»La policía tomó una vez más a su cargo la custodia del pabellón de deportes, privando así nuevamente a la persona asesina de rebuscar y examinar allí las raquetas de tenis. Pero entonces Julia Upjohn, una niña inteligente, reflexionó sobre todas estas cosas y llegó a la conclusión lógica de que la raqueta que ella poseía, y que originariamente perteneció a Jennifer, era importante en algún sentido. Hizo investigaciones por su cuenta, comprobando que sus sospechas eran fundadas y me llevó a mí el contenido de la raqueta, que en el momento presente se encuentra bajo custodia y ya no nos concierne aquí para nada, —hizo una pausa y prosiguió—: Nos queda por considerar la tercera tragedia.
»Qué era aquello que mademoiselle Blanche sabía o sospechaba, es algo que no llegaremos a saber jamás. Puede que hubiera advertido a alguien saliendo de la casa en la noche en que fue asesinada la señorita Springer. Pero sea lo que fuere aquello que sabía o sospechaba, ella conocía la identidad de la persona que había cometido el asesinato. Se guardó este conocimiento para ella, y planeó astuta y cuidadosamente obtener dinero a cambio de su silencio.
»No hay nada —prosiguió Poirot con compasión— más peligroso que exigir dinero por medio de un chantaje a una persona que ya ha matado anteriormente, y quizá más de una vez. Es posible que Mademoiselle Blanche tomara precauciones, pero cualesquiera que éstas fuesen, resultaron ser inadecuadas. Ella concertó una cita con la persona asesina y fue a su vez asesinada.
Hizo una nueva pausa.
—Así que —dijo, dirigiéndoles una mirada circular— ahí tienen la relación de todo el asunto.
Todos los presentes se le quedaron mirando fijamente. Sus rostros, que al principio habían reflejado interés, sorpresa y excitación, parecían ahora como helados en una calma uniforme. Parecían como aterrados e incapaces de manifestar emoción alguna. Hércules Poirot hizo un gesto expresivo de asentimiento a todos ellos.
—Sí, ya sé cómo se sienten ustedes —afirmó—. Le ha tocado muy de cerca al colegio. Ésa es la razón por la cual el inspector Kelsey, el señor Adam Goodman y yo hemos estado haciendo las pesquisas. ¡Tenemos que averiguar si todavía se encuentra un gato en el palomar! ¿Comprenden a qué me refiero? ¿Se encuentra aquí todavía una persona hábilmente enmascarada con falsos colores?
Una leve agitación pasó por todo el auditorio, una breve y casi fortuita ojeada de soslayo, como si cada una de las presentes deseara mirar a los demás, pero no se atreviera a hacerlo.
—Tengo la satisfacción de poderlas tranquilizar —aseguró Poirot—. Todas las personas que se encuentran aquí en este momento son exactamente aquellas personas que dicen ser. La señorita Chadwick, por ejemplo, es la señorita Chadwick…; eso ciertamente no deja resquicio alguno a la duda, puesto que ha estado aquí tan largo tiempo como el mismo Meadowbank. La señorita Johnson, es inconfundiblemente la señorita Johnson. La señorita Rich no es otra sino la señorita Rich. La señorita Shapland es la señorita Shapland. La señorita Rowan, y la señorita Blake, son la señorita Rowan y la señorita Blake. Para ir aún más lejos —prosiguió Poirot, volviendo la cabeza—, Adam Goodman, que trabaja aquí en el jardín, es, si no Adam Goodman, por lo menos la persona cuyo nombre está inscrito en sus credenciales. Así, pues, ¿dónde nos encontramos? Debemos buscar no a alguien que se está enmascarando como otra persona sino a alguien que con su propia identidad es la persona asesina.
Poirot continuó:
—Necesitamos, en primer lugar, a alguien que estuvo hace tres meses en Ramat. La certeza de que el tesoro estaba escondido en la raqueta solamente pudo haber sido adquirida por un medio. Alguien debió haber visto que Bob Rawlinson lo colocaba allí. Ésta es una deducción de lo más simple. ¿Quién, pues, de entre las personas aquí presentes, estaba en Ramat hace tres meses? La señorita Chadwick estaba aquí. Igualmente la señorita Johnson —dirigió su mirada hacia las dos profesoras más jóvenes—. La señorita Rowan y la señorita Blake estaban aquí.
