Pero no vio ningún tipo de añoranza en el rostro de Gray cuando se acercó a Lizzy y la besó en la mejilla, así que poco después Clare dejó de preocuparse. Después de todo era el día de su boda y lo que tenía que hacer era disfrutarlo. Todo el mundo preguntaba por Jack y lamentaba que no hubiera podido asistir a la boda.
– No hemos podido localizarlo -explicaba Gray por enésima vez-. Está en algún lugar de Sudamérica.
– ¿Y no podíais haber esperado hasta que regresara? -preguntó una de sus tías, una dama de ojos astutos, pero sonrisa encantadora.
– No sabemos cuándo va a regresar. Puede tardar meses -Gray puso la mano sobre los hombros de Clare-, y ya había esperado bastante para encontrar a la mujer adecuada. No me apetecía esperar ni un día más.
Su tía movió la cabeza, divertida.
– No has cambiado -le dijo-. Pareces el mismo muchacho de siempre: ¡testarudo como una muía! Esperaba pacientemente hasta que tenía claro lo que quería, y una vez llegado ese momento nadie ni nada lo podía detener.
Clare sonrió a Gray, encantada de imaginarlo siendo un muchacho.
– Así que testarudo como una muía…
– Sé muy bien lo que quiero -dijo suavemente-, y ahora lo tengo.
Ambos se miraron y por un momento fue como si estuvieran solos en el mundo, lejos de las conversaciones y las risas que se oían a su alrededor. De repente Clare sintió una opresión en el pecho que le dificultó la respiración. Gray estaba actuando… ¿o acaso no?
Vagamente oyó que alguien les preguntaba por la luna de miel.
– De momento no vamos a ir a ningún sitio -respondió Gray, apartando los ojos de Clare-. Tenemos mucho trabajo en el rancho y al no estar Jack no me puedo tomar más de un par de días libres.
– No me importa lo que hagamos, con tal de que estemos juntos -dijo, y mientras Gray la apretaba contra sí, Clare deseó que no supiera que estaba diciendo la verdad.
Bushman's Creek había sido transformado para la boda. Habían instalado una carpa cerca del riachuelo y las mesas estaban decoradas con unos exquisitos centros florales. En cuanto a la cocina de Clare, la había tomado un ejército de abastecedores de comidas de encargo, venidos especialmente para la ocasión desde Darwin. Clare, que se había estado preguntando cómo demonios se las iba a arreglar para alimentar a todos los invitados, se había encontrado, de repente, sin nada que hacer, excepto dejarse arropar por el calor y el afecto de todos los amigos y familiares de Gray.
Tras la cena, se retiraron las mesas de la carpa y empezó el baile, amenizado por una banda de música. Mientras bailaba con Gray, Clare pensó que ni el más desconfiado de los agentes de inmigración habría puesto jamás en duda que aquello no fuera una boda feliz y, desde luego, ninguno de los invitados habría adivinado que las cosas no eran lo que parecían.
– Me alegro de que todos se lo estén pasando bien -Clare dudó un momento antes de hablar-. Gracias por haber organizado una boda tan convincente. Te debe de haber costado mucho dinero.
– No tienes nada que agradecerme -le aseguró, con una dulzura que la sorprendió-. Todo el mundo lleva tanto tiempo esperando a que me case que lo menos que podía hacer era organizar una buena fiesta. Si hubiera sido una celebración discreta habríamos despertado muchas suspicacias.
– ¿Crees que nadie sospecha que no estamos… bueno ya sabes…?
– ¿Enamorados? -Gray arqueó una ceja-. ¿Por qué habrían de sospechar?
– Bueno, no sé… -Clare empezó a desear no haber iniciado aquella conversación-. Siempre había pensado que resultaba obvio para todo el mundo cuando una pareja no se amaba.
– Tal vez seamos muy buenos actores -le respondió con ironía.
Clare pensó que no cabía duda alguna que él lo era.
– Tal vez -admitió, apartando la mirada. Una música lenta y sensual empezó a sonar y Clare sintió los brazos de Gray rodeándole el cuerpo, la dureza de su pecho musculoso, la proximidad de su piel. Sabía que si volvía la cabeza podría besarle el cuello.
