Gray miró a su alrededor como si tratara de ver las cosas a través de sus ojos.
– Supongo que es un poco distinto de Inglaterra.
Clare pensó en la calle donde vivía, bordeada de casas adosadas, sin ningún tipo de pretensiones, pero con el carácter que le imprimían la pintura de las puertas, ventanas y buzones, así como los diminutos jardines, cuidados con esmero. En primavera los cerezos estaban repletos de flores y en los atardeceres de verano podías tomarte una cerveza en la terraza del pub de la esquina. Le resultaba difícil imaginar un sitio más diferente de Bushman's Creek.
– Sí, un poco -le dijo, con un suspiro.
– No tardarás en acostumbrarte.
Gray acarició la nariz del caballo con gesto distraído y Clare se encontró así misma mirando aquellos largos dedos, completamente fascinada, pero enrojeció en cuanto se vio sorprendida y se apresuró a retirar la mirada.
– No me puedo imaginar habituada a esto -le dijo-. Todo es tan… intimidante. Hay demasiado de todo. Demasiado calor, demasiado cielo, demasiadas moscas… pero no suficiente que hacer ni que ver. Es simplemente, marrón, grande y monótono.
– No puedes juzgar negativamente Bushman's Creek después de un paseo de cinco minutos. Todavía no has visto nada. Espera a ver los lagos, las dehesas y los desfiladeros que hay al final. Espera a que llegue la temporada de lluvias en que los riachuelos se llenan de agua y la hierba te llega por la cintura. Entonces no creo que pienses que la finca está seca y vacía.
Clare lo miró, poco convencida.
– No creo que tenga la oportunidad -le dijo, altiva, aprovechando la ocasión para mostrarle que la noche anterior no había sido ella misma-. Sin duda alguna, Jack habrá regresado antes.
– Y tú no ves el momento de quitarte de encima el polvo de Bushman's Creek, ¿verdad?
– Bueno, la verdad es que no es el tipo de lugar que me gusta -le dijo-. ¡Y después de limpiar la cocina, espero no volver a ver polvo en mi vida!
Gray se quedó mirándola un momento como pensando si valía la pena discutir con ella, pero debió de pensar que no, ya que se volvió a subir al caballo, para fastidio de Clare.
– Si el único problema es el aburrimiento, será mejor que regreses al trabajo -le dijo, secamente-. Volveremos para tomar el tentempié dentro de una hora y media -Clare se quedó mirándolo, con el sol cegando sus hermosos ojos grises-. Y que no te vuelva a ver sin el sombrero -le dijo, y tras poner en marcha al caballo a golpe de espuela, se alejó cabalgando.
Clare lo observó alejarse hasta que lo vio desaparecer en una curva del camino y el polvo que había levantado se había vuelto a asentar; después se enderezó el sombrero y se dirigió a la casa.
– Pareces cansada.
Clare se sobresaltó al oír la voz ronca de Gray, mientras limpiaba la mesa, después de la cena.
– Estoy bien -le dijo, aunque le dolía todo el cuerpo. Tal vez le había dicho a Gray que estaba acostumbrada a trabajar duro, pero desde luego no tanto.
– Has hecho bastante por hoy -le dijo-. Ve a sentarte en la galería y yo te llevaré una taza de café.
La tentación era demasiado difícil de resistir.
– Muy bien -le dijo Clare, tras dejar el trapo, evitando mirarlo a los ojos.
Después de dejarse caer en una de las enormes sillas de paja que había en la galería y cerrar los ojos con un suspiro, se preguntó cómo iba a reaccionar ante Gray. Lamentaba haber sido tan sincera sobre la finca y no haber tenido un poco más de tacto. Después de todo, era el hogar de aquel hombre y se había portado con ella mucho mejor de lo que se merecía. No solo se había ocupado de Alice, sino que además se había preocupado de proporcionarle la silla y la cuna para la niña.
Pensó en el comportamiento tan irascible que había tenido aquella tarde. Su ansiedad por hacer ver a Gray que no estaba desesperada por encontrar a un hombre, como le parecía haberle dado a entender la madrugada anterior, había hecho que terminara por comportarse como una maleducada y una tonta. Así que Gray seguía teniendo una idea errónea de ella.
