Entonces no había dado problemas, pero esta vez en cuanto entró se dio cuenta de que había estado dando guerra. La cocina presentaba un estado de caos totaclass="underline" por todas partes había restos del puré que Clare había dejado preparado y allí estaba Gray, con una sonrisa en los labios tratando de conseguir que la rebelde Alice aceptara otra cucharada de comida.
Al verla, alivio y algo más se había reflejado en sus ojos, pero antes de que Clare tuviera la oportunidad de averiguar qué era, Alice la había visto y estalló en un incompresible parloteo, con el que debía estar queriéndole decir que Gray no tenía la menor idea de cómo a ella le gustaba comer y blandió la cuchara en la mano con mucho brío, como para dar más fuerza a su argumento, haciendo volar por el aire un poco de puré de patatas y zanahorias, que fue a parar a la cara de Gray, que suspiró y se lo limpió.
Clare se echó a reír al ver la cara que ponía y, tras dejar la caja en el suelo, fue a humedecer un trapo en el fregadero.
– ¡Es gracioso ver cómo un hombre que es capaz de saltar de un caballo a galope para tumbar a una res, no se las puede arreglar con una niñita! -bromeó, mientras se agachaba para limpiarle a Alice las manos y la cara, a pesar de sus protestas.
– No me explico cómo consigues que coma un solo bocado -le dijo, resignado ante su incapacidad.
– Le gusta comer sola, así que la dejo que lo haga y después limpio todo lo que ha ensuciado -le dijo, Clare.
Cuando se incorporó vio que Gray todavía tenía manchada la mejilla de puré y, sin pensárselo dos veces, apoyó una mano en su hombro y le limpió con un pico del trapo. Hasta que no fue a retirarse de su lado no se dio cuenta de la naturalidad con que lo había tocado. Lo había limpiado como si fuera un niño, pero al mirarlo a los ojos no hubo nada infantil en la manera de latir apresuradamente de su corazón.
La mirada se intensificó y duró un interminable momento, como si una fuerza invisible, imposible de resistir les impidiera separarse. Clare ni siquiera lo intentó, le apretó los hombros con los dedos y se inclinó para rozar sus labios. Al principio fue un beso suave, pero cuando ella trató de apartarse, Gray la hizo sentarse sobre sus rodillas. Clare se apretó contra él y, tras rodearle el cuello con los brazos, se fundieron en un beso apasionado.
Alice no parecía impresionada, pero sí molesta por la repentina falta de atención, así que dejó escapar un grito agudo. Gray abrió un ojo y frunció el ceño, pero Alice volvió a gritar y, tras golpear la mesa, volcó el plato de comida.
Al empezar a darse cuenta de sus travesuras, Clare levantó la cabeza, con desgana.
Satisfecha de que ya le estuvieran mirando los dos, les dedicó una sonrisa y, como para premiarlos por su obediencia, se puso el plato en la cabeza a modo de sombrero.
– ¡Alice! -Clare dio un salto para tratar de evitarlo y el momento mágico pasó. No se habían dicho nada, pero sabía que había sido un paso importante. Era la primera vez que se besaban durante el día como dos enamorados y había sido algo completamente natural.
No, Clare no había estado deseando a marcharse de Bushman's Creek, en absoluto.
Miró a Gray por el rabillo del ojo y sonrió. Lo más lógico sería que pareciera fuera de lugar en el ambiente sofisticado de Perth, pero no era así. Se lo veía tan calmado y seguro de sí mismo como en el rancho y conducía el coche que habían alquilado en el aeropuerto igual de bien que montaba a caballo o pilotaba una avioneta.
Gray la miró y vio su sonrisa.
– ¿Estás contenta de regresar a la ciudad?
Clare se sobresaltó al oír su pregunta. Se había acostumbrado tanto a estar triste por Mark, apenada por la muerte de su hermana o preocupada por el futuro de Alice que le asombraba darse cuenta de que era feliz por primera vez en mucho tiempo.
– Sí, mucho.
