– Ya lo sé -le dijo.
CAPITULO 8
CLARE se colocó delante del espejo y levantó los brazos para que la larga casaca de gasa se deslizara suavemente sobre su cuerpo. El vestido que llevaba debajo era de un gris pálido, el mismo color plateado de sus ojos, y sentía el frescor de la lujosa seda rozándole la piel.
– Es el día de mi boda -se lo repetía en voz baja constantemente, pero aun así le resultaba difícil de creer-. Es el día de mi boda -repitió esta vez en voz alta a su reflejo en el espejo, y ensayó una sonrisa que, en realidad, no iba con la expresión melancólica de sus ojos-. Dentro de unos minutos voy a salir por esa puerta para casarme con el hombre al que amo. Entonces, ¿por qué tengo esa cara tan triste?
Por supuesto conocía la razón. Amaba a Gray, pero no quería casarse con él de aquel modo. No quería ser segundo plato de ninguna mesa. Deseaba casarse con Gray porque la amara, no porque no podía tener a Lizzy. Quería casarse con él, sabiendo que ambos se amaban y deseaban compartir el resto de sus vidas.
Acarició el collar de perlas que adornaba su cuello. Había pertenecido a Pippa, que lo había heredado de su madre y se lo había dado a Clare, para que fuera su depositaría y se lo entregara a Alice, cuando esta fuera mayor. Aquel día, más que ningún otro, deseaba llevarlo puesto y recordar de ese modo a su hermana. Tocó las perlas como si de un talismán se tratara, para recordarse lo que significaba de verdad aquel matrimonio. Se estaba casando con Gray por Alice, y por Pippa.
Debería haber sido el día de Pippa, que se casaba con el hombre que amaba bajo los fantasmales gomeros, y Gray debería haber sido el padrino, en vez del novio que iba a contraer matrimonio con la mujer equivocada.
Pero no era Pippa la que se casaba, sino ella. Gray entró en la habitación, después de haber llamado suavemente a la puerta. Vestía formalmente con esmoquin y pajarita. La dureza de sus rasgos y el blanco resplandeciente de su camisa le hacían aparecer formidable, más moreno, más masculino y, de alguna manera, extraño, poco familiar.
– ¿Estás lista?
– Casi -Clare se había apresurado a apartar la cara, pero no lo bastante rápido como para que él no viera las lágrimas que inundaban sus ojos.
Gray cerró la puerta tras de sí y miró a la mujer que estaba a punto de convertirse en su esposa. El luminoso gris de su vestido hacía juego con sus ojos y la seda brillaba a través de la tela transparente de la casaca, mientras permanecía allí, de pie, con los ojos llenos de tristeza y una flor en los cabellos.
– Clare -la llamó, suavemente.
Clare no pudo responder. Siguió dándole la espalda, con la mano sobre su boca temblorosa, tensa por el esfuerzo que estaba haciendo para no llorar.
Sin decir una palabra más, Gray cruzó la habitación y la abrazó con fuerza.
– No llores, Clare -ella se resistió al principio, pero pronto se dejó envolver por aquellos musculosos brazos que tanta seguridad le daban, mientras luchaba por contener las lágrimas-.Ya sé que esta no es la boda que tu deseabas -Clare sintió la vibración de su voz a través de su cuerpo-, pero te prometo que todo va a ir bien. Cuando uno se casa le parece que va a dar un gran paso, pero no te exigiré nada, y tú lo sabes. Puedes irte cuando quieras. No va a ser para siempre.
– Ya lo sé -susurró Clare, mientras pensaba que precisamente eso era lo que más le dolía.
Le dejó que la consolara con la fuerza de su cuerpo musculoso. Apoyada sobre Gray se sentía como en casa y se aferró a él, con la cara escondida en su cuello, para poder respirar el familiar aroma de su piel. Podía oír los pausados latidos de su corazón, la calidez de su mano a través de la resbaladiza seda y, poco a poco, fue absorbiendo su calma.
