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– No necesitas tomar una decisión de inmediato -le dijo, malinterpretando el gesto.

– No estaba diciendo que no -dijo Clare, haciendo un tremendo esfuerzo para recuperarse-. Quería decir… no estoy segura de lo que quería decir -confesó, con impotencia, mientras se preguntaba qué demonios le sucedía a ella, Clare, famosa en su trabajo por mantener siempre la compostura y ser capaz de salir de cualquier crisis. No había sido más que un beso, y ni siquiera largo o demasiado apasionado. No había razón para sentir como si el mundo estuviera dando vueltas a su alrededor-. Tendré que pensarlo -dijo.

– Por supuesto -mientras se ponía el sombrero con calma, Gray no quitó los ojos de su rostro arrebolado-. Puedes tomarte el tiempo que necesites. Ahora tengo que volver al trabajo -le dijo, y al ver que Clare no decía nada se dio la vuelta para marcharse-. Cuando hayas tomado una decisión -le dijo, mientras se alejaba-, házmelo saber.

Clare observó la cuna que Joe había restaurado, haciendo que casi pareciera recién comprada. Con un colchón nuevo resultaba perfecta. Acarició los bordes con el dedo y deseó que Alice no estuviera dormida, para tomarla en sus brazos y estrecharla. A veces, como en aquel momento, cuando miraba a la hija de Pippa, la quería tanto que casi le dolía. Se sentía capaz de hacer cualquier cosa por ella.

Incluso casarse con Gray Henderson.

No había tenido que pensárselo mucho, después de todo, porque no había otra alternativa. La ley decía que solo podía pasar tres meses en Australia y no podía permitirse marcharse y regresar para obtener otra visa, e incluso si pudiera no estaba segura de que las autoridades se lo permitieran. Sin duda el matrimonio era su única opción y Gray el único marido posible.

No estaba segura de por qué la idea de casarse con él la ponía tan nerviosa. No era desagradable ni feo. En realidad, tal vez sería más fácil si lo fuera.

El recuerdo de su beso la hizo estremecerse. Si no la hubiera besado. Si pudiera dejar de recordar lo que había sentido al besarlo.

Confundida por su propia reacción, Clare no había parado de dar vueltas toda la noche. No creía que pudiera estar bien besarse de ese modo, cuando los dos estaban enamorados de otra persona. No entendía por qué habían sentido algo tan intenso. Gray no lo había admitido, pero estaba claro que aún amaba a Lizzy. Y además estaba Mark… Mark al que ella había amado tan intensamente, segura de no poder amar nunca a nadie de aquel modo.

Pero cuando trató de recordar el rostro de Mark, tan solo pudo ver a Gray de pie delante de ella, con el ala del sombrero ocultándole el rostro y esa sonrisa enigmática en su boca. Gray con sus inexpresivos ojos castaños, su paso lento y su cuerpo musculoso.

El hombre con el que se iba a casar.

Clare permaneció todavía largo rato mirando la cuna, respiró profundamente y salió en busca de Gray.

Estaba en la galería, tal como había imaginado, apoyado en la barandilla y mirando a las estrellas que, como todas las noches, poblaban el cielo. Clare podía distinguir su figura, pero cuando se dio la vuelta, se dio cuenta de que no veía la expresión de su rostro. Pensó que había sido una tonta al ponerse tan nerviosa por lo que le tenía que decir, y se alegró de no haber esperado hasta la mañana para nacerlo. Era el tipo de conversación que resultaba más fácil tener en la oscuridad.

Fue a apoyarse a su lado en la barandilla, y contemplaron juntos las estrellas un rato, sin mediar palabra. Todo estaba en silencio y por suerte hacía fresco, después del intenso calor diurno. Al mismo tiempo que se dejaba invadir por la paz de la noche, sus dudas empezaron a desvanecerse.

– He estado pensando en lo que dijiste ayer -comenzó, sin dejar de mirar al cielo- ¿Todavía sigue la oferta en pie?

Gray se volvió para mirar su rostro, pálido y luminoso bajo la luz de las estrellas.

– Sí.

– Entonces, me gustaría aceptarla, aunque sé que no es el modo en que ninguno de los dos desearíamos contraer matrimonio -se apresuró a decir, para que no pensara que quería que la abrazara o fingiera una alegría que no sentía-. Sin embargo quisiera poner una condición.

