– ¿Por qué has vuelto tan pronto? -le preguntó, enfadada.
– Ya hemos terminado en los campos. Los chicos están tomando un tentempié y yo he entrado para hacer el té. Si no te importa que pise en tu suelo recién limpio, claro está.
Clare se preguntó por qué estaba tan segura de que se reía de ella, con lo serio que estaba. Se puso en pie, sintiéndose enojada, sin saber la razón
– Lo haré yo. Después de todo es mi trabajo.
– Veo que estás encantada con tu trabajo.
Con el sombrero ladeado se apoyó en uno de los muebles de cocina cercano a la puerta, cruzado de brazos. Tenía las botas polvorientas y las mangas de la camisa remangadas, dejando a la vista sus fuertes muñecas bronceadas.
Parecía relajado, pero a Clare no le pasó desapercibido el poder que emanaba de su cuerpo. Apartó los ojos para buscar té en uno de los armarios.
– No creo que «encantada» sea la palabra más adecuada en este caso -apuntó.
– Entonces, ¿cuál es la palabra adecuada?
Clare se encogió de hombros.
– ¿«Resignada»? -sugirió-. ¡No creo que fregar suelos sea mi trabajo ideal! ¡Estoy acostumbrada a un poco más de trabajo mental y un entorno mucho más agradable!
– Tú propusiste trabajar de gobernanta -señaló Gray.
– Porque era el único modo de poder venir aquí -replicó, sin pensar, pero al verlo fruncir las cejas se dijo que debería haber tenido un poco más de tacto-. De todos modos no te preocupes, pienso respetar mi parte del trato -se apresuró a añadir-. No me hubiera pasado toda la mañana de rodillas si no pensara hacerlo, tal y como prometí -su mirada se perdió un momento en el monótono paisaje que se contemplaba por la ventana-. Además tampoco hay mucho más que hacer aquí -añadió con un suspiro.
Gray se apartó bruscamente del mueble.
– Bueno, con un poco de suerte no tendrás que soportarlo durante mucho más tiempo.
Clare se dio rápidamente la vuelta.
– ¿Has hablado con Jack?-preguntó, ansiosa.
– No, pero he dejado un mensaje para él, así que se lo darán en cuanto se ponga en contacto con sus socios, que será uno de estos días.
Clare miró a Alice que, despreocupada por su futuro, estaba echando agua por el suelo.
– Esperemos que así sea -le dijo.
– Mientras tanto, como muy bien has dicho, estás aquí para trabajar de gobernanta -había un tono implacable en su voz que Clare no había oído antes-. Eso quiere decir que tendrás que hacer la cena de esta noche. Pan y carne fría será suficiente para comer, pero a los chicos les gustaría tomar algo dulce para el tentempié de las mañanas y las tardes. Tal vez, cuando termines con el suelo, podrías hacer una tarta o unas galletas.
Sonaba más a orden que a petición y Clare lo miro con incredulidad.
– ¡Pero todavía queda el resto de la casa por limpiar además de ocuparme de Alice! ¿Cuando me voy a poner a hornear dulces?
– Fuiste tú la que dijiste que no tenías nada más que hacer -dijo, injustamente tras recoger su sombrero-Estaré en la galería. Avísame cuando esté listo el té.
CAPÍTULO 4
– ¡YA ESTÁ bien! -exclamó Clare, al tiempo que ponía un sombrerito a Alice y colocaba a la niña en la sillita-. Vámonos de esta cocina.
Herida por la insinuación de Gray acerca de que al final no iba a poder arreglárselas, decidió probarle que podía ser la mejor gobernanta que había habido nunca en Bushman's Creek. En la despensa había encontrado los ingredientes necesarios, no solo para hacer un pastel de chocolate para aquella tarde sino también tortitas. Había terminado de limpiar la cocina y barrido el salón, y además había dado de comer a siete hombres y un bebé, así que después de recoger decidió que ya era hora de tomarse un descanso.