Continuó señalando con el dedo.
—Pero la señorita Rich… la señorita Rich no estuvo aquí el pasado trimestre, ¿no es cierto?
—Yo… no. Yo estaba enferma —lo dijo apresuradamente—. Estuve ausente durante un trimestre.
—Ésa es una cosa que ignorábamos —admitió Hércules Poirot— hasta que hace pocos días lo mencionó alguien de una manera fortuita. Cuando fue interrogada por la policía por primera vez, usted se limitó a decir que hacía año y medio que estaba en Meadowbank. Eso es, en sí, completamente cierto. Pero usted estuvo ausente durante el trimestre pasado. Usted pudo haber estado en Ramat… Yo creo que estuvo en Ramat. Tenga cuidado en lo que declara. Lo podemos comprobar por su pasaporte, como sabe.
Hubo un momento de silencio, transcurrido el cual Eileen Rich miró a Poirot, alzando la cabeza.
—Sí —concedió tranquilamente—, estuve en Ramat. ¿Por qué no?
—¿Por qué fue usted a Ramat, señorita Rich?
—Ya lo sabe usted. Estaba enferma. Me prescribieron reposo… que me marchara al extranjero. Escribí a la señorita Bulstrode explicándole la razón por la cual debía tomarme unas vacaciones por un trimestre. Ella comprendió perfectamente.
—Eso es cierto —corroboró la señorita Bulstrode—. Ella incluía en la carta un certificado del doctor haciendo constar que sería poco aconsejable que la señorita Rich reasumiera sus obligaciones antes del próximo trimestre.
—Así que… usted fue a Ramat —dijo Hércules Poirot.
—¿Por qué no podía ir a Ramat? —replicó Eileen Rich. Se advertía un ligero temblor en su voz—. Ofrecen tarifas reducidas a los profesores. Necesitaba descanso. Necesitaba sol. Fui a Ramat. Pasé dos meses allí. ¿Por qué no? ¿Por qué no, pregunto?
—Usted jamás mencionó que estuviera en Ramat en la época de la revolución.
—¿Por qué había de mencionarlo? ¿Qué tiene que ver con nada de lo ocurrido aquí? No he matado a nadie, le digo. No he matado a nadie.
—La reconocieron —afirmó Hércules Poirot—. No de una manera definida, sino indefinida—. La niña Jennifer hizo una descripción muy vaga. Declaró que ella creía haberla visto a usted en Ramat, pero concluyó que no podía haberse tratado de usted, porque la persona a quien ella vio, según dijo, era gruesa, no delgada —se echó hacia delante, taladrando con sus ojos la cara de Eileen Rich—. ¿Qué tiene usted que declarar, señorita Rich?
La señorita Rich dio una vuelta en redondo.
—¡Imagino lo que está tratando de hacer ver! —gritó—. Está intentando probar que no fue un agente secreto o alguien de esa calaña quien cometió todos estos asesinatos. Que fue alguien que por casualidad estaba allí, alguien que por azar acertó a ver cómo escondían ese tesoro en una raqueta de tenis. Alguna persona que se percató de que la niña iba a venir a Meadowbank y que tendría la oportunidad de coger para sí misma esos objetos ocultos. ¡Pero yo le digo a usted que eso no es verdad!
—Yo imagino que eso es lo que pasó. Sí —aseguró Poirot—. Alguien que vio esconder las joyas y se olvidó de todas las demás obligaciones o deberes con la determinación de poseerlas.
—Le digo que no es verdad. Yo no vi nada…
—Inspector Kelsey —dijo Poirot, volviendo la cabeza.
El inspector Kelsey asintió… se dirigió hacia la puerta, la abrió y la señora Upjohn apareció en la habitación.
2
—¿Cómo está usted, señorita Bulstrode? —cumplimentó la señora Upjohn, que parecía estar algo desconcertada—. Siento tener un aspecto tan desarreglado, pero ayer me encontraba cerca de Ankara, y acabo de llegar a Inglaterra en avión. Tengo una pinta impresentable, pero, en realidad no he tenido tiempo de arreglarme ni de hacer nada.