Tal vez.
Clare se levantó y empezó a preparar la comida. Los hombres no tardarían en llegar y el día tendría que continuar, aunque ella se sintiera como si se le hubiera hundido el mundo bajo los pies. Por un momento creyó que Gray y ella habían recuperado la armonía, pero no podía haber dejado más claro que estaba cansado de aquel matrimonio y quería que se marchara a casa con Mark.
– No me quiero ir a casa -murmuró Clare, con desesperación, admitiendo la verdad. Por más que se repitiera que Londres volvería a gustarle, sabía que ya nada sería igual. Lo encontraría gris y vacío sin Gray. ¿Cómo iba a soportarlo sin su presencia?
Sabía que no debía martirizarse pensando en el futuro. Tenía tiempo todavía. Tal vez Jack tardara otros seis meses en regresar y Lizzy cambiara de opinión sobre Stephen. Quizá ella se llegara a convencer a sí misma de que, después de todo, deseaba regresar a casa.
Después de comer, Gray ordenó a sus empleados que repararan todas las vallas deterioradas y él se retiró a su despacho para trabajar con la correspondencia que había llegado aquella mañana. Clare acostó a Alice y se sentó en el porche con un libro. Normalmente aprovechaba la siesta de la niña para realizar las tareas que le requerían un poco más de concentración, pero aquella tarde estaba demasiado cansada para concentrarse en nada. El trabajo podía esperar.
Pero el libro permaneció abierto en su regazo, sin que pudiera leer una sola línea. Se quedó mirando al riachuelo y poco a poco la calma y la luz apaciguaron sus nervios. Sintiéndose ya más tranquila pensó que todo saldría bien, que mientras pudiera permanecer en Bushman's Creek todo iría bien.
Oyó sonar el teléfono, pero no se movió para responder. Gray estaba en casa así que podía seguir allí sentada y disfrutar de la quietud.
Cuando Gray abrió la puerta corredera de cristal, minutos después, ella se encontraba todavía sentada en aquel sillón en el que se habían besado tantas veces. Al oír la puerta se volvió y lo miró con sus enormes ojos grises.
Gray se quedó mirándola y algo en su expresión la hizo levantarse de inmediato. Un escalofrío premonitorio le recorrió el cuerpo y el libro que había permanecido abierto sobre su regazo cayó al suelo.
– ¿Qué ocurre? -susurró.
– Era Jack.
Jack. Clare se quedó mirándolo y le entraron ganas de llorar. No podía ser Jack. Todavía no.
– ¿Dónde está? -preguntó con voz temblorosa y se humedeció los labios.
– Llamaba desde Mathinson -le dijo Gray-. Quiere que vaya a recogerlo ahora mismo -miró el pálido rostro de Clare con desolación-. Vuelve a casa.
Clare sabía que debía decir algo, porque al fin y al cabo tanto Gray como ella llevaban meses esperando ese momento. Jack fue la razón de su llegada a Australia. Después de tantas vicisitudes por fin iba a conseguir cumplir la promesa que le había hecho a Pippa, pero el único pensamiento que ocupaba su mente era que no estaba preparada.
No estaba preparada para encontrar las palabras adecuadas que hablarle sobre Pippa. No estaba lista para dejar a Alice con su padre. No estaba preparada para separarse de Gray.
No estaba preparada para marcharse.
– ¿Le… le vas a hablar de Alice? -consiguió decir por fin.
– Lo sabe -le respondió Gray con suavidad-. Me confesó que nunca había podido olvidar a Pippa, a pesar de que lo había intentado incluso marchándose a Sudamérica. Siempre había deseado ir y pensó que allí nada le recordaría a ella, pero no resultó y decidió ir a verla a Inglaterra -se detuvo, preocupado, al ver que Clare se dejaba caer pesadamente sobre el sillón, con la mirada perdida-. Jack tenía tu dirección, de cuando Pippa te escribía, y había planeado hablar contigo y pedirte que le dijeras donde estaba tu hermana, pero, por supuesto, cuando llegó tú ya te habías marchado. Al parecer habló con una vecina tuya que le contó lo de Pippa y le habló del bebé y de vuestro viaje a Australia para encontrar al padre.