Una recién casada normal hubiera podido besar a su marido, sin pensárselo tanto. Le hubiera susurrado «te amo», sin temer traicionarse a sí misma.
Pero ella no era una recién casada normal, y si quería que Gray la amara, debía tener mucho cuidado para no hacerle sentir que lo estaban tratando de obligar a hacer algo que no deseaba-. Creo que será mejor que vaya a ver cómo está Alice -murmuró en cambio.
– Te acompañaré -le dijo Gray, soltándola.
– No hace falta… -empezó a decir Clare, pero él no la dejó terminar.
– ¿Qué va a pensar todo el mundo si dejo que mi mujer ande paseándose por ahí sola en nuestra noche de bodas?
De la mano salieron de la carpa y se dirigieron hacia la casa. El cielo era como terciopelo negro y estaba tan cuajado de estrellas que parecían una masa borrosa por encima de los árboles. La casaca transparente de Clare, flotaba con cada movimiento suyo y el vestido plateado brillaba bajo la luz de las estrellas, mientras caminaban por las sombras que proyectaban los fantasmales gomeros
Todos los sentidos de Clare se encontraban despiertos hacia lo que la rodeaba: el zumbido de los insectos en los árboles y el aroma embriagador que desprendían las hojas secas de los eucaliptos cuando las pisaban. La suavidad de la seda al rozarle la piel la excitaba y nunca había sido tan consciente de su propio cuerpo o del de Gray. Caminaba a su lado en silencio y con el rostro oscurecido por las sombras, pero podía sentir el roce de sus dedos enlazados en toda su intensidad y estaba segura de poder distinguir cada una de las callosidades de sus manos, o incluso las espirales de sus huellas dactilares.
Alice estaba dormida. Agotada por todas aquellas caras desconocidas y tanta actividad, no se había movido desde que Clare se escapara de la fiesta, horas antes, para echarla en su cuna. Lizzy se había ofrecido a hacerlo por ella, pero Clare deseaba estar a solas con la hija de Pippa más que ninguna otra noche. De no haber sido por Alice, jamás habría ido a Bushman's Creek y, por lo tanto no habría conocido a Gray, no se habría enamorado de él, ni se habrían casado.
Inclinada sobre la cuna, Clare colocó la colcha de la niña con una expresión de ternura en el rostro. Al incorporarse, la luz procedente del exterior incidió sobre la alianza y se quedó mirándola asombrada, como si no la hubiera visto antes. Estaba casada. Dio una vuelta al anillo en el dedo. No le había parecido real hasta entonces, en que se encontraba en aquella habitación a oscuras, con el hombre callado y tranquilo que se había convertido en su esposo.
Al levantar la vista hacia él, lo encontró mirándola.
– ¿Qué pasa? -le preguntó.
– Estamos casados -le dijo, con un tono de voz peculiar, como si acabara de darse cuenta.
– Sí -rodeó la cuna y le tomó las manos-. Estás muy hermosa hoy, Clare -le dijo con voz ronca-. Estoy orgulloso de ti.
– ¿De verdad?
Gray asintió.
– Te he estado mirando cuando hablabas con todo el mundo, les sonreías y les hacías creer que eras una novia como todas las demás, y ninguno de ellos ha sospechado siquiera lo duro que resultaba para ti.
– No más que para ti -acertó a decir Clare.
– La verdad es que no me resultó tan duro. Simplemente fingí que era real.
– ¿Y eso te ayudó?
– Sí -le apretó los dedos-, mucho -Gray frotó la alianza con el pulgar-. Si funciona, tal vez deberíamos seguir fingiendo durante un tiempo -le sugirió con una sonrisa que le derritió hasta los huesos.
– Sí, tal vez deberíamos -asintió Clare y se besaron al lado del bebé, que seguía durmiendo plácidamente.
– Vamos -le dijo, al tiempo que la guiaba hasta su habitación por el pasillo.
– ¿Y los demás? -le recordó, al ver que la hacía entrar en la alcoba y cerraba la puerta tras de sí-. ¿No se preguntarán dónde estamos?
Una sonrisa le iluminó el rostro.