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– Creo que no nos amamos lo suficiente -respondió Lizzy con tristeza.

Clare pensó que por lo menos no había dicho que, finalmente, había terminado por darse cuenta de que seguía enamorada de Gray. El miedo que había sentido al verlos abrazados había sido tremendo, pero aquello era casi igual de duro. Gray no la amaría nunca mientras Lizzy estuviera libre, mientras hubiera una remota posibilidad de que pudiera ser suya.

– Claro que amas a Stephen -se apresuró a decirle-. ¡Es maravilloso, divertido, inteligente y además está enamorado de ti! -vio como la expresión de Gray se endurecía. Estaba claro que no le nacían ninguna gracia sus intentos de convencer a Lizzy para que se quedara con Stephen, pero de todos modos siguió intentándolo-. No tomes ninguna decisión precipitada, Lizzy. Stephen es un buen hombre y está hecho para ti. Le echarás más de menos de lo que crees.

– Tú no lo entiendes -Lizzy sollozó de nuevo-, porque tienes a Gray.

– Créeme, sé de lo que estoy hablando -insistió Clare, sin mirar a Gray-, el amor de verdad solo se presenta una vez, y cuando ocurre se debe hacer todo lo posible por conservarlo -aquello, después de todo era lo que ella estaba haciendo-. No eches a perder algo que podría ser tan especial, porque lo lamentarás el resto de tu vida.

– ¡De eso se trata! -dijo Lizzy entre sollozos-. No estoy segura de que lo que Stephen y yo tenemos sea tan especial. Ayer os observaba a vosotros y cuando os mirabais era como si no hubiera nadie más en el mundo. Entonces me di cuenta de que si me casaba con Stephen no sería igual. Nosotros no tenemos lo que tenéis Gray y tú.

– Para nosotros, es… diferente -dijo Gray, lanzando una mirada de advertencia a Clare.

– Ya lo sé -asintió-. A eso me refiero. Entre vosotros hay algo que relampaguea cuando estáis juntos. Ni siquiera hace falta que os toquéis. Hay electricidad en el aire entre vosotros y eso no ocurre entre Stephen y yo.

Se hizo un incómodo silencio.

– Pero Stephen y tu parecíais felices juntos -insistió Clare, con desesperación.

Lizzy suspiró.

– Sí, claro. Nos llevamos bien, y lo quiero mucho, por supuesto, pero no se da entre nosotros esa chispa que veo entre vosotros. Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que tal vez nos comprometimos porque todas nuestras amistades empezaban a casarse. Tenemos muchas cosas en común y nos encontramos bien juntos, así que pensamos que eso bastaría, pero ahora que he visto cómo debería ser una relación, no me puedo conformar. Si me caso tiene que ser perfecto.

– Lizzy… -Clare la miró con desesperación-. Lizzy, nunca es perfecto. No puedes fijarte en nosotros, porque cada pareja tiene sus propias razones para casarse -continuó, escogiendo sus palabras cuidadosamente-. Gray y yo sabemos cuáles son las nuestras, pero no serían las más apropiadas para ti, ¿verdad? -añadió, mirando a Gray, desafiante, pero él no contestó.

Lizzy se pasó los dedos por los cabellos.

– Pensáis que soy una ridícula romántica, ¿verdad? -les dijo, con una sonrisa cansada-. Bueno, tal vez lo sea, pero creo que tengo razón. Anoche no pegué ojo -confesó-. Me pasé la noche pensando en Stephen y creo que no sería honesta con él si nos casáramos sin estar segura de que es el hombre apropiado para mí. En cuanto llegué a la conclusión de que en realidad no deseaba casarme con él, me sentí aliviada y supe que había tomado la decisión acertada -tomó un pañuelo de papel y se sonó la nariz-. La verdad es que no sé por qué lloro -admitió, avergonzada-. Imagino que será porque ya tengo treinta años y deberé empezar de nuevo. Todo el mundo está casado, menos yo. ¿Y si nunca encuentro al hombre que me conviene?

– Lo encontrarás -le aseguró Gray, al tiempo que le daba un fuerte abrazo-. Tengas la edad que tengas siempre serás maravillosa y te mereces lo mejor. Dentro de poco te tocará a ti, te lo prometo. Hay alguien esperándote y cuando lo encuentres sabrás que hiciste lo correcto al esperar a tu príncipe azul.

