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– Se lo están pasando demasiado bien como para darse cuenta de que nos hemos ido, y si lo hicieran imagino que no les costaría adivinar dónde estamos. Lo extraño sería que permaneciéramos en la fiesta toda la noche, cuando todo el mundo espera que aproveche la menor oportunidad para estar a solas con mi mujer.

– Tienes razón -dijo Clare, fingiendo que estaba considerando el asunto-, y ya que queremos resultar convincentes -añadió-, deberíamos quedarnos aquí y sacarle el mayor partido posible a la situación. ¿No te parece?

– Exactamente -le dijo Gray, con una sonrisa que hizo que le diera un vuelco al corazón-. ¡Entonces, ven aquí, señora Henderson!

Clare le obedeció sin rechistar y no ofreció ni la menor resistencia mientras Gray le despojaba de la casaca, que caía al suelo como si de una tela de araña se tratara.

Después le tomó la mano y le besó la palma con ternura, antes de besar el interior de sus muñecas y dejar que sus labios subieran suavemente por su brazo, deteniéndose en la sensible zona del interior del codo y en la curva de su hombro, acercándola cada vez más a él con cada beso, hasta que Clare ya no pudo soportar el ardiente deseo. Incapaz de permanecer pasiva ni un momento más, le tiró de la camisa, hasta sacársela de los pantalones, y así después de que él la cubriera con sus besos, recorriendo su escote y su cuello hasta alcanzarle la boca, Clare pudo acariciarle la espalda mientras se besaban apasionadamente.

Sintió la calidez de sus dedos mientras le bajaba la cremallera del vestido, lentamente, dejando que se deslizara por sus caderas hasta caer suavemente al suelo y se estremeció de placer al notar el roce de los dedos masculinos en sus caderas y sus manos moverse sobre su piel desnuda. Presa de una gran excitación se arqueó sobre él y susurró su nombre.

– Creo que ya es hora de que lleve a mi esposa a la cama -murmuró Gray con una sonrisa.

Cuando Clare se despertó a la mañana siguiente ya era de día. Medio dormida dedujo que debía ser domingo, porque cualquier otro día de la semana estaba en pie antes del amanecer para hacer el desayuno a los hombres.

Se estiró con pereza antes de abrir los ojos por completo. El sol entraba por las rendijas de las persianas y se sentía mejor que nunca. Permaneció un rato inmóvil, sin abrir los ojos del todo, preguntándose por qué se sentía tan feliz, hasta que de repente los acontecimientos del día anterior acudieron a su mente.

Estaban casados. Se había convertido en la esposa de Gray. Levantó la mano y examinó la alianza, como para convencerse a sí misma de que era verdad, y sus labios esbozaron una sonrisa cuando recordó cómo había terminado el día.

Al rememorar como le había hecho el amor Gray, un cosquilleo le recorrió el cuerpo. La noche anterior la pasión que sentían el uno por el otro había alcanzado nuevas alturas y después del amor habían permanecido muy quietos, con los cuerpos enredados, pensando en lo que habían descubierto juntos, y murmurando palabras de amor, mientras volvían poco a poco a poner los pies en el suelo. Puede que estuvieran fingiendo, pero había parecido tan… real.

Clare se repetía que Gray no podía hacerle el amor de aquel modo sin quererla. Se le debía notar mucho lo que sentía, y si él no se encontraba aún preparado para amarla de la misma manera, estaba segura de que le llegaría el momento. Llena de esperanza, se había quedado dormida en sus brazos, con una sonrisa en los labios.

Todavía sonriendo con optimismo, Clare se volvió hacia el lado de Gray, pero no había nadie. Decepcionada al no encontrarlo allí, acarició con la mano la parte de la sábana donde había estado tumbado. Con un suspiro pensó en lo bonito que hubiera sido que estuviera allí al despertar, que sus ojos castaños le hubieran sonreído, mientras acercaba la mano para acariciarla, y que la hubiera besado, asegurándole después que lo ocurrido la noche anterior no había sido un sueño.

Clare intentó convencerse de que no lo podía tener todo. Habría sido perfecto haber hecho el amor lentamente con él otra vez por la mañana, y que le hubiera dicho que la amaba, pero no lo había hecho… al menos por el momento, así que solo le quedaba la esperanza.

