– ¿Y… y dice cuándo piensa regresar?
– No hasta después de la temporada de lluvias.
– ¿Y eso cuándo será?
Se volvió para mirarla.
– No hasta dentro de cinco meses, por lo menos.
– ¡Cinco meses! -Clare lo miró, consternada, al darse plena cuenta de lo que implicaba la carta de Jack-. Cinco meses… -repitió, más despacio.
– Lo siento, Clare.
– Tendré que marcharme a casa -le dijo, sin mirarlo. Todo el esfuerzo que le había supuesto traer a Alice y adaptarse a aquella tierra no había servido de nada.
Gray dudó.
– Podrías quedarte -sugirió Gray.
– Solo durante dos meses más. Tengo una visa válida solo para tres meses y las leyes australianas son muy estrictas.
– No si estás casada con un australiano -Clare se quedó mirando fijamente al suelo, hasta que levantó la cabeza muy despacio para mirar a Gray, con los ojos muy abiertos, consciente de lo que parecía estar sugiriéndole-. Podrías casarte conmigo.
Incapaz de hablar, lo único que pudo hacer fue permanecer allí sin moverse, aturdida, mientras en el silencio que la rodeaba parecía resonar el eco de las palabras de Gray.
Clare se humedeció los labios.
– ¿Casarme contigo? -consiguió decir finalmente, segura de no haber oído bien.
– Siendo mi esposa tendrías derecho a permanecer en este país.
– ¡Pero… pero tú no te quieres casar conmigo!
Le pareció notar un cambio de expresión en sus ojos, pero pasó tan rápido que no pudo interpretarlo.
– Estoy tratando de dar una solución práctica al problema -le dijo-, porque creo que Alice es lo que más importa. Está feliz y se ha adaptado bien. No creo que fuera bueno para ella volver a Inglaterra y regresar cuando, finalmente, aparezca Jack. No estoy diciendo que vayamos a estar casados toda la vida. Tan pronto como regrese Jack y se aclare el futuro de Alice, nos separaremos y podrás regresar a tu trabajo en Inglaterra, como habías planeado.
– No… no sé -tartamudeó Clare. Le daba vueltas la cabeza solo de pensar en casarse con él.
– ¿Cuál es el problema? -le preguntó.
Clare lo miró, un poco desesperanzada.
– Todo, en realidad… No me puedo creer que sea tan fácil casarse y después separarse cuando nos convenga.
– No veo por qué no -dijo Gray-. Los dos sabemos que se trata simplemente de un acuerdo práctico. No será muy romántico, pero no tiene por qué serlo tampoco.
Clare pensó en Mark y en cómo había soñado casarse con él un día y se preguntó cómo podría haber imaginado que se iba a terminar casando con un hombre tan diferente a él.
Mientras trazaba con el dedo un dibujo invisible en el tronco de un árbol, preguntó:
– ¿Y Lizzy?
– ¿Qué pasa con ella?
– Todavía la amas.
Gray volvió la cabeza para mirarla. En sus ojos había una expresión enigmática.
– ¿Ah, sí?
Se hizo un largo silencio y al final fue Clare la que miró a otro lado.
– ¿Qué pasa si cambia de opinión y averigua que te has casado?
– Eso no va a suceder -le respondió tranquilamente-. Lizzy está comprometida con un hombre que conoció en Perth, así que no va a regresar ahora.
Clare no estaba segura de si aquello la hacía sentir mejor o peor.
– Ya -dijo, lentamente.
– Lizzy no tiene nada que ver con esto. Lo único que ocurre es que ni usted ni yo podemos casarnos con la persona que queremos y ninguno de los dos esperará nada de este matrimonio aparte de una solución práctica al problema que tenemos.
– Pero el problema es sólo mío -se sintió obligada a puntualizar Clare-. ¿Por qué ibas a casarte con una mujer a la que apenas conoces?
– Por Alice. Es de mi familia y los Henderson miran por los de su propia sangre. Creo que sería mejor que te quedaras con ella hasta que regrese Jack, y si casarnos es la única manera de conseguirlo, eso es lo que haré. Además resuelve el problema práctico de tener a alguien que la cuide durante el día. Si tú no estuvieras tendría que buscar una persona para que se ocupara de ella, y es difícil encontrar una buena gobernanta.