– Gracias, Gray -Lizzy le sonrió y le devolvió el abrazo-. Siempre has sido mi mejor amigo. ¡No pretendía pasarme la mañana llorando en tu hombro!

– Aquí lo tienes para cuando lo necesites -le dijo, abrazándola de nuevo-. Vamos Lizzy, deja de llorar y ve a darte una ducha. Nosotros te prepararemos un café. Ya verás como después te sentirás mucho mejor.

CAPITULO 9

MIENTRAS daba de desayunar a Alice, Clare pensó con cierta amargura que le parecía muy bien que Gray se preocupara por los sentimientos de Lizzy, pero… ¿y los de ella?

Era como si una piedra le obstruyera la garganta, pero se negaba a llorar. No iba a hacer una escena. Si se abandonaba a las lágrimas y los celos haría el ridículo y avergonzaría a Gray. A pesar de todo lo sucedido, Clare no quería que algo así ocurriera. No después de lo que había pasado la noche anterior.

Al fin y al cabo era culpa de ella, por empeñarse en creer que hacer el amor llegaría a significar para Gray tanto como para ella. No le había parecido tan absurdo pensarlo cuando Lizzy estaba aún comprometida con Stephen, pero ya era libre, todo había cambiado.

Mientras terminaba de dar de desayunar a Alice, que por una vez comía sin rechistar, Clare deseó poder hacer retroceder el tiempo y no haber ido a la cocina para encontrarse a Gray y Lizzy abrazados.

Tenía dos opciones, bien actuar como la esposa agraviada y agobiar a Gray con exigencias poco razonables de que no tuviera nada que ver con su más querida amiga de la infancia, o bien salvar lo que le quedaba de orgullo y fingir que le daba igual lo que hiciera y a quién amara.

Cuando Gray volvió a entrar en la cocina, Clare estaba limpiándole la cara y las manos a Alice con un trapo húmedo.

– Lamento lo sucedido -le dijo él, con cuidado, buscando la expresión de sus ojos.

– No necesitas disculparte -le respondió con indiferencia.

– Me levanté al oír a Alice, y la bajé a la cocina para no despertarte. Te iba a llevar el desayuno a la cama, pero me encontré con Lizzy hecha un mar de lágrimas y no iba a dejarla así.

– Claro que no -respondió Clare-. No tienes por qué darme explicaciones.

– Eres mi esposa y tienes todo el derecho a molestarte por encontrarme con otra mujer.

– Pero no soy una esposa de verdad, ¿no es así, Gray? -Clare quitó el babero a Alice y, tras levantarla de la silla, la dejó en el suelo con una caja de plástico en las manos para que jugara-. Si nos hubiéramos casado en circunstancias normales, supongo que me habría molestado, pero en este caso no creo que sea asunto mío. Entiendo cómo te debes haber sentido.

– ¿De verdad? -le preguntó con sarcasmo-. ¿Y cómo me sentí?

Clare lo miró con valentía.

– Bueno, supongo que pensaste que era una lástima que Lizzy no se hubiera decidido a romper su compromiso hasta el día después de tu boda.

Gray la miró un momento sin saber qué hacer y después se acercó al fregadero para llenar la hervidora de agua. La encendió y, cuando se dio la vuelta, ya volvía a ser el mismo hombre controlado de siempre, aunque las minúsculas pulsaciones de un músculo en su mentón delataban los esfuerzos que estaba haciendo para mantener la calma.

– Pues te aseguro Clare que no es eso lo que pensé -le dijo con frialdad-. Simplemente sentí lástima por lo disgustada que estaba Lizzy. Romper un compromiso no es una decisión fácil de tomar.

– Bueno, ella debería saber cómo hacerlo -le dijo, con sarcasmo-. ¡Tiene mucha práctica!

– ¡No estás siendo justa! -le respondió enfadado.

– ¿Ah, no? -aclaró el trapo bajo el grifo y lo retorció con una fuerza innecesaria-. ¿Acaso eres más justo tú cuando la animas a seguir esperando a su príncipe azul? Deberías haberle dicho la verdad, Gray. Entonces no pensaría que tenemos una relación tan maravillosa, ¿verdad? ¡Sabe Dios de dónde habrá sacado esa idea!

– Simplemente ha percibido la atracción sexual que hay entre nosotros -le respondió Gray con frialdad, mientras sacaba el café del armario. Miró a Clare que se había quedado muy quieta al lado del fregadero-. Eso no se puede negar. No después de lo de anoche.