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– ¿Estás segura?

Clare asintió y tragó saliva, para tratar de librarse del nudo que se le había hecho en la garganta.

– Lo único que sé es que cuanto más tiempo me quede, más me va a costar despedirme de ella.

– Lo comprendo. ¿Cuándo te quieres marchar?

– Lo antes posible -le dijo, en voz baja, preguntándose si le llegaba el sonido de su corazón rompiéndose en pedazos.

– Mañana hay un avión a Darwin y desde allí podrás tomar un vuelo internacional -calló un momento, mientras observaba el perfil de Clare, con cierta ansiedad-. Gray dice que Lizzy vendrá a ayudarnos hasta que podamos encontrar una gobernanta -Clare sintió una opresión en el pecho-, pero tendrás que decirle a Lizzy la verdad sobre tu matrimonio. ¿Te importará tener que hacerlo?

– No -respondió, desolada-. Ya no importa.

Clare se quitó los anillos y los dejó sobre la cómoda, donde Gray los pudiera encontrar fácilmente. Miró a su alrededor, como tratando de grabar aquella habitación en su retina para siempre, después tomó su maleta, muy ligera ahora que ya no contenía las cosas de Alice, y salió al porche, donde la esperaban Jack y Alice.

Clare tomó en sus brazos a la niña por última vez. Tenía muchas cosas que decirle, pero era demasiado pequeña para entenderlo, y se limitó a abrazarla con fuerza, esperando que Alice se diera cuenta de cuánto la quería. Alice jugueteó con sus cabellos, alegremente y Clare tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas.

– No permitiré que te olvide -le dijo Jack-. Te enviaré fotos y puedes venir a visitarnos.

– Ya no será lo mismo -consiguió decir, aún con los ojos cerrados.

Oyó llegar la camioneta y los pasos familiares de Gray subiendo las escaleras del porche.

– ¿Clare? -le tocó el brazo y su voz era muy suave-. Si quieres llegar a tiempo para el avión de Darwin tenemos que irnos.

Clare asintió, enmudecida por la desesperación. Besó a Alice por última vez, se la entregó a Jack y después empezó a bajar las escaleras, sin volver la vista atrás.

Como si se hubiera dado cuenta de repente de lo que sucedía, Alice empezó a llorar y Clare se tapó los oídos con desesperación. Gray puso la maleta en la parte trasera de la camioneta y se sentó a su lado. Tras observar su rostro un momento, puso en marcha el motor, tratando así de que no se oyera el llanto de Alice, que cada vez lloraba con más desesperación.

– Vámonos, por favor -susurró Clare y Gray arrancó.

Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras que con la mirada siempre al frente, se apretaba con fuerza los oídos, como temiendo oír aún el llanto de Alice. A pesar de repetirse que no debía volver la vista, no pudo evitar darse la vuelta para ver por última vez la casa y las figuras que la despedían en el porche.

Pero tanto la casa, como Alice y Jack habían desaparecido ya como tragados por el rojo polvo del desierto que iba levantando la camioneta.

Sintiéndose morir de pena, Clare miró al frente di nuevo. Aquella sería la última vez que pasara al lado de riachuelo. Tenía que recordarlo todo, porque los recuerdos serían lo único que le quedaría.

Para alivio suyo, Gray no intentó entablar conversación. En la pista de aterrizaje colocó su maleta en la avioneta y cuando la ayudó a subir, volver a sentir el roce de sus manos le resultó muy difícil de soportar.

Había dejado la camioneta a la sombra y pensó que la encontraría allí cuando regresara, pero que ella no estaría.

Aun viendo lo difícil que le resultaba marcharse Clare sabía que hacía lo correcto, aunque una parte de ella se negara a creer que ya no volvería a viajar en la destartalada camioneta, que nunca volvería a subir la; escaleras del porche, ni dejar que la puerta se cerrara tras ella. No vería a Alice ponerse de pie, ni dar sus primeros pasos o decir las primeras palabras.

Y Gray permanecería allí sin ella, moviéndose por aquellas tierras con su ágil caminar, entrecerrando los ojos para avistar el horizonte, sacudiéndose el polvo de sombrero, y ya era demasiado tarde para decirle cuánto lo amaba.

