Ella metió los brazos en las mangas y se quedó helada cuando el llevó las manos a su cabello y se lo sacó de debajo del abrigo, donde había quedado atrapado. El suave contacto de sus dedos contra la piel de la nuca prendió en su excitación como una cerilla en un montón de paja seca.
Alissa recordó inmediatamente el beso que le había dado y notó el calor y la humedad entre sus piernas. Pero no estaba acostumbrada a reaccionar de esa forma ante un hombre, y no pudo hacer otra cosa que quedarse inmóvil y estremecerse con su cercanía.
Sergei se inclinó después sobre su oído y murmuró:
– La prensa está esperando afuera. Es hora de empezar a fingir que eres feliz conmigo…
Alissa no salía de su asombro. No se le había ocurrido que la prensa los estuviera esperando. Si hubiera estado en su lugar, Alexa se habría sentido la mujer más feliz del mundo; pero ella no era como su hermana.
– Entonces, supongo que no te puedo abofetear -dijo.
Él soltó una carcajada.
– No.
– Ni me puedo enfurruñar…
– No sería lo más conveniente, milaya moya. Como tampoco lo ha sido que te hayas dedicado a bailar con otro hombre cuando se supone que eres mía y sólo mía -añadió con tranquilidad absoluta-. Si vamos a estar juntos, tendrás que respetar ciertos límites. ¿Lo has entendido? ¿O tengo que explicártelo mejor?
Alissa se estremeció de nuevo, intimidada por su tono de voz; pero sacó fuerzas de flaqueza y se enfrentó a él.
– ¿De dónde has salido, Sergei? ¿Siempre has sido tan avasallador? ¿O es que practicas delante del espejo?
Sergei la miró fijamente, atónito. En comparación con él, Alissa resultaba tan diminuta como una muñeca; y no obstante, se enfrentaba constantemente a él y demostraba una valentía admirable.
– ¿No dices nada? -continuó ella-. Entonces, tendré que llegar a la conclusión de que te sale de forma natural.
Hasta ella estaba sorprendida con su actitud. Se preguntó si su empeño en criticarlo de un modo tan descarado no sería una consecuencia de los vodkas que se había bebido. Pero también cabía la posibilidad de que la irritara porque Sergei parecía despreciar sus sentimientos.
O quizás, porque lo encontraba inmensamente atractivo a pesar de su forma de ser.
Sergei llevó las manos a su cintura y la atrajo hacía él.
– Cuando termine contigo, adorarás el fútbol.
Alissa mantuvo su mirada.
– Ni lo sueñes.
– Y cuando te acostumbres a mí -insistió-, me adorarás tanto como todas las mujeres que he conocido.
Ella apretó los puños.
– Me temo que hay un problema, Sergei. Resulta que yo no soy como las mujeres que has conocido.
Los ojos de Sergei brillaron.
– Basta ya, Alissa -ordenó-. ¿Tengo que recordarte por qué estás aquí? ¿Es que lo has olvidado?
Alissa parpadeó, nerviosa. Sergei había acertado sin darse cuenta: efectivamente, lo había olvidado. Estaba allí porque Alexa había firmado un contrato con él y no tenía más remedio que seguir con la farsa y cumplirlo.
Al ver que no hablaba, él sonrió y dijo:
– Así está mejor.
Después, se inclinó sobre ella con intención de besarla.
Durante una fracción de segundo, Alissa se resistió al impulso de entreabrir los labios y dejarse llevar por el deseo que había destruido sus defensas y acelerado su corazón. Sin embargo, echó la cabeza hacia atrás y permitió que la probara, que la saboreara.
Al sentir la lengua de Sergei en su boca, tuvo un escalofrío y se apretó contra él instintivamente, deseando más.
– Ya podemos salir-dijo él.
Los flashes de las cámaras y las preguntas de los reporteros se sucedieron durante los segundos siguientes mientras se abrían paso entre la multitud. Sergei la llevaba de la cintura, protegidos ambos por los guardaespaldas.
Alissa contuvo la respiración hasta que entraron en la limusina y encontró la protección de las ventanillas ahumadas. Estaba mareada; era incapaz de creer que la hubiera besado por segunda vez, que se lo hubiera permitido y que le hubiera gustado tanto.
