– Te quiero -musitó ella.
Tonio cerró los ojos. El espejo había desaparecido, y con él sus disfraces, o al menos eso le parecía. Y de nuevo se sumió en sus pensamientos recordando lo mucho que le gustaba de pequeño ser invisible en la oscuridad. Cuando la volvió a mirar, ella ya no veía pintura, ni peluca ni terciopelo ni satén, sólo a él, y era como si sus cuerpos se hubieran fundido en esas tinieblas.
– ¿Qué te ocurre? ¿En qué piensas cuando me miras de ese modo?
Tonio sacudió la cabeza, sonrió, la besó. Y en el espejo vio la imagen resplandeciente de ellos dos, perdidos en sus disfraces, pero formando una pareja perfecta.
Aquella noche, tan pronto llegaron al estudio, supo de inmediato que Guido había hablado con Christina.
Ella estaba dispuesta a dejarlo todo para acompañarle a Florencia en Pascua. Podía terminar los cuadros que tenía entre manos antes del final de la cuaresma, seguro que él podría esperarla hasta entonces, de ese modo harían el viaje juntos.
Ella caminaba deprisa por el estudio, asegurando que podía acabar a tiempo ese cuadro y que aquel otro estaba casi terminado. Necesitaba tan poco para viajar… Había comprado un maletín de piel nuevo para sus pinturas, planeaba hacer esbozos de las iglesias de Florencia, nunca había estado en Florencia, ¿lo sabía? Se arrancó la cinta del cabello en el momento preciso y éste se desparramó por su espalda.
Tonio se sentía más ágil y en cierto modo ingrávido, como siempre le ocurría después de la representación; su ropa masculina resultaba extremadamente ligera comparada con aquella armadura griega y aquellas faldas. Ella seguía vestida de chico, aunque llevaba suelto su hermoso cabello rubio maíz lo que la hacía parecerse a un paje o un ángel de alguna pintura antigua. Él la miraba sin pronunciar palabra, deseando que Guido no le hubiera dicho nada, aunque al mismo tiempo le había facilitado las cosas. Aquellas últimas noches con ella… aquellas últimas noches… ¿Qué había esperado Tonio que fuesen?
Mientras la contemplaba lo invadía el deseo y ella no daba muestras de tristeza ni de miedo.
Le hizo una seña para que lo siguiera al dormitorio, y de repente, ella se le echó a los brazos y permitió que la levantara en vilo y la condujera hasta la cama.
– Ganímedes -le susurró Tonio y percibió su voluptuosidad a través de los pantalones y bajo la dura pechera de su chaqueta.
Al igual que le sucediera en el café con Paolo, se sintió adormilado y sin embargo desesperadamente vivo, y dondequiera que posara los ojos lo cegaban los colores. Sintió la textura de las sábanas entre los dedos, la húmeda y cálida piel de los muslos de ella. Una luz azulada procedente de las velas bañaba sus hombros, y al abrazarla se preguntó cuánto tiempo podría retrasarlo. ¿Cuándo llegaría aquel dolor terrible y agudo?
Después de que Tonio venciera su resistencia con amor, Christina encendió de nuevo las velas. Sirvió vino para ambos y comenzó a hablar.
– Marcharé contigo a cualquier lugar del mundo -dijo-. Pintaré a las damas de Dresde y de Londres. En Moscú pintaré a los nobles rusos, pintaré reyes y reinas. Piénsalo, Tonio, todas las iglesias, los museos, los castillos de los países germánicos con su multitud de torres y almenas en lo alto de las montañas. ¿Has visto alguna vez esas catedrales del norte tan llenas de vitrales? Imagínatelo, una iglesia de piedra en vez de mármol, con arcos estrechos y muy altos, que se elevan hasta el cielo, y fragmentos de colores brillantes formando ángeles y santos. Piensa en ello, Tonio, San Petersburgo en invierno, una ciudad nueva construida siguiendo el modelo de Venecia y cubierta por una hermosa capa de nieve blanca…
En su voz no había desesperación, pero sus ojos tenían un brillo de ensoñación, y sin responderle le apretó la mano para instarla a que continuase.
En realidad Guido no le había arrebatado aquellas últimas horas de felicidad. Aquella nítida comprensión encerraba una belleza tan misteriosa…
– Iremos a todas partes los cuatro -decía ella-. Tú, Guido, Paolo y yo. Compraremos un gran carruaje y nos llevaremos a esa malvada signora Bianchi. Guido tal vez quiera traerse al bello Marcello. Y en todas las ciudades nos alojaremos en los lugares más suntuosos. Comeremos juntos, nos pelearemos juntos e iremos al teatro juntos, y yo pintaré durante el día y tú cantarás por la noche. Y si un sitio nos gusta más que otro, nos quedaremos y de vez en cuando nos escaparemos al campo para estar solos, lejos de todo, y a medida que pase el tiempo nos amaremos más y nos conoceremos mejor. Piénsalo, Tonio.
