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– No quiero pensarlo -Clare se volvió para mirarlo-. Estoy harta de pensar. Nos vamos a casar y será más fácil para los dos si nos comportamos de la manera más normal posible. Somos adultos y libres, así que no veo ninguna razón para que no… ya sabes…

– Sí, lo sé -le dijo, gravemente, aunque Clare estaba convencida de haber detectado cierto tono humorístico en su voz. Trató de no darse por aludida y continuó.

– Tal vez resulte extraño hablar de ello así en frío, pero quizás podríamos hacer lo que hace la gente normal. Podríamos tratar de olvidar que es por el bien de Alice y simplemente… conocernos.

Gray sonrió y tomándola por la cintura, la atrajo suavemente hacia sí.

– ¿De este modo? -le sugirió.

– Sí -respondió Clare, notando que le empezaba a faltar el aire. Ella misma lo había sugerido y era lo que de verdad deseaba, pero no estaba preparada para la intensa reacción de su cuerpo ante el tacto de los dedos masculinos a través de la fina tela de su vestido, ni para la manera en que se le había acelerado el pulso-. Podríamos… fingir que… nos estamos enamorando y ver hasta donde nos lleva eso -le dijo, con la voz cada vez más entrecortada, a medida que Gray bajaba la cabeza para casi… rozarle los labios.

– Finjamos -aceptó, y salvó el poco espacio que quedaba entre ellos.

Clare dejó escapar un suspiro y, tras separar los labios bajo los de Gray, deslizó los brazos alrededor de su cuello, abandonándose al placer embriagador que le producía explorar su boca. Como a la deriva en un torbellino de sensaciones, sintió que se licuaba, que los huesos se le convertían en miel y se apretó más contra él, embrujada por el encantamiento del beso que los tenía esclavizados. Era como si este poseyera voluntad propia, de manera que ninguno de los dos pudiera liberarse, aunque así lo hubiera deseado.

Nunca supo cuánto tiempo habían estado besándose bajo la oscuridad que reinaba en la galería, pero le pareció que aquel beso duraba una eternidad y al mismo tiempo había terminado demasiado pronto. Gray le tomó el rostro entres sus largos y fuertes dedos y se fue separando lentamente de ella con suaves besos, hasta terminar con uno muy rápido en los labios. Después levantó la cabeza y, casi sin aliento, se miraron durante largo rato a los ojos.

– Aunque solo finjamos estar enamorados, te diré que no he parado de pensar en ello desde que me besaste ayer.

– Aunque solo estemos fingiendo -le contestó Gray, con una sonrisa- yo llevo pensándolo desde hace mucho más tiempo. Vamos -la soltó-. Te acompañaré a tu habitación.

Aquello se convirtió en una rutina diaria: por el día, Gray la trataba como había hecho siempre. Clare era solo la gobernanta y él, el dueño del rancho. Ninguno de los trabajadores hubiera adivinado que cuando se marchaban a sus dormitorios, tras la cena, Gray la tomaba de la mano para llevarla a la galería y besarla a la luz de las estrellas.

Clare se repetía a sí misma que solo estaban haciendo lo acordado: conocerse, fingir ser una pareja normal para que también pudieran fingir ser un matrimonio normal, pero a medida que pasaban los días se sentía más nerviosa, al darse cuenta del efecto devastador que el más mínimo roce de Gray tenía en ella. Pensaba continuamente en él, en su boca, sus manos y la poderosa masculinidad de su cuerpo.

A veces miraba a Gray y la inundaban los recuerdos de sus besos, y el deseo era tan fuerte que la dejaba mareada y casi sin respiración. Clare sabía que solo se trataba de una fuerte atracción física, pero le impedía concentrarse en nada que no fuera un estremecimiento de anticipación cuando caía la noche. Esperaba con ansiedad el momento en que Gray la sentaba sobre sus piernas, aunque cada vez que ocurría una voz dentro de ella le advertía de lo fácil que le podía resultar olvidarse que no se trataba de algo verdadero. Gray nunca lo olvidaba. Era él quien ponía fin a los besos y la escoltaba educadamente hasta su habitación. Frustrada se decía que si fueran una pareja de verdad no la dejaría en la puerta de la alcoba con un casto beso de buenas noches. «Tú decides» le había dicho, y el eco de sus palabras resonaba en los oídos de Clare mientras colgaba la ropa y daba de comer a las gallinas. Lo único que tenía que hacer era decírselo. No tenían por qué hacer un mundo de ello porque ambos eran libres y se habían comprometido a pasar juntos unos meses. ¿Por qué no iban a dar rienda suelta a la atracción física que existía entre ellos? No tenía por qué significar nada. Sería un modo de sacarle el mayor provecho posible a una situación que de todos modos era extraña.

