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Clare aspiró profundamente.

– Ella quería que Alice creciera contigo -le dijo, y a pesar de sus esfuerzos por evitarlo le tembló la voz-. Te amaba mucho.

Jack no respondió. Se quedó mirándola un momento sin decir palabra y después apretó a Alice contra sí, buscando dar y recibir cariño al mismo tiempo, como si los dos estuvieran solos en este mundo.

CAPITULO 10

CEGADA por las lágrimas que inundaban sus ojos, Clare se apresuró a salir de la cocina. Tropezando con los escalones corrió hacia el riachuelo, sin poder dejar de llorar. Le pareció oír cómo la llamaba Gray, pero continuó corriendo hasta refugiarse bajo la sombra de los gomeros que se inclinaban sobre el agua, donde se detuvo, la mano sobre su boca temblorosa, tratando de contener los sollozos que la hacían estremecerse.

Gray no tardó en llegar hasta donde estaba. Haciendo caso omiso a su resistencia, la abrazó y la apretó contra él, hasta que después de un rato Clare se relajó y lloró con desesperación sobre su hombro.

– No lo puedo soportar-dijo, entre sollozos-. ¡Alice es ahora mi niña! ¡No puedo soportar la idea de marcharme y dejarla aquí!

– Entonces, no te vayas -le dijo Gray, muy bajito.

– ¡Tengo que hacerlo! ¡Se lo prometí a Pippa! Ella quería que estuviera con Jack y le prometí dejarla aquí, pero en el fondo pensaba que nunca tendría que hacerlo. Me engañé pensando que Jack no regresaría y que si lo hacía no aceptaría a Alice como hija suya, pero acabo de ver su rostro y ¡sí… sí la quiere! Además, Alice se fue enseguida con él -Clare volvió a sollozar-. Sabía que era su padre; estoy segura. Ahora se tienen el uno al otro y no me necesitan.

– Alice siempre te necesitará -le dijo Gray, pero ella sacudió la cabeza sobre su hombro.

– No -murmuró entre sollozos-. Yo no soy la madre de Alice. Pertenece a su padre. Debería alegrarme de que Jack haya vuelto, como quería Pippa, y que ya quiera a Alice… Soy feliz… pero no puedo dejar de llorar…

Gray la dejó llorar un rato. La tenía abrazada como hacía con Alice cuando lloraba y le acariciaba la espalda de arriba abajo, para tranquilizarla.

– Recuerda lo que dijiste cuando viniste -le dijo-. Me hablaste de tu trabajo, de tu apartamento y de cuánto te gustaba vivir en Londres. En realidad no querías dejarlo y ahora puedes regresar. Eres de allí, y además… también tienes a Mark. Puedes tener todo lo que siempre has deseado.

Clare sacudió la cabeza y volvió a sollozar. Gray la abrazó con más fuerza.

– Sé que te va a resultar difícil dejar a Alice, pero tienes tu propia vida, Clare. Has hecho todo lo que has podido por ella y ahora te toca a ti. Mereces ser feliz -continuó, mientras le acariciaba el pelo-, y lo serás en cuanto regreses a casa. No tienes por qué preocuparte por nuestro matrimonio, me aseguraré de que el divorcio sea lo más rápido posible, y entonces serás libre para casarte con Mark.

Clare se dio cuenta de que estaba tratando de consolarla, pero le resultaba cada vez más difícil soportar sus palabras. Deseaba que le suplicara que se quedara, no que le facilitara la partida.

Luchando por controlar las lágrimas se apartó de él y se secó la cara con las manos.

– Lo siento, pero me da mucha pena decirle adiós a Alice.

– Lo sé, pero te prometo que cuidaré de ella. Las dos seréis felices.

Clare pensó que seguramente Alice sería feliz, pero ella desde luego no; sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza, desolada. Si Gray no la quería, y eso era obvio, lo mejor sería que se marchara a casa. Tenía otra vida esperándola, y quizá una vez de vuelta en Londres recordaría por qué le gustó tanto en un tiempo, pero no sería feliz. No volvería a ser feliz sin él.