– Debería haberme fugado a la Ópera -murmuró él.
Ella se inclinó hacia delante, las rubias cejas fruncidas en profundo desconcierto, y cuando comprendió que no repetiría lo que había dicho, lo besó en los labios.
– Acondicionaremos la villa que te mostré hace un mes y ésa será nuestra casa. Volveremos a ella cuando nos cansemos de andar por el extranjero, Italia vibrará a nuestro alrededor. ¿Tanto te cuesta imaginártelo? Guido escribirá sonatas por las noches, y Paolo crecerá y será un gran cantante. Debutará en Roma.
»Permaneceremos juntos ocurra lo que ocurra, nos tendremos como apoyo, formaremos una gran familia, un clan. Lo he soñado miles de veces -afirmó ella-. Y si la vida ha hecho que se cumplieran mis sueños de niña trayéndote hasta mí, esto también puede hacerse realidad.
»¿Qué le dijiste a Paolo cuando te lo llevaste de Nápoles? -Christina hizo una pausa y lo miró fijamente-. El propio Paolo me lo ha contado: le dijiste que todo puede ocurrir, que todo es posible, incluso cuando menos lo esperas. Su vida es ahora un cuento de hadas en el que hay palacios, riquezas y la música nunca cesa. Tonio, todo es posible, todo puede ocurrir, tú mismo lo dijiste.
– Inocencia -dijo Tonio.
Se inclinó y la besó. Le acarició el rostro, maravillado una vez más por aquella pelusa inconcebiblemente suave y casi invisible que le cubría las mejillas, y le tocó el labio con la punta del dedo. Nunca estaría más hermosa que entonces.
– No, inocencia no -protestó ella-. Tonio, es nuestra elección.
– Escúchame, preciosa -le espetó casi enfadado, con un tono de voz algo más dura de lo que deseaba-, nos queremos profundamente, pero tú nunca has conocido el amor de los hombres, no conoces su fuerza, sus necesidades, su ardor. Hablas de las catedrales del norte, de piedra y vitrales, de diferentes clases de belleza. Pues bien, con los hombres sucede lo mismo, es una forma de amar diferente. Con el tiempo advertirás que la vida encierra secretos para ti en los actos más insignificantes, secretos que otros dan por sentado, como la fuerza propia de un hombre. ¿No ves, en definitiva, que eso es de lo que nos han privado a ambos, que eso es lo que me quitaron a mí?
»¿Cómo crees que me siento al saber que no puedo darte lo que cualquier bracero podría darte, el milagro de la vida dentro de ti, un niño en el que se fundiera todo nuestro amor? Y por más que protestes y ahora jures que me quieres, ¿cómo sabes que no llegará un día en que veas exactamente lo que soy?
Se dio cuenta de que la estaba asustando. La sujetaba por los hombros, que se le antojaron frágiles y exquisitos. Le temblaban los labios, y las lágrimas que acudían a sus ojos los hacían brillar casi incandescentes.
– No sabes lo que eres -objetó ella-. De otro modo, no me hablarías así.
– No estoy hablando de respetabilidad -replicó él-. Te creo cuando dices que no te importa el matrimonio, que no te importa que hablen de ti y te critiquen por amar a un cantante eunuco. Me has convencido de que tienes valor suficiente para vivir de espaldas a la sociedad, pero no sabes qué se siente al abrazar a un hombre, ¿y crees que podré soportar la mirada de tus ojos cuando te hayas cansado de mí y estés ya dispuesta a amar a otro?
– ¿Qué tiene de malo buscar en ti una dulzura insólita en los hombres? -dijo ella-. ¿Tan extraño te parece que prefiera tu fuego a otro fuego que pueda consumirme? ¿No ves cómo sería nuestra vida juntos? ¿Por qué habría de querer lo que cualquiera puede darme si te tengo a ti? Después de ti, ¿qué importancia tendría lo demás? ¿Cuál sería su valor? Tú eres Tonio Treschi, posees el talento y la grandeza que otros luchan en vano por conseguir. Oh, me enojas, me provocas para que te hiera porque no me crees. Y tampoco crees en un futuro juntos. Tomas esta decisión por los dos y yo nunca podré perdonártelo. ¿Comprendes? Te has entregado a mí tan poco tiempo… ¡Nunca te lo perdonaré!