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– No, pero no le gusta que le cambien sus horarios habituales -Clare se sentó en otra silla al lado de Gray y la niña, contemplándola con una mezcla de preocupación, cariño y sorpresa al ver lo rápido que había pasado del llanto más furioso a aquella expresión de beatitud-. Debería haber imaginado que se iba a despertar esta noche -se echó hacia atrás en la silla y se pasó los dedos por el pelo, con expresión cansada-. Siento que te hayamos despertado. La próxima vez te tendrás que poner una almohada sobre la cabeza.

– Tengo el sueño muy ligero -se limitó a decir Gray.

Alice ya parecía saciada, así que Gray le retiró el biberón y le limpió la boca con el pulgar.

– ¡Qué bien se te dan los niños! -dijo Clare, observando sus suaves movimientos-. Tal vez se deba a que eres muy tranquilo. Los niños saben muy bien cuando estás tenso o preocupado por algo. Tu corazón debe de latir de manera muy agradable y pausada.

Los ojos de Gray se posaron en ella un momento. Tenía el cabello enredado, los ojos enrojecidos por el sueño y no le pasó desapercibida la fresca piel de su cuello y la curva de sus senos, que dejaba entrever el suave y ligero material del camisón.

– No siempre -le dijo, secamente.

Demasiado cansada como para sentirse incómoda, apoyó la barbilla sobre una mano para observar a Alice. Enseñó a Gray como hacerla eructar y él lo consiguió a la primera.

– ¿Estás seguro de que no lo habías hecho antes? -le dijo, medio bromeando.

– Sí, pero uno de los primeros recuerdos que guardo en mi mente es el de mi madre dándole el biberón a Jack en esta cocina. Debía de tener unos cinco años.

Pippa había dicho que Jack tenía treinta y tres años, así que a pesar de ser tan temprano no le costó mucho calcular que Gray tenía treinta y ocho.

– Son bastantes años de diferencia -señaló Clare-. ¿Os lleváis bien?

– Cuando te crías en un sitio como este, tan aislado, no te queda más remedio que llevarte bien. Solíamos hacer muchas cosas juntos y cuando murieron nuestros padre nos pareció la cosa más normal del mundo dirigir juntos el rancho.

– No os parecéis en nada.

Clare había hablado sin pensar.

– No sabía que hubieras conocido a Jack…

– Y no lo conozco, pero he oído hablar a Pippa mucho de él. Parece maravilloso -le dijo, pensando en las historias tan divertidas que Pippa le había contado-. Cálido, gracioso, amable… -de repente, Clare se dio cuenta de lo que implicaban sus palabras y se puso roja-. Eh… pero no quiero decir que tú no lo seas…

Para alivio de Clare no pareció enfadado, sino más bien divertido.

– No, si tienes razón. Somos bastante diferentes. Jack ha sido siempre de trato mucho más fácil, pero también más intranquilo. Cuando era más joven siempre andaba metido en líos, aunque hay que decir que se las arreglaba muy bien para salir de ellos. A todo el mundo le caía bien.

– Pippa era así también, como nuestro padre: muy románticos y siempre dispuestos a vivir las aventuras más arriesgadas, que a veces salían mal, pero a nadie le importaba porque nos lo pasábamos de maravilla con ellos. Yo era la sensata de la familia. Mi madre murió cuando tenía trece años y supongo que enseguida me metí en su papel. Papá y Pippa solían tomarme el pelo, pero es que sentía que debía ocuparme de ellos. Nunca se las habrían podido arreglar solos.

– ¿Todavía vive tu padre? -preguntó Gray y ella negó con la cabeza.

– No. Murió hace siete años.

Gray frunció el ceño.

– Así que te has quedado sola.

Clare estaba mirando a la niña.

– No. Está Alice.

– La muerte de tu hermana debió de ser muy dura para ti.

– Sí -la mirada de Clare se perdió en la oscuridad de la noche-. Sí, cuando murió sentí que algo en mí moría también. Pippa era una persona tan vivaz, tan alegre. Todavía no me hago a la idea de que no va a volver a aparecer para decirme que ha pensado recorrer el mundo en un velero o irse a la selva. Siempre envidié la habilidad de Pippa para vivir al día. No planeaba nada para el futuro, ni le gustaba ahorrar. Hasta que conoció a Jack, lo único que quería era vivir peligrosamente.