El avión de Darwin estaba ya estaba listo en la pista con la hélice en movimiento, cuando aterrizaron en Mathinson. Clare se alegró en el fondo, porque así se ahorrarían una despedida larga.

Como una autómata, compró el billete y facturó el equipaje. Después de cumplir con todos los trámites de aeropuerto, Clare y Gray se quedaron mirándose en silencio.

– ¿Vas a regresar directamente? -preguntó ella, finalmente.

– Lizzy llega hoy de Perth -le dijo Gray, con voz cansada-. Su vuelo aterrizará dentro de un par de horas, así que haré tiempo hasta entonces y me la llevaré a casa.

– Muy bien -Clare no pudo seguir mirándolo, así que se concentró en la tarjeta de embarque, que no dejaba de manosear-. Alice estará bien -le dijo, sin estar segura de si estaba tratando de convencerse a sí misma o a Gray.

– Por supuesto que sí.

Una azafata empezó a recoger las tarjetas de embarque y Clare se dio cuenta de que había llegado la hora de la despedida.

– Bueno… -parece que ya ha llegado el momento.

– Sí.

Se miraron sin decir palabra. Clare, sintiendo una mezcla de deseo y pánico, pensó que si Gray la tocaba estaría perdida, pero no lo hizo. Le vio apretar las manos, pero la dejó volverse y entregar la tarjeta de embarque a la azafata.

Clare se dio cuenta de que todo había terminado, de que la estaba dejando marchar y se sintió como helada, incapaz de llorar.

Pasó la barrera y entró en la pista de aterrizaje.

– ¿Clare? -había desesperación en su voz, así que se apresuró a volverse. El viento hizo que los cabellos le cubrieran la cara. Se los colocó detrás de la oreja y lo miró, sus ojos plateados brillaron bajo la luz del sol.

– ¿Sí?

– Yo… -Gray se detuvo, frustrado. Detrás de ella las hélices se movían cada vez más rápido y una azafata la esperaba, con impaciencia en lo alto de las escaleras del avión-. Gracias, Clare -consiguió decir finalmente, sintiéndose como derrotado-. Gracias por todo.

Clare no pudo decir nada. Trató de sonreír, pero no lo consiguió, así que se apresuró a avanzar por la pista de aterrizaje hasta el avión, para que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por sus mejillas.

El avión despegó y Clare pudo ver cómo quedaba atrás aquel polvo rojizo del desierto, que tan familiar le resultaba ya, y como, poco a poco, se iba alejando del aeropuerto hasta perderlo de vista por completo.

Estaba otra vez lloviendo. Clare miró aquel cielo oscuro y las gotas que golpeaban contra sus cristales y recordó con dolor el calor y la luz de las desérticas extensiones australianas. Llevaba un mes en Londres, cuatro semanas desoladoras. Debería resultarle ya más fácil, pero no era así. El recuerdo de Bushman's Creek era como un dolor que, lejos de ir aminorando, se hacía tan agudo en algunas ocasiones que le hacía dar un respingo.

Quería dar un paseo hasta el riachuelo o sentarse en el porche a mirar el cielo estrellado. Deseaba estar en la fresca cocina y esperar a oír las pisadas de Gray sobre las escaleras de madera y escuchar cerrarse la puerta del porche antes de verlo aparecer, sacudiéndose el polvo del sombrero, con esa media sonrisa que la hacía estremecer.

Conservaba un reloj con la hora australiana y de vez en cuando lo miraba para imaginar lo que estaría haciendo exactamente en aquel momento. Cuando permanecía desvelada sobre la cama sabía que Gray estaba a caballo, con el sombrero caído sobre los ojos, contemplando el horizonte, pensativo o dirigiendo el ganado. Clare se lo podía imaginar deteniéndose para almorzar: Joe estaría liándose un cigarrillo, Ben comiendo con ansia unas galletas y Gray tomando una taza de té, tan tranquilo como siempre.

Y cuando esperaba en la parada del autobús, con el cuello del abrigo subido para protegerse de la humedad, se imaginaba a Gray echado en aquella cama que habían compartido, la habitación iluminada tan solo por la luz de las estrellas. Conocía su modo de dormir, como se le relajaba la expresión del rostro y su pecho subía y bajaba con ritmo acompasado, y se moría de ganas por escuchar el sonido de su respiración y sentir la calidez de su piel.