Gray se puso en guardia.

– ¿Cuál?

– Creo que deberíamos firmar un documento legal por el que quedara claro que yo no puedo reclamar nada cuando me vaya. No quiero que pueda parecer que me voy a beneficiar económicamente por casarme contigo. En tu caso no ibas a obtener ningún provecho -añadió con ironía-, porque no poseo ningún bien.

– Yo no diría eso -le dijo, mirándola intensamente a los ojos.

Clare se dio cuenta de que estaba enrojeciendo, sin saber por qué.

– Aparte de mi habilidad con una escoba y un recogedor, por supuesto -le dijo, con una sonrisa nerviosa.

– No estaba pensando precisamente en eso -Gray se volvió a mirar el perfil de los gomeros contra la oscuridad del cielo-. Podemos firmar un documento legal, si piensas que es necesario. Hablaré con mi abogado sobre ello y tal vez podamos hacer un viaje hasta Perth para firmarlo. Sí, de todos modos sería buena idea ir a Perth, porque querrás comprar un vestido de novia, y además podríamos adquirir los anillos y cualquier otra cosa que Alice y tú vayáis a necesitar.

– ¿Te parece necesario gastar dinero en un vestido de novia? En realidad no va a ser una boda de verdad.

– Nosotros lo sabemos, pero de cara al resto de la gente debe ser absolutamente convincente. Será más fácil que las autoridades se cuestionen nuestro matrimonio si no celebramos una boda como Dios manda, con vestido, fotos e invitados. Me temo que tendremos que invitar a toda la gente del distrito y actuar un poco.

– No había pensado que habría otra gente implicada -confesó-. ¿No van a pensar todos que es un poco raro que hayas decidido casarte conmigo de repente?

– No creo que les parezca extraño, porque para cuando nos casemos ya llevarás aquí casi dos meses, y habremos estado viviendo solos en la casa todo ese tiempo. Lo más natural sería que nos enamoráramos.

Clare sintió que el rubor coloreaba sus mejillas y agradeció la oscuridad.

– Supongo que ellos no van a saber lo que sentimos en realidad.

– No, y tienen que seguir sin saberlo -le dijo Gray-. Ya has visto la cantidad de gente que pasa por aquí, por una u otra razón, así que no podemos permitirnos que nadie sospeche que no se trata de un matrimonio de verdad. Vamos a tener que fingir. ¿Crees que podrás hacerlo?

– Podré, si puedes tú -de repente lo asaltó una duda-, a no ser que…

– ¿Qué?

– Nada -se apresuró a decir.

– Dímelo -se incorporó en la barandilla, con el ceño fruncido.

– Bueno, solo que… hay una cosa que… -incapaz de mirarlo a los ojos, se concentró en uno de sus dedos con el que estaba trazando una línea imaginaria en la barandilla, preocupada sobre cómo preguntarle si se quería acostar con ella o no. Se sintió estúpida, ante tal preocupación porque, al fin y al cabo, los dos eran adultos y después de respirar profundamente decidió hablar antes de arrepentirse-: Me preguntaba si pensabas… si estabas pensando… que nosotros… -sintiéndose incapaz de continuar, se calló y empezó de nuevo-. Creo que estoy tratando de preguntarte cómo de casados exactamente vamos a estar -miró a Gray-. Ya sabes lo que quiero decir.

– Sí, ya sé lo que quieres decir -le dijo y después le apartó un mechón detrás de la oreja-. ¿Cómo de casada te gustaría estar, Clare?

– No… no estoy segura -le confesó.

– Entonces esperaremos hasta que lo estés -le dijo con calma-. Es decisión tuya.

– Pero, ¿y si fuera decisión tuya?

Una sonrisa le iluminó el rostro.

– Yo soy un hombre, Clare, no una máquina y tú eres una mujer muy atractiva. Si queremos que nuestro matrimonio sea convincente tendremos que compartir la alcoba y no me extrañaría que bajo esas circunstancias hiciéramos muchas otras cosas -se encogió ligeramente de hombros-. No hay prisa en tomar la decisión. ¿Por qué no te lo piensas?