Gray había reservado un hotel con vistas al río Swam y, desde la ventana de su habitación, podían ver las embarcaciones deportivas deslizándose suavemente por las azules aguas.
– ¡Esto es maravilloso! -exclamó, al ver que Gray se había acercado también a disfrutar de la vista.
El rostro se le había iluminado y le brillaban los ojos.
– Supuse que te gustaría -le dijo, con una nota extraña en la voz-. Alice está profundamente dormida -añadió, poco después.
– No me extraña -Clare se acercó a la cuna que les había proporcionado el hotel, situada en un rincón de la habitación. Alice estaba tumbada de espaldas, totalmente relajada, con los brazos a la altura de la cabeza y los puñitos apretados-, porque no durmió nada durante el vuelo -volvió a acercarse a Gray que seguía al lado de la ventana-. Creo que no vamos a ir a ningún sitio durante un par de horas.
– No.
Por alguna razón el aire pareció hacerse más denso. Se miraron y después apartaron la mirada. Clare empezó a sentir un temblor que le nacía muy dentro, y cuando por fin Gray levantó la mano para apartarle un mechón de la cara, contuvo la respiración.
– ¿Qué deberíamos hacer hasta que se despierte? -le preguntó él, suavemente.
– ¿Qué sugieres? -le preguntó con la voz enronquecida.
– Bueno -su mano empezó a deslizarse por el cuello de Clare-, tengo que hacer unas llamadas de trabajo. Si quieres puedes echar un vistazo a la guía turística y decidir qué es lo que te apetecería visitar.
Sus dedos habían alcanzado ya el escote, y acariciaba descuidadamente el borde, con tanta suavidad que Clare se estremeció.
– Podría hacerlo -respondió con dificultad, sintiendo que le costaba oírse porque los latidos de su corazón ensordecían sus palabras.
– O…
– ¿Sí? -alcanzó a decir Clare, porque Gray había comenzado a desabrocharle los botones de la blusa, con una lentitud exasperante.
– O podríamos tumbarnos -terminó de decir con una sonrisa picara en los labios.
– ¿Estás cansado? -le preguntó Clare, sonriendo a su vez.
– No.
Gray desabrochó el último botón de la blusa y tras deslizársela por los hombros la dejó caer al suelo. La tomó por la cintura y sonrió abiertamente al notar como Clare se estremecía y respiraba profundamente, con los ojos oscurecidos en respuesta a las suaves caricias que sentía sobre su piel satinada.
– ¿Y tú?
– No -respondió Clare, que sucumbiendo a la tentación, deslizó las manos hasta los hombros de Gray y se deleitó acariciando sus músculos-. En absoluto.
Mucho tiempo después, cuando abrió los ojos vio como los últimos rayos del sol vespertino entraban por la ventana.
Sintió que toda la alegría y energía de aquel sol la inundaba y se estiró con placer. Después se volvió hacia el lado de Gray y lo besó en el hombro.
– Alice sigue durmiendo profundamente -murmuró él.
Al levantar la cabeza Clare vio que la miraba con la sonrisa más cálida que había visto nunca en sus labios y sintió que nacía algo dentro de ella en lo que prefirió no detenerse a pensar, ya que de reconocérselo a sí misma le supondría tener que tomar una decisión, y en aquel momento lo único que quería era seguir allí tumbada al lado de Gray.
– ¿Está todavía dormida? -le preguntó, estirando los brazos con pereza.
– Aunque parezca increíble, sí -respondió mientras enredaba un dedo en los cabellos de Clare-. Y la verdad es que no es que hayamos estado quietecitos, precisamente -bromeó, tirándole suavemente del pelo.
Clare enrojeció y se echó a reír.
– No creo que podamos seguir haciendo lo mismo cuando sea un poco más mayor.
Se mordió el labio al darse cuenta al instante de que con sus palabras había querido decir que seguirían haciendo el amor cuando Alice tuviera la edad suficiente como para enterarse de lo que estaban haciendo, y ella no estaría ya allí cuando Alice fuera mayor. Recordar aquello fue como sentir que una nube había tapado el sol de repente, privándola de su luz y calor.