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Como sentía que cada vez se iba poniendo más tenso y yo no deseaba que se agriase nuestra agradable conversación, me excusé diciendo que me sentía fatigado y prometí reanudar la discusión en otra ocasión.

Por la noche, Nicomedes el paflagonio volvió a invitarme a cenar y, como aún tenía la cabeza dándome vueltas por el torbellino de todo lo que Mahmut me había transmitido, le pregunté si podía contarme algo sobre esa extraordinaria persona.

—¡Ese individuo! —exclamó Nicomedes riéndose—. Así que ahora confraternizas con chiflados, ¿eh, Córbulo?

—A mí me pareció bastante cuerdo.

—Sí, sí, sí que lo es. Al menos mientras te está vendiendo un par de camellos o un saco de azafrán. Pero dale cuerda con el tema de la religión y tendrás ante ti a otro hombre.

—De hecho, él y yo hemos mantenido una discusión filosófica bastante larga esta misma tarde —le dije—. La encontré fascinante. Nunca había oído nada parecido.

—Bien seguro puedes estar de ello. Pobre tipo, debería marcharse de aquí mientras tenga oportunidad. Si continúa por el camino por el que creo está yendo últimamente, aparecerá muerto sobre las dunas uno de estos días, y nadie se sorprenderá de ello.

—No te entiendo.

—Predicar contra los ídolos de la forma en que lo hace. Eso es lo que quiero decir. Como sabes, Córbulo, en esta ciudad se rinde culto a trescientos dioses diferentes y cada uno de ellos tiene su propia capilla, su propio clero y sus propios y rentables talleres dedicados a la producción de ídolos para la venta a los peregrinos, etcétera. Si he entendido bien a tu Mahmut, lo que a él le gustaría es echar todo eso abajo, ¿no es cierto?

—Supongo que sí. La verdad es que manifestó un acusado desprecio hacia los ídolos y los idólatras.

—Así es. Hasta ahora se había limitado a mantener un culto privado, con media docena de miembros de su familia. Se reúnen en su casa y oran a su dios particular de la manera especial que Mahmut prescribe. Un pasatiempo bastante inocuo, diría yo. Pero últimamente, según tengo entendido, está divulgando sus ideas por otras partes, dirigiéndose a éste o a aquél y planteándoles tentativamente sus ideas sediciosas sobre cómo transformar la sociedad sarracena. Como según parece ha hecho contigo hoy mismo. Bueno, hablar de religión con alguien como tú o como yo no le perjudica, porque nosotros los romanos somos bastante superficiales respecto a estos asuntos. Pero los sarracenos no. Dentro de no mucho tiempo, y acuérdate de mis palabras, se autoproclamará profeta. Predicará en público y, desde la plaza principal, amenazará con el fuego y la condena a cualquiera que mantenga las viejas costumbres, y entonces tendrán que matarlo. Las viejas costumbres son aquí grandes negocios. Mahmut está lleno de ideas subversivas que los de esta ciudad no pueden permitir que proliferen. Haría mejor en andarse con pies de plomo. —Y después añadió con una sonrisa—: Pero es un divertido demonio, ¿verdad, Córbulo? Como imaginarás, yo mismo he mantenido una o dos charlas con él.

Si quieres saber lo que pienso, Horacio, Nicomedes está medio acertado y medio equivocado acerca de Mahmut.

Seguramente tiene razón en lo de que éste está casi a punto de empezar a predicar su religión en público. Prueba de ello es la forma en que me abordó a mí, un perfecto extraño, en el mercado de esclavos.Y todas sus palabras acerca de no descansar hasta que Arabia haya aceptado la supremacía del Único Dios, ¿qué otra cosa quieren decir sino que está a punto de pronunciarse contra los idólatras?

Mahmut me dijo de muchas formas, durante nuestra comida de ayer, que la manera en que Alá transmite sus preceptos sobre el bien y el mal a la humanidad es mediante ciertos profetas elegidos, uno cada mil años más o menos. Los Abraham y Moisés de los hebreos fueron algunos de esos profetas, dice Mahmut. Creo que él se considera a sí mismo como su sucesor.

