Se apartó de él y se sentó sobre la cama.
– ¿Qué pasa?
– Nada -Clare se había puesto de espaldas a Gray para que no pudiera verle la cara-. Simplemente me estaba dejando llevar demasiado por el entusiasmo -le dijo, tratando de que su voz sonara alegre.
– ¿Qué quieres decir? -empezaba a notarse cierto enfado en su tono.
– Que por un momento olvidé que no estaría aquí cuando Alice sea mayor.
Clare le oyó levantarse.
– No, porque ya habrás vuelto a Londres, ¿verdad? -afirmó, sin que su voz denotara ningún sentimiento.
– Sí-respondió, tratando de parecer entusiasmada.
Se levantó también, sacó la bata de la maleta y se la puso, apretándose el cinturón como si buscara algún tipo de calor y seguridad en ella. Por supuesto que se iría a Londres, era allí donde tenía su vida. Siempre había pensado que su estancia en Australia sería algo temporal. Clare se recordó que dentro de unos meses se iría a casa y pensaría en Gray con gratitud por haberle hecho más fácil dejar a Alice en un hogar lleno de amor. Le debía mucho, porque se daba cuenta de que incluso le había hecho olvidar a Mark.
– ¿Gray? -al darse la vuelta vio que ya se había puesto los pantalones y se estaba abrochando la camisa. Su rostro volvía a ser impenetrable.
– ¿Qué?
– Quería decir… -su fría indiferencia le impidió seguir.
– No necesitas decir nada, Clare -le dijo, secamente-. Los dos conocemos perfectamente la situación.
– Lo sé, pero quería que no pensaras que yo… que estoy tomando esto en serio.
– ¿Tomando el qué seriamente? ¿El sexo?
– Sí -tuvo que tragar saliva. Dicho así sonaba muy impersonal-. Lo que tenemos es fantástico, pero sé que se trata de algo meramente temporal. Tal vez en eso resida parte de su atractivo -añadió, dubitativa-. Creo que lo que trato de decir es que no tienes que preocuparte porque yo me vaya a implicar… emocionalmente -el rubor tiñó levemente sus mejillas al recordar cómo lo abrazaba y las cosas que le decía cuando hacían el amor-. Supongo que a veces puede parecer como si…
– No parece nada -le respondió Gray, bruscamente, mientras se metía la camisa por debajo de los pantalones-. Escucha Clare, llegamos a un acuerdo, así que no tienes por qué sentirte culpable por pasártelo bien.
– ¡Y no me siento culpable! Es solo que…
– No veo motivo alguno para seguir hablando de esto. Los dos convinimos en hacer las cosas lo mejor posible y eso es lo que estamos haciendo. Cuando regrese Jack, cada uno volverá a hacer su vida. ¿No es eso lo que los dos queremos?
– Sí, eso es lo que queremos los dos -respondió Clare, con desanimo. Se hizo un tenso silencio hasta que recogió su bolsa de aseo y se encaminó al cuarto de baño-. Perdona, pero me voy a dar una ducha.
Clare se metió bajo la ducha y se repitió a sí misma que eso era lo que quería. No podía soportar la idea de que Gray pensara que iba a hacer algo tan estúpido como enamorarse de él, así que no había razón alguna para que se deprimiera porque le hubiera dejado claro que no había ninguna posibilidad de que se enamorara de ella. En lo que a él concernía, la suya era una relación puramente física y eso era lo mejor, porque les facilitaría las cosas a la hora de las despedidas, cuando llegara el momento. Para entonces seguramente estaría contenta de marcharse.
Cuando Alice se despertó, un poco más tarde, salieron de compras. Ya casi estaban cerrando las tiendas y las calles bullían de gente que paseaba o estaba sentada en las terrazas de las cafeterías, descansando después de un largo día de trabajo o de una tarde de compras. Vio a unos grupos sentados en las terrazas y recordó muchas tardes después del trabajo cuando se reunía con sus colegas al final de la jornada para tomar algo y comentar los últimos cotilleos de la oficina, o cuando se juntaba con sus amigos para concretar día y hora para una cena o la próxima película que iban a ver. Perth era muy diferente de Londres, pero parecía poseer la misma vitalidad y Clare iba absorbiendo su fuerza, mientras paseaba por las calles y con cada paso que daba se sentía más alta, más segura, más ella misma.