Gray le había dicho que no iba a ser para siempre, pero podía cambiar de opinión, porque Lizzy se iba a casar y una vez se hiciera a la idea de que ella no iba a volver con él, tal vez estuviera listo para empezar de nuevo. Ella estaría allí y tal vez con el tiempo la llegara a amar. Si Jack tardaba lo suficiente en regresar, puede que Gray se acostumbrara a estar casado con ella. Tal vez le pidiera que se quedara con él. Quizás esta vez amar no le resultara tan desesperanzador.
Clare respiró profundamente y se apartó de Gray.
– Ya estoy bien. Gracias.
– ¿Estás segura? -Gray la miró preocupado, sin soltarle las manos.
Clare asintió y trató de sonreír, sin conseguirlo del todo.
– Gracias. Me estaba comportando como una tonta.
– Ya sabes que todavía puedes cambiar de opinión -le dijo, aunque no sonó muy convencido.
– No quiero echarme atrás -su voz sonó más serena y volvió a respirar profundamente, mientras lo miraba a los ojos-. Deseo casarme contigo.
Gray la miró de una forma extraña y le apretó un momento las manos antes de dejarla ir.
– Entonces, ¿vamos a casarnos? -dijo Gray.
Clare consiguió sonreír esta vez.
– Sí, vamos.
Recogió el sencillo ramo de flores y caminó a su lado por el pasillo hasta salir al porche. En lo alto de las escaleras Gray le ofreció la mano y Clare se la tomó, sin un asomo de duda, con el corazón en un puño mientras enlazaba sus dedos con los del hombre que iba a ser su esposo.
Los invitados habían empezado ya a llegar el día anterior y la pequeña pista de aterrizaje estaba llena de avionetas. Clare se sorprendió al ver la cantidad de gente que estaba esperándolos. Al principio solo vio una masa de rostros sonrientes, hasta que distinguió a Lizzy, que llevaba a Alice en brazos, con el bonito vestido y sombrero a juego que le había comprado en Perth.
No recordaba mucho más de lo que sucedió después. Habían convenido que la ceremonia fuera sencilla y probablemente se habían jurado amor delante del juez, pero, más tarde, lo único que podía recordar era que Gray le había sujetado firmemente la mano y había deslizado la alianza en su dedo anular. También recordaba la expresión de sus profundos ojos castaños, cómo le había sonreído al inclinar la cabeza y la manera en que la había besado, con tanta dulzura que casi sintió dolor físico al separarse de él.
Y después todo había terminado. Tras los vítores y silbidos, Alice vio que la gente se acercaba a besarla y darle la enhorabuena. Reconoció algunas caras porque las había visto en Mathinson, pero la mayoría de las personas allí congregadas le resultaban desconocidas, y pronto se sintió mareada de tantas presentaciones. Cuando vio a Lizzy a su lado, con Alice en los brazos, suspiró aliviada.
Al ver a Clare, a Alice se le iluminó la cara con una sonrisa y tendió los brazos. Clare la abrazó, apretó su cálido cuerpecito contra ella y la besó en la cabeza.
– Bueno, ¿cómo te sientes de mujer casada? -le preguntó Lizzy, con una sonrisa.
Clare buscó a Gray con los ojos, le vio sonreír, mientras Joe le apretaba la mano y se sintió invadida por una súbita oleada de alegría. Tal vez aquel no fuera el matrimonio que ella hubiera deseado, pero al menos estaba con el hombre que amaba, y aquella noche, cuando terminara la fiesta Gray cerraría la puerta de su alcoba y estarían solos. Aquello le bastaba por el momento.
– Muy bien -respondió a Lizzy, con una sonrisa.
– Stephen lamentó mucho no poder asistir, pero tenía que dar un concierto en Sydney.
– Es una lástima que no haya podido venir -dijo Clare, al tiempo que miraba a Lizzy dubitativa. Aunque sonreía, le pareció percibir que algo no iba bien y deseó que Lizzy y Stephen no tuvieran problemas.
Le hubiera gustado que Stephen estuviera allí, no solo porque le caía bien, sino también porque quería que Gray viera a su antigua novia firmemente comprometida con otro hombre. Lizzy había asistido sola y Clare se preguntó si Gray al verla no pensaría en lo que podría haber sido.