Fuera el aire era seco y caluroso. Tras dejar la casa, tan resguardada del sol, la luz le pareció tan intensa que tuvo que protegerse los ojos de la claridad. Al pie de las escaleras que bajaban del porche, Clare dudó qué dirección tomar. A un lado quedaba el riachuelo, casi seco, bordeado de algunos árboles. Al otro lado se encontraban las cocinas de los obreros flanqueadas por dos edificios largos y bajos que dedujo serían sus dormitorios, y pensó que tal vez por esa parte habría algo más interesante que ver.
Pero se equivocó. Encontraron una especie de molino de viento, cuyas aspas permanecían inmóviles, dos tanques de agua grandes, una torre de radio y otros hangares bastante deteriorados. Creyó haberlo visto todo, hasta que se encontró con un gallinero. Estuvieron observando un rato a las gallinas, pero enseguida se aburrieron. Todo le parecía tan marrón, tan pobre, tan aburrido.
Además hacía mucho calor. Y estaba todo lleno de moscas.
Se las apartó de la cara con un suspiro y se dirigió a los corrales donde estaba el ganado. Se oían muchos bramidos y gritos procedentes de allí, así que pensó que algo debía de estar pasando. De cualquier modo, sería algo distinto a las gallinas.
Al llegar se encontró con una escena de aparente confusión. Había tanto polvo que al principio le costó ver lo que estaba sucediendo. Después de un rato, lo que en un principio le había parecido una estampida, resultó ser simplemente que estaban cambiando al ganado de sitio.
En cuanto se aseguró de que iban en la dirección contraria a la suya, Clare se acercó más y distinguió a Joe y a un par de empleados que, a caballo, se aseguraban de que la manada no se dispersase, pero a Gray no lo vio.
Decepcionada se dio la vuelta camino de la casa pensando que tal vez el riachuelo habría resultado más interesante después de todo.
Solo había dado unos pasos cuando oyó el sonido de unos cascos detrás de ella. Se volvió y vio a Gray cabalgando sobre un enorme caballo castaño, con una mancha blanca debajo de la nariz. Al principio se asuste porque el animal no paraba de relinchar y mover la cabeza, pero pronto se tranquilizó al ver como lo dominaba, sujetando las riendas firmemente con una mano
– ¿Me querías para algo? -le preguntó y Clare se puso rígida.
– ¿Quererte? -repitió a la defensiva-. ¡Por supuesto que no! ¿Para qué iba a quererte?
– No lo sé. Eso es lo que he venido a averiguar -Gray se bajó del caballo-. Ben me dijo que te había visto en los corrales y pensó que podrías estar buscándome.
– Pues se equivocó -Clare estaba enfadada, más nerviosa de lo que quería admitir por la presencia de aquel hombre, por su competencia y su sonrisa, que no era una verdadera sonrisa, a juzgar por cómo la hacía sentirse-. No estaba buscando a nadie. Solo he salido a dar un paseo. ¿Tienes algo en contra?
– Solo que andes por ahí sin sombrero. Le has puesto uno a la niña. ¿Por qué no lo llevas tú?
– No tengo sombrero. Cuando hice la maleta no pensé en mi ropa. Supongo que imaginaba poder comprar uno aquí; antes, por supuesto de darme cuenta de que estaba a setecientos kilómetros de la sombrerería más cercana -añadió, con un toque de sarcasmo.
– Hay un montón de sombreros en la casa. Esta noche te buscaré uno -Gray se quitó el sombrero y se lo puso a Clare en la cabeza antes de que tuviera la oportunidad de protestar-. Mientras tanto será mejor que te pongas este.
El caballo volvió a relinchar y sacudió la cabeza para apartar a las moscas de sus crines. Parecía impaciente por seguir adelante, pero Gray no le prestó atención.
– Entonces, ¿qué te parece? -preguntó a Clare.
– ¿El qué? -inquirió con desconfianza.
– Bushman's Creek.
– Para ser sincera, no puedo entender por qué le gustaba tanto a Pippa -le dijo, con franqueza.