No tenía sentido que pidiera más de lo que le podía dar. Sería feliz con lo que tenía.

La casa estaba en silencio. Tan solo se oía cantar a los pájaros. Al parecer todos excepto Gray estaban aún durmiendo, tras la fiesta de la noche anterior. Clare tomó el reloj que había sobre la mesilla de Gray. Normalmente a esa hora Alice estaba despierta, así que decidió ir a ver qué hacía.

Tras ponerse una bata de algodón, recogió la ropa que permanecía donde la habían dejado la noche anterior. Sobre el suelo, el vestido parecía un charco plateado. Clare sonrió al recordar cómo se lo había quitado Gray y lo colgó en una percha. Sería muy difícil plancharlo, pero no lamentaba ni una sola de sus arrugas.

También colgó la chaqueta de Gray, colocó sus pantalones doblados sobre una silla y metió la camisa y los calcetines en la cesta de la ropa sucia, antes de dirigirse, descalza, a la habitación de Alice.

La cuna estaba vacía y Clare pensó que Gray estaría dando de desayunar a la niña, así que se dirigió a la cocina. Mientras se acercaba, sin hacer el menor ruido, empezó a oír el parloteo ininteligible de Alice y sonrió al imaginar a Gray tratando de que no tirara la mayor parte de la comida al suelo o sobre su cabeza. El pobre seguía sin saber dar de comer a un bebé.

Todavía sonreía al llegar a la puerta de la cocina. Alice fue la primera en verla.

– ¡Gah! -gritó, blandiendo su cuchara, pero Clare no la miraba a ella. Lo que contempló le borró la sonrisa de los labios. Gray estaba allí, pero no dando de desayunar a Alice, y además no estaba solo.

Estaba abrazando a alguien y Clare supo al instante de quién se trataba.

Era Lizzy.

Fue como si una mano helada le agarrara el corazón. Había sabido desde el principio lo que Gray sentía por Lizzy, pero en el fondo no se lo había llegado a creer del todo hasta aquel momento en que vio la intimidad que había entre ellos, lo bien que parecían estar juntos.

Clare se sintió enferma. Le habría gustado darse la vuelta y desaparecer, hacer como si no los hubiera visto, pero no pudo moverse, se quedó muy quieta, mirando, mientras se desvanecía toda la alegría y el optimismo con que se había despertado.

– ¡Gah! -repitió Alice, esta vez con más fuerza, y al ver que seguían sin hacerle caso tiró la cuchara al suelo.

El sonido hizo que Gray levantara la cabeza y viera a Clare mirándolos, afligida.

– ¡Clare! -dijo y soltó a Lizzy para dirigirse hacia donde estaba ella.

Temerosa de traicionarse echándose a llorar en cualquier momento, Clare escogió la postura más segura y se refugió tras una máscara de fría indiferencia.

– No os preocupéis por mí -dijo con frialdad, mientras se agachaba para recoger la cuchara.

– Pensé que estabas dormida -dijo Gray.

Clare pensó, con amargura, que no le cabía ninguna duda de ello.

– ¿Ah, sí?

Gray entrecerró los ojos al percibir su tono irónico.

– Alice y yo vinimos a la cocina para hacerte una taza de té -perseveró.

– ¡Y me encontraron a mí llorando en tu cocina! -intervino Lizzy. Se secó la cara y sonrió con tristeza a Clare, que por primera vez se dio cuenta de que había estado llorando-. Lo siento, Clare, ya sé que es una mañana muy especial para ti. No quería estropeártela.

Parecía muy disgustada, pero no culpable de que Clare la hubiera sorprendido dando un apasionado abrazo a su marido, al día siguiente de su boda. Clare sintió que las garras de los celos empezaban a desclavarse de su corazón.

– ¿Qué ocurre? -preguntó.

Lizzy respiró profundamente.

– He decidido no casarme con Stephen -le dijo.

– Pero… ¿por qué? -Clare la miró consternada. Lizzy tenía que casarse con Stephen, ¿cómo si no iba Gray a olvidarla?