– Debe de haber sido la señora Shaw -murmuró Clare-. Vive una planta más abajo y se portó muy bien con Pippa durante su enfermedad.
– También fue muy amable con Jack -le dijo Gray-. Cuando supo que habíais venido a Bushman's Creek, tomó el primer avión que pudo y ahora está en Mathinson, deseando regresar a casa.
– Será mejor que vayas a buscarlo -consiguió decir, con voz temblorosa-. Si tomas la avioneta, dentro de un par de horas estarás de vuelta.
– Sí -Gray parecía todavía preocupado por ella-. ¿Estarás bien?
– Claro -se agachó a recoger el libro y consiguió esbozar una sonrisa-. No esperaba que regresara tan pronto, eso es todo. No sé por qué me ha impresionado tanto, al fin y al cabo es el momento que llevábamos esperando durante tanto tiempo, ¿no es así?
– Sí -le volvió a decir-. Supongo que sí.
Alice se había despertado. Al verla entrar en la habitación una sonrisa le iluminó el rostro y a Clare se le rompió el corazón al tomarla en sus brazos. Oyó planear la avioneta que se dirigía a Mathinson, a Jack.
Cuando regresara tendría que entregar a Alice a su padre.
Llevó a la niña hasta la habitación que compartía con Gray y tomó la fotografía de Pippa. El rostro de su hermana le sonrió, mientras Alice jugaba con sus cabellos. La angustia se apoderó de Clare mientras miraba a su hermana, preguntándose cómo iba a ser capaz de decir adiós a Alice.
– No creo que pueda hacerlo, Pippa -susurró a su hermana, que siguió sonriéndole desde la fotografía-. Pero lo he prometido -murmuró, recordando la promesa hecha en el hospital.
Para cuando oyó aterrizar la avioneta, ya había vestido y dado de comer a Alice. La abrazó, aspirando su calor y el dulce aroma a limpio que desprendía su cuerpecito. Le besó las manos y la cabeza, donde la suave pelusilla empezaba a transformarse en cabellos rubios y la tristeza que sintió fue tan agobiante que le costó incluso respirar.
Fuera oyó cerrar de un golpe la puerta de la camioneta y unos pasos apresurados subiendo las escaleras del porche. Clare tragó saliva y abrazó a Alice con más fuerza. Se abrieron las puertas correderas de cristal, pero no fue Gray quien apareció en el umbral, sino Jack.
Clare lo reconoció enseguida por la foto que Pippa había guardado como un tesoro, aunque en ese momento no se reía y parecía agotado. Se detuvo al verla allí de pie, con el bebé en los brazos, pero sus ojos no se posaron en ella, sino en Alice. La niña le devolvió la mirada, sus ojos eran exactamente del mismo color castaño que los de su padre.
Clare tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar. Al principio ninguno de los dos se movió, hasta que Jack se acercó lentamente a ellas. Se detuvo un momento, indeciso, hasta que sin poder dar crédito a sus ojos vio que Alice le sonreía, una amplia sonrisa que dejó a la vista sus dos únicos dientecitos. Parecía como si supiera que por fin había ido en su busca.
Clare se estremeció al ver la expresión del rostro de Jack. Hasta aquel momento no había sabido si esperar o temer que no aceptara a su hija, pero su rostro no dejaba duda alguna sobre lo que sentía.
– Esta es Alice -dijo Clare, tratando de librarse del nudo que tenía en la garganta y consiguiendo esbozar una sonrisa temblorosa-, tu hija -añadió-. Tómala en brazos.
Jack hizo lo que le decían y miró a los ojos confiados de Alice, antes de dirigir la mirada hacia Clare, que por primera vez tuvo la sensación de que se fijaba en ella.
– Pippa… -empezó a decir, pero se le quebró la voz, y no pudo continuar.