Clare dio un suspiro que terminó en bostezo. Consciente de lo poco amable que había sido con Gray, se había pasado toda la tarde nerviosa ante la perspectiva de volver a verlo. Hubiera entendido que la dijera que si tan poco le gustaba la finca lo mejor que podía hacer era marcharse; sin embargo, él se había comportado exactamente igual que siempre, lo que implicaba que no dejaba traslucir en absoluto lo que sentía o pensaba.
Por lo menos el pastel y las tortitas les habían gustado y, después de todo, no debía preocuparle lo que Gray pensara de ella, tan solo lo que pensara de Alice, y estaba claro que ya la había aceptado como parte de su familia. Aquella tarde, después de ducharse había bajado a la cocina y la encontró tratando de dar de comer a Alice con una mano y de pelar patatas con la otra.
– Déjame hacerlo a mí -se ofreció, mientras Alice le dedicaba una sonrisa de bienvenida.
Clare lo miró con desconfianza, reacia a incumplir su parte del trato mostrándose demasiado dispuesta a liberarse de parte del trabajo.
– No tienes por qué hacerlo… -empezó a decir, pero Gray la interrumpió.
– Me apetece nacerlo. También es sobrina mía y si se va a quedar aquí, será mejor que aprenda a hacer mi parte.
Era la primera vez que reconocía a Alice como hija de Jack y Clare sintió un tremendo alivio al oírlo. Quería mucho a la niña, pero estaba contenta de poder compartir la responsabilidad de su cuidado con alguien.
– Come muy mal -le advirtió, al tiempo que le pasaba la cuchara-. ¡Seguramente lamentará no haber esperado a ducharse después!
Alice tenía su propia cuchara, que no paraba de agitar en el aire y, a veces, intentaba meter en el plato; pero lo que más le gustaba era meter los dedos en el puré que Clare había hecho especialmente para ella. Clare estaba acostumbrada a verla después pringarse la cara y el pelo, pero hubiera apostado a que Gray no se esperaba encontrar nada parecido al ofrecerse a darle de comer. Sonrió al pensar en la tremenda sorpresa que se llevaría si pensaba que alimentar a su sobrina era simplemente cuestión de meterle una cucharada tras otra en la boca.
Tal y como esperaba, Alice se negó a comer y después de un rato, Gray miró a Clare con desesperación.
– ¿Crees que está comiendo algo? ¡Me da la sensación de que llevo yo casi todo el puré encima!
Le dejó tiempo para recuperarse mientras bañaba y vestía a Alice, pero antes de acostarla volvió a llevársela para que le diera las buenas noches. Alice tendió los brazos en cuanto lo vio y Gray la apretó contra sí, con tal expresión de ternura en el rostro que a Clare se le hizo un nudo en la garganta al verlo y tuvo que apartar la mirada.
Mientras recordaba aquello pensó que, a pesar de ser tan callado, en ningún momento resultaba un hombre anodino, y había algo intimidante en esa capacidad suya para el silencio y la tranquilidad, algo inquietante en sus inexpresivos ojos castaños. Y para colmo había descubierto que además era un hombre tierno.
Estaba pensando en la suerte que tenía Alice, cuando abrió los ojos y se encontró a Gray mirándola fijamente, con una expresión peculiar.
– Lo siento, no quería molestar -le dijo, al verla incorporarse de golpe. Dejó una taza de café sobre la mesa que tenían al lado-. ¿Estabas dormida?
– No -horrorizada de lo ronca que había sonado su voz, se aclaró la garganta-, solamente pensando.
– ¿En qué?
Gray apagó las luces, dejando solo la fluorescente que servía para ahuyentar los insectos de la casa. A veces se oían unos chasquidos y chisporroteos que indicaban que algún mosquito había caído en su trampa.
Cuando lo vio sentarse a su lado, Clare agradeció la oscuridad. Se preguntó qué diría Gray si supiera que había estado pensando en él y en lo que sentiría si la besara.
– ¡Oh, simplemente que Alice parece haberle tomado cariño! -dijo, en cambio, y se volvió para mirarlo en la oscuridad-. Se le dan bien los niños. ¿Ha deseado alguna vez tener alguno propio?