Clare dejó a Alice en la cuna y se inclinó para darle un beso de buenas noches. Jack había estado observando, sin perder detalle, todo el ritual que conllevaba preparar a Alice para acostarse, y en aquel momento se encontraba al otro lado de la cuna, mirando a su hija, con una expresión tan tierna que a Clare se le volvieron a nublar los ojos y se sintió culpable por costarle de aquel modo dejar a Alice en brazos de un padre que la amaba tanto.

Acarició por última vez la cabeza de la niña y sonrió a Jack.

– Te dejo a solas con ella para que le des las buenas noches -le dijo, y salió de la habitación.

No tenía mucho trabajo aquella noche, porque había hecho un flan por la mañana, la carne estaba terminando de asarse en el horno y Gray se había ofrecido a encargarse de las verduras. Se le hizo muy raro no estar en la cocina a aquella hora, cocinando, de modo que todo estuviera preparado a tiempo, siguiendo sus pequeños rituales cotidianos.

Clare se sentó en el porche, donde tantas veces había estado con Gray y pensó que se tendría que habituar a cambiar de costumbres, porque en Londres no tendría que cocinar enormes trozos de carne, ni habría hombres tímidos entrando en tropel en su cocina, ni escucharía charlas sobre rodeos o lluvia y, sobre todo, no estaría Gray sentado a la cabecera de la mesa, con sus manos fuertes y su media sonrisa.

Clare apretó los dedos sobre los ojos para contener las lágrimas. No podía seguir llorando de aquella manera.

Jack se unió a ella minutos después, se sentó a su lado, en la silla que solía ocupar Gray y permanecieron en silencio durante un rato. El sol se estaba poniendo detrás de los árboles que bordeaban el riachuelo y el horizonte brillaba como si hubieran encendido una hoguera sobre la curva de la tierra.

– He echado mucho de menos las puestas de sol de Bushman's Creek -empezó a decir Jack.

Clare no desvió los ojos del cielo.

– Yo también las echaré de menos.

Se volvió para mirarlo y el corazón le dio un vuelco al ver la angustia que reflejaban sus ojos.

– Háblame de Pippa -le suplicó.

Aquel atardecer, con el rostro iluminado por el brillo de los últimos rayos de sol, Clare empezó a hablar. Sabía que a su hermana le habría gustado que la recordara alegre, así que pasó por alto las terribles semanas de su enfermedad y le dijo cuánto lo había amado Pippa, lo que había lamentado marcharse de aquel modo y cuánto habría deseado poder regresar a Bushman's Creek para estar junto a él y su hija.

Cuando terminó de hablar, Clare estaba otra vez llorando y Jack le apretó la mano con fuerza. Sus dedos eran cálidos y fuertes como los de Gray.

– Gracias por tus palabras, Clare, y por mantener tu promesa y traerme a Alice. Es lo único que me queda de Pippa. Te prometo que cuidaré de ella como Pippa habría deseado.

– Sé que lo harás -respondió Clare entre sollozos.

Jack le apretó otra vez la mano y después se la soltó.

– ¿Y tú qué vas a hacer ahora?

– ¡Oh! Tengo mi vida en Londres -le dijo, tratando de mostrar entusiasmo.

– Sí, ya me lo ha dicho Gray. Me contó lo de la boda y todo lo que has hecho por Pippa, por Alice… por nosotros. Yo quería pedirte que te quedaras en el rancho, pero Gray dice que ya has hecho bastante y que deseas marcharte a casa.

Clare evitó mirarlo, y permaneció con las manos apretadas sobre el regazo.

– Creo que será lo mejor -le dijo, pensando que a Gray le había faltado tiempo para decidir su partida.

– No te pido que te quedes para siempre, pero sí durante un tiempo. No te lo pido por mí, sino por Alice. Todavía te necesita.

Clare negó con la cabeza.

– No, es a ti a quien necesita ahora, Jack. Tenéis que construiros una vida juntos y yo no formo parte de ella. Cuanto antes me vaya, antes se acostumbrará a ti -la voz estuvo a punto de quebrársele, pero se tranquilizó-. Si pensara que Alice me necesita de verdad, por supuesto que me quedaría, pero creo que es hora de que cada uno continuemos con nuestras vidas, y es mejor que me vaya. Le será más fácil olvidarme ahora que es un bebé.

Jack la estudió con aquellos ojos que se parecían tanto a los de Gray y Alice.