razón desconocida, pero relacionada posiblemente con el secuestro de Shaista, que había tenido lugar aquella misma mañana, tomó una linterna y se encaminó hacia el pabellón de deportes, después que todo el mundo se había acostado. Alguien que la siguió hasta allí la golpeó con una pesada porra o un saco de arena cuando estaba agachada junto a la taquilla de Shaista. De nuevo fue descubierto el crimen casi inmediatamente. La señorita Chadwick distinguió una luz en el pabellón de deportes, y se precipitó hacia allí.