– ¿Y qué querías tú?

– Seguridad -enrojeció al mirar a Gray-. Suena muy aburrido, ¿verdad? Papá siempre estaba cambiando de trabajo y cuando éramos pequeñas cada año estábamos en un colegio distinto. A Pippa eso le hizo convertirse en una trotamundos, pero yo añoraba echar raíces en algún sitio, así que en cuanto pude hacer frente a una hipoteca, me compré mi propia casa -continuó-. Pippa no podía entender cómo podía ser feliz trabajando para la misma agencia desde los veinte años, pero me gustaba volver todos los días a mi apartamento, tomar el mismo autobús cada día y encontrarme con la misma gente -Gray la miraba con una extraña expresión- Supongo que tú también me encontrarás aburrida -le preguntó con un cierto tono de desafío.

– No, no era eso lo que estaba pensando -le respondió, lentamente.

Por la mañana, cuando pensó en lo que habían estado hablando aquella madrugada, Clare se horrorizó. Debía de haber estado medio dormida y con las defensas bajas para permitirse el lujo de hacer unos comentarios tan estúpidos sobre Gray, los latidos de su corazón y lo bien que se le daban los niños. Si lo hubiera hecho a propósito, no habría sonado tanto como una mujer desesperada. Seguramente a esas alturas estaría pensando que había intentado ligar con él, y que le gustaban tanto los niños que estaba decidida a tener uno propio y lo había elegido como padre.

– Tendré que hacerle ver que soy una mujer a la que le gusta su trabajo -dijo a Alice, mientras le cambiaba el pañal-, y que si alguna vez pienso en tener un compañero, desde luego lo elegiré por algo más que la tranquilidad con la que lata su corazón -Alice movió las piernas en señal de apoyo y Clare le hizo cosquillas en la tripita-. ¿Así que tú crees que lo único que tengo que hacer es convencerlo de que no soy la típica mujer que se vuelve loca al ver a un hombre con un bebé en los brazos?

– ¡Ma! -dijo Alice, que Clare tradujo como un sí.

Preparó un saludo frío para cuando lo viera y se dirigió a la cocina con Alice en los brazos. Al llegar y ver que no había nadie se sintió muy decepcionada. No eran más de las siete y parecía que ya hacía mucho tiempo que se había ido.

Clare leyó la nota que le había dejado sobre la mesa y suspiró al saber que estaban cargando los camiones y regresaría un poco más tarde para tomar un tentempié. No había ningún comentario acerca de que debería haber estado haciendo el desayuno para él y los hombres, pero estaba segura de que lo había pensado. ¡Y ella que quería impresionarlo con su profesionalidad! Se dijo que no volvería a ocurrir y para compensar aquel fallo se puso a limpiar la cocina.

Tres horas más tarde, cuando regresó, Gray la encontró de rodillas, fregando el suelo, mientras Alice estaba entretenida con una taza de plástico y un cuenco lleno de agua.

– Veo que has estado ocupada -le dijo a modo de saludo, mientras miraba a su alrededor con las cejas levantadas.

Clare levantó la cabeza al oír su voz y al verlo apoyado en la puerta, más masculino que nunca, el corazón le dio un vuelco. Enfadada consigo misma se dijo que se trataba solo de la sorpresa.

Se sentó sobre los talones y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.

– ¿Acaso pensaba que iba a estar todavía en la cama? -le preguntó, con más acidez de la que hubiera deseado.

Si Gray lo notó, no se dio por aludido.

– No, pero tampoco pensaba encontrarte de rodillas.

– Estoy aquí para trabajar -le dijo, con voz altiva.

Gray no dijo nada, pero Clare creyó percibir una mirada divertida en su rostro y de repente se dio cuenta de la pinta que debía de tener con el pelo pegado a la cabeza, manchas de polvo en la cara y la camisa húmeda y sucia. Seguramente estaba comparando su estado lamentable con aquel otro tan diferente que tenía el día anterior cuando le había asegurado que estaba acostumbrada a trabajar duramente.