– ¿Quieres decir que te casarías solo por tener la casa limpia y la comida preparada? -le preguntó Clare, con acritud.
– No -le respondió, mirándola a los ojos-. Pero si lo haría por Alice. No es como si fuera a ser para siempre. Ya sé que este no es el tipo de lugar en el que quieres vivir, pero Londres te estará esperando todavía cuando vuelva Jack. Solo serán unos meses y tú misma dijiste que querías alejarte de tu entorno por un tiempo. ¿Por qué no estar aquí con Alice?
– ¿Por qué no? -dijo Clare, casi como si estuviera hablando consigo misma-. Será más barato que viajar… ¡Oh, pero qué ridiculez! -se alejó, como impulsada por lo absurdo de la situación-. No me puedo creer que de verdad esté pensando en casarme con un hombre al que ni siquiera he…
Clare se detuvo bruscamente, como si de repente se encontrara al borde de un abismo.
– ¿Al que ni siquiera has besado? -terminó de decir Gray por ella y dio unos pasos para poder estar a su altura y mirarla a los ojos-. ¿Es eso lo que ibas a decir?
Casi se le cortó la respiración al darse cuenta de lo cerca que estaba de ella.
– Sí -dijo muy bajito, queriendo sonar fría y tranquila, aunque era consciente de lo deprisa que le latía el corazón.
– Eso tiene fácil remedio, ¿no te parece?
Clare no pudo responder, solo fue capaz de permanecer allí de pie, inmovilizada por la luz de aquellos ojos, mientras muy dentro de ella tomaba vida una mezcla de anticipación y terror ante la fuerza de aquel traicionero deseo.
Sin prisas, Gray le quitó el sombrero y lo dejó caer sobre un tronco que había a su lado. Después se quito el suyo, lo sostuvo en una mano mientras con la otra acariciaba la mejilla de Clare, antes de deslizar suavemente los dedos bajo sus sedosos cabellos oscuros.
Clare los sintió, cálidos y fuertes en su nuca y temblorosa le dejó que la atrajera contra él y buscó apoyo en su pecho. Gray examinó su rostro durante largo rato con una expresión en los ojos que estuvo a punto de hacer que se le parara el corazón, y después la besó,
Clare creyó haber dejado de sentir la tierra bajo sus pies y cerró los ojos, mitad aterrorizada y mitad entusiasmada ante la intensidad de lo que sentía con el primer roce de sus labios. Era como si un rayo de sol hubiera atravesado la sombra, inundándola con una luz cegadora que reduciendo el mundo a su alrededor a un mero borrón, solo le hubiera dejado la capacidad de sentir el calor de Gray, el sabor de su boca y la suavidad de sus labios explorando los de ella con un efecto tan dulcemente devastador.
Con el sombrero aún en la mano, Gray le rodeó la cintura e intensificó su beso. Clare se fundió con él, sintiéndose tan ligera como si no tuviera huesos, mareada de placer, impotente bajo el agradable tormento de sus labios y, cuando él levantó la cabeza, Clare no pudo reprimir un gemido de protesta.
La volvió a apretar contra él, en respuesta, antes de soltarla de mala gana.
– Ahora piensa en casarte conmigo -le dijo.
Clare lo miró medio mareada, sin saber lo grandes y oscuros que se veían sus ojos, ni lo tentadora que temblaba su boca. Se sentía flotar, como si careciera de cuerpo e incapaz de moverse, mientras sus sentidos le recordaban lo que había experimentado mientras Gray la besaba, hasta que de repente tomó plena conciencia de lo que la rodeaba: todo estaba en silencio, hacía calor, no corría ni una ráfaga de viento y olía a una mezcla de polvo, corteza y hojas secas. Vio la luz cegadora, más allá de la sombra en la que se encontraban y sintió el movimiento de la tierra bajo sus pies.
De repente las ramas sobre su cabeza parecieron despertar a la vida cuando una bandada de pájaros remontó el vuelo y el hechizo se rompió. Consciente de que las piernas no la iban a sostener, Clare se dejó caer sobre el tronco y sacudió la cabeza, como para recuperar la lucidez.