– Me ha dado la impresión de que no disfrutas con la atención de la prensa -comentó él-. Parece que te asuste… ¿Por qué?
– Supongo que soy poco exhibicionista -respondió.
– No es lo que me pareciste cuando leí los informes sobre ti.
Alissa se había sentido segura hasta entonces porque pensaba que los informes sólo incluían cuestiones más o menos generales sobre su personalidad; pero evidentemente, se había equivocado. Sergei esperaba a una mujer como Alexa, abierta y desinhibida.
– Bueno, todo el mundo intenta causar la mejor impresión cuando lo entrevistan para un trabajo -se excusó.
Sergei no dijo nada al respecto, pero notó que ocultaba algo y se preguntó qué podía ser.
– Tendrás que aprender a relajarte. Falta menos de una semana para que subamos a un avión y nos casemos en Rusia.
– En Rusia… -repitió ella con debilidad.
Cada vez estaba más nerviosa. Tenía miedo de no ser capaz de llegar hasta el final, de no poder seguir con la farsa.
De repente, Sergei le dio un paquete pequeño.
– Esto es para ti -dijo-. Así podremos estar comunicados… lamento haberme mantenido alejado durante todo el proceso, milaya moya.
El paquete permaneció cerrado durante veinte minutos, hasta que Alissa llegó a casa y cayó en manos de su hermana, que se moría de curiosidad. Contenía un teléfono móvil.
– ¡Dios mío! ¡Mira esto! ¡Te ha regalado uno de los teléfonos más caros de todo el mercado! Tiene diamantes de verdad…
– ¿Ah, sí?
Alissa lo dijo sin entusiasmo alguno. Además, le parecía absurdo y pretencioso que decoraran un teléfono móvil con diamantes.
– No sé si eres consciente de ello, pero este teléfono vale varios miles de libras esterlinas. ¡Y tengo más derecho que tú a quedármelo! -declaró, mirándola con resentimiento-. Fui yo la que eche la instancia, yo la que conseguí el trabajo… y ahora, tú le quedas con todos los regalos que deberían ser para mí.
Alissa hizo caso omiso de los comentarios de su hermana. Estaba mucho más preocupada por la boda.
– ¿Por qué crees que Sergei quiere una esposa? -le preguntó-. ¿No sientes curiosidad?
– No, ninguna en absoluto. Pero ahora que lo preguntas, supongo que querrá casarse porque sacará algún beneficio económico o fiscal de estar casado, o tal vez porque una esposa mantendría alejadas al montón de mujeres que lo persiguen allá donde va -respondió.
– No sé… Sergei no me parece de la clase de hombres que se quieren casar. Incluso me ha pedido que pasara la noche con él.
Alexa la miró boquiabierta.
– ¿Te lo ha pedido? ¿Te ha encontrado atractiva? Dios mío, le habrás sentido como si te hubieran dado al mismo tiempo todos los regalos de Navidad de toda tu vida… Pero, ¿por qué diablos has vuelto a casa? ¿Por qué no te has marchado con él? Eres un caso perdido, Alissa.
Su hermana no hizo el menor caso.
– ¿Por qué me lo habrá pedido? -se preguntó, en voz alta-. ¿Es que el sexo forma parte del acuerdo matrimonial?
Alexa, que seguía jugando con el teléfono móvil, miró a Alissa con una mezcla de sarcasmo y asombro.
– Piensa lo que estás diciendo, hermana. Vas a casarte con él. Y cuando la gente se casa, mantiene relaciones sexuales.
– Yo pensaba que el acuerdo consistía en otra cosa, que sólo tenía que acompañarlo a sus actos sociales y cosas así.
– No es posible que seas tan ingenua. Es obvio que querrá que lo acompañes a esos actos y que te comportes como una esposa feliz, pero eso no tiene nada que ver… Sin embargo, supongo que en lo que pase entre vosotros, en la intimidad de vuestro dormitorio, podrás elegir.
– ¿Insinúas entonces que no estoy obligada a acostarme con él?