– Este es el tipo de lugar que me va -le dijo a Gray-. Es una pena que nos tengamos que ir.
– Nada te impedirá venir cuando dejes Bushman's Creek -le replicó, con frialdad-. Puedes pasar unos días aquí antes de tomar el avión para Londres. Tengo amigos que estarían encantados de enseñártelo todo.
– Pero, ¿no te importaría que pensaran que te estoy abandonando a los pocos meses de matrimonio? -le preguntó, tensa, al pensar que parecía que estaba contando los días que faltaban para que se marchara.
– Una vez regrese Jack, ya nada importará. Diremos la verdad a todo el mundo y podrás marcharte.
El hotel puso a su disposición un sistema de altavoz por el que podían oír si Alice se despertaba, así que decidieron cenar en uno de los restaurantes. Después de mirar el menú y sorprenderse de lo elevado de los precios, Clare se alegró mucho de haber metido en la maleta su mejor vestido y aquella noche se pasó largo rato en el cuarto de baño, arreglándose
Algo había cambiado entre Gray y ella. Existía un distanciamiento del que no sabía si alegrarse o entristecerse. Había sido fácil intimar en el rancho y tal vez aquel viaje a Perth era justo lo que necesitaban para darse cuenta de lo diferentes que eran. Gray había dejado claro que su relación terminaría en cuanto regresara Jack, y le había venido bien para recordar que ella no pertenecía, ni pertenecería nunca a Bushman's Creek.
Mientras se maquillaba las pestañas pensó que la Clare que era tan feliz cocinando y limpiando en el rancho era una aberración. Aquella Clare se ponía la ropa más vieja que tenía y apenas se miraba al espejo. Cantaba mientras limpiaba el polvo de la galería, regaba las verduras, recogía los limones o, colgaba la ropa, y como entretenimiento llevaba a Alice de paseo hasta el riachuelo para escuchar cantar a los pájaros. Esa era la Clare que había olvidado tan fácilmente el acuerdo que tenían y había llegado a pensar que podía ser feliz toda la vida en aquel rancho, la Clare que necesitaría sólo un empujoncito para enamorarse locamente de Gray.
Pero, enfadada consigo misma, se recordó enseguida que aquella no era la Clare de verdad. Se miró en el espejo y vio que su vestido era elegante, y el reflejo también la mostró segura de sí misma, el tipo de mujer que tenía su vida completamente bajo control.
– Esa soy yo de verdad -murmuró.
Se había delineado los ojos como solía hacer y pintado los labios con el mismo rojo de siempre, que sabía le iba tan bien con el color pálido de la piel y los cabellos oscuros. Entonces, ¿por qué se sentía tan rara? Le daba la sensación de ver en el espejo la cara de otra persona.
Clare tuvo que repetirse a sí misma que esa era ella; que se arreglaba siempre así cuando salía por las noches: vestida elegantemente y maquillada. Ella no era la otra Clare, de la mirada ensoñadora y el pelo detrás de las orejas. Podía disfrutar estando con Gray unos meses, pero esa no era ella. Ella era una inteligente chica de ciudad, y no debía olvidarlo.
Recogió el bolso y se encaminó a la puerta. También se sentía rara con los tacones y se tuvo que apoyar un momento en el marco, tratando de acostumbrarse a ellos: primero un pie, luego el otro…
Gray había estado contemplando por la ventana las luces de la ciudad con el ceño fruncido y al oír la puerta del cuarto de baño se dio la vuelta y la vio balanceándose sobre un solo pie, una mano agarrada al marco de la puerta, tratando de no caerse y la otra entre el pie y la tira de la sandalia. Después puso el otro pie sobre el suelo y, a medida que avanzaba, le parecía como si una mujer diferente hubiera salido del baño. Estaba muy atractiva, con aquellos ojos brillantes y una boca tan seductora. Se le endureció el rostro mientras recorría con los ojos los sedosos cabellos y el elegante vestido que se le ajustaba al cuerpo como un guante.