Ensayó todos los modos posibles de decir a Gray que ya se había decidido. Era muy importante dejar claro que en lo concerniente a ella era una cuestión simplemente física. Le diría que no tenía por qué preocuparse por que ella se fuera a implicar sentimentalmente, se trataría tan solo de una aventura pasajera y no esperaba nada de él.

Pero, en cuanto Gray la tomó en sus brazos aquella noche, todos los argumentos que tan cuidadosamente había escogido se desvanecieron, quedaron olvidados en la estremecedora excitación que se apoderó de ella. ¿Cómo iba a poder hablar cuando los labios de él atrapaban los suyos, cuando sus manos le recorrían los muslos, bajo la falda, con cálida insistencia? ¿Cómo podía pensar cuando estaba humedeciendo la piel de su cuello con unos besos lentos, suaves y seductores?

– Será mejor que lo dejemos mientras podamos -murmuró Gray, mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás, incapaz de reprimir un gemido de placer.

– No -susurró. Era lo único que podía decir después de todos los discursos que había preparado-. No… no pares -musitó, con voz entrecortada-. No quiero parar.

Gray dejó de acariciarla de repente y se quedó mirándola en silencio antes de ponerse de pie. Clare se sintió abatida. ¿No la deseaba? ¿La iba a rechazar? ¿Acaso pensaba que era mejor esperar hasta que se conocieran mejor?

Se preparó para hablarle con todo el tacto del que fuera capaz, pero cuando Gray le tomó la mano para guiarla a través del oscuro pasillo, no se detuvo en la puerta de la habitación donde ella dormía con Alice para darle las buenas noches, como había hecho hasta entonces, sino que la llevó a su dormitorio.

– ¿Estás segura, Clare? -le preguntó.

La anticipación la hacía temblar y los latidos de su corazón le retumbaban en los oídos, pero consiguió sonreír. Después levantó las manos y las apoyó en el musculoso pecho masculino de Gray.

– Estoy segura -respondió, suavemente.

Gray miró sus brillantes ojos durante largo rato y después sonrió.

– Muy bien -le dijo, con una voz que Clare sintió vibrar en su piel, y cerró la puerta del dormitorio suavemente.

CAPITULO 6

UNA SEMANA más tarde se marcharon a Perth. A Clare se le hizo muy raro encontrarse de nuevo en una ciudad, y estaba encantada de volver a ver coches, tiendas y edificios de oficinas. Las calles estaban llenas de gente vestida con elegancia, y tenían un aire cosmopolita que contrastaba vivamente con el silencio y la quietud de Bushman's Creek.

Le debería haber resultado familiar, pero, sin embargo no lo era. Ahora para ella familiar era el rancho, con su riachuelo y sus inmensos terrenos polvorientos, y aunque sabía que Gray pensaba que estaba impaciente por regresar a una ciudad, no era así.

Los últimos días en el rancho habían sido especiales, con sus noches largas y dulces. A pesar de haberlo deseado tanto, nunca hubiera imaginado que sentiría aquella pasión abrasadora que se había encendido entre ellos desde aquella primera noche y que no había cesado de dejarla temblorosa siempre que Gray la tocaba o le rozaba la piel con los labios.

Cada vez le resultaba más difícil recordar que solo fingían ser una pareja normal. Dos días antes, a su regreso de Mathinson había encontrado a Gray tratando de dar de comer a Alice en la cocina. Ya había conducido hasta el pueblo otra vez para comprar comestibles, sobre todo fruta y verduras que no podían cultivar, y el viaje de ida y vuelta le llevó más de cuatro horas, por lo que esta vez había dejado a Alice al cuidado de Gray.