Y opino que sin embargo el griego se equivoca al decir que a Mahmut lo asesinarán sus vecinos por manifestarse contra sus supersticiones. No dudo que quieran matarlo al principio. Si sus doctrinas consiguen imponerse, eso hará que se les acabe la bicoca a todos los sacerdotes y tallistas de ídolos, lo que provocará un gran boquete en la economía local. Un asunto que a nadie va a entusiasmar. Pero su personalidad es tan poderosa, que creo que él los conquistará a todos. Por Júpiter, pero ¡si prácticamente me vi casi dispuesto a aceptar la divina omnipotencia de Alá antes de que hubiera acabado de hablar! Encontrará una fórmula para hacerles llegar sus ideas. No puedo imaginarme cómo lo hará, pero es inteligente y tiene mil recursos; es un auténtico mercader del desierto y, de alguna forma, les ofrecerá algo que haga que valga la pena abandonar los antiguas creencias y aceptar las de él. Alá y sólo Alá, será el único dios de este lugar; eso es lo que creo que ocurrirá cuando Mahmut haya concluido su misión sagrada.

Necesito considerar todo esto con mucho cuidado. Uno no se encuentra con un hombre del magnetismo personal de Mahmut muy a menudo. Estoy embrujado por su fuerza, sobrecogido por la manera en que, por un momento, estuvo a punto de ganarse mi lealtad a su único Dios. Me pregunto si existirá alguna forma mediante la cual yo pudiera utilizar el gran poder de Mahmut para influir en las mentes de los hombres al servicio del Imperio, me refiero al servicio de Juliano III Augusto. Naturalmente, así podría recuperar el favor del cesar y ser redimido de mi exilio árabe.

Por ahora, no acabo de encontrarla. Quizá podría inducirle a levantar a sus compatriotas contra el poder creciente de los griegos en esta parte del mundo o alguna cosa parecida. Pero esta semana dispongo de todo el tiempo del mundo para pensar en ello, ya que no disfrutaré de ninguna compañía excepto la que yo mismo me haga. Mahmut, que hace frecuentes viajes de negocios por la zona, se ha marchado a una de sus aldeas costeras para hacer indagaciones sobre alguna nueva operación mercantil. Nicomedes tampoco se encuentra en la ciudad; ha ido a Arabia Feliz, donde él y sus amigos griegos actúan en encubierta complicidad para subir el precio de las cornalinas, de la madera de áloe o cualquier otra mercancía con gran demanda actual en Roma.

De manera que me he quedado solo con la excepción de mis criados, gente rara y anodina con los que no tengo esperanza de relación. He estado dándole vueltas a la idea de comprarme un muchacho esclavo en el bazar para que me proporcione una compañía más agradable, pero Mahmut, con su piedad tan encendida, podría sospechar mis intenciones, y no es momento éste de poner en peligro mi amistad con él. No obstante, la idea de esta adquisición me resulta muy tentadora.

A todas horas pienso con nostalgia en la corte, las fiestas en el palacio real, el teatro y los juegos; en todo lo que me estoy perdiendo. ¿Y Fusco Salinator? ¿En qué anda metido? ¿YVoconio Rufo? ¿Y Espurina? ¿Y Alifano? ¿Y el mismo emperador Juliano, que era mi amigo, casi mi hermano, hasta que se volvió en mi contra y me condenó a consumirme así entre las arenas de Arabia? ¡Qué buenos momentos pasamos juntos hasta que perdí su gracia!

Y, no temas, sobre todo pienso constantemente en ti, Horacio. Me pregunto con quién pasarás las noches ahora. ¿Con un hombre o con una mujer? ¿Luperco Héctor? ¿La pequeña Pomponia Mamiliana, quizá? ¿O incluso el joven escanciador de Britania, a quien seguramente no volvería a requerir el emperador después de que yo le mancillara. Bueno, de lo que estoy seguro es de que no dormirás solo.

Me pregunto qué pensaría mi nuevo amigo Mahmut de nuestra corte y de sus costumbres. Es tan severo y austero por naturaleza. Su odio hacia los excesos de todo tipo parece enormemente profundo: es un agreste príncipe del desierto, un auténtico espartano. Pero quizá pienses que le concedo demasiado crédito. Instálalo en una villa en las laderas del Palatino, suminístrale una hermosa cuadriga, una casa repleta de criados y una bodega de buen vino, déjale chapotear un poco en la pileta perfumada del emperador con Juliano y sus atolondrados amigos, y puede que cambie de parecer, ¿no crees?