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– Podría ser su gobernanta -afirmó, levantando la barbilla, desafiante-. Soy perfectamente capaz de cocinar y limpiar.

Como única respuesta Gray le tomó las manos y le pasó los pulgares por las palmas.

– Me da la sensación de que no está acostumbrada a hacer trabajos duros.

Su roce era bastante impersonal y Clare se sintió desconcertada al notar un cosquilleo. Las manos de aquel hombre eran fuertes, frías, ásperas y muy oscuras en comparación a la palidez de su piel inglesa. Era como si tuviera los dedos cargados de electricidad y le enviara pequeñas descargas que le recorrían todo el brazo. Al darse cuenta de que se estaba poniendo roja, se apresuró a retirar las manos, furiosa.

– Encargarse de unas cuantas vacas no es nada comparado con cuidar de un bebé veinticuatro horas al día -le espetó, para ocultar su confusión-. Estoy acostumbrada a ensuciarme las manos.

– Pero no está acostumbrada al calor, el polvo, las moscas y el aburrimiento -le respondió Gray, aparentemente indiferente al modo brusco en que había retirado las manos-. No estoy seguro de que se de cuenta de lo duras que pueden ser las cosas por allí.

Sin saber muy bien qué hacer con las manos una vez había conseguido liberarlas, cruzó los brazos, en un gesto que la hizo parecer a la defensiva, sin pretenderlo.

– Soy más dura de lo que parezco -le dijo.

Gray no pareció impresionado.

– Estoy hablando de dureza física, y en este momento no me parece muy dura -le dirigió una mirada crítica-. Me da la sensación de que está a punto de desmoronarse.

– Es por el largo viaje de avión y la diferencia horaria -le dijo, mientras se preguntaba por qué seguía sintiendo las manos quemándole donde él la había tocado-. Llegamos a Australia ayer por la mañana y no he podido descansar mucho desde entonces. Cuando consiga dormir una noche entera volveré a encontrarme bien. Mire -le dijo, al ver que no parecía muy convencido-, puede que no sea su gobernanta ideal, pero usted mismo ha dicho que no tiene tiempo para buscar a nadie más y estoy dispuesta a trabajar duro para pagar mi alojamiento. No molestaré. De hecho me vendrá bien estar ocupada para no pensar demasiado. Ha sido muy franco al hablarme de las condiciones de vida de la hacienda, y no voy a decirle que me va a gustar como a Pippa, porque somos muy diferentes y nunca me ha gustado el trabajo duro, pero haré lo que haga falta para ir a Bushman's Creek.

– ¿Por qué está tan deseosa de ir, si cree que no le va a gustar? -le preguntó.

– Porque no me puedo permitir nada más -le respondió Clare, al tiempo que se retiraba el cabello detrás de la oreja-, porque deseo ver ese lugar donde Pippa fue tan feliz y, si las condiciones de vida son tan poco apropiadas como usted dice, tal vez no pueda dejar allí a Alice. Debo verlo por mí misma. Y si es un sitio donde la niña puede crecer segura y feliz, tengo que ayudarla a acostumbrarse mientras esperamos el regreso de Jack; y para serle franca, porque quiero parar durante un tiempo, parar de viajar, de pensar, simplemente… parar.

– Si la dejo venir, no quiero que dé nada por supuesto -le advirtió Gray-. Será Jack quien tome la decisión oportuna acerca de Alice. Nadie más lo puede hacer por él.

– Lo sé -Clare trató de sonreír-. Por favor…

– ¡Muy bien! ¡Muy bien! -le dijo, casi irritado-. Puede venir… pero con una condición.

– ¿Cuál?

– El parentesco de Alice con Jack debe mantenerse en secreto hasta que él decida contárselo a la gente. No quiero que regrese a casa y se encuentre con que todo el mundo excepto él sabe que, supuestamente, es padre. En lo que concierne a todos los empleados de la estación usted estará allí como gobernanta. Me llamó ayer para pedirme trabajo y hoy he venido a recogerla.

Clare se lo pensó un momento y, dadas las circunstancias le pareció justo. Entendía que Gray quisiera cuidad de los intereses de su hermano. Por lo menos no había rechazado a Alice de antemano.

– De acuerdo. Muchas gracias -le dijo con una sonrisa.

Notó un brillo especial en sus ojos marrones y le vio apartar la mirada mientras se ponía el sombrero.

– Si va a venir conmigo, será mejor que lo haga ahora -le dijo bruscamente-. Tengo que regresar a mis tierras.

Clare estaba tan contenta de que la dejara ir con él que no puso ninguna objeción a su falta de entusiasmo.

– Solo tengo que guardar unas cuantas cosas en la maleta -le dijo, apresuradamente-. No tardaré mucho -levantó a Alice de su sillita y la olió-. Menos mal que por lo menos no necesita que le cambie los pañales -dijo, aliviada-. Tardaría menos si pudiera dejar a la niña con usted -sugirió.

Tras una breve pausa, Gray asintió con la cabeza y Clare le pasó a la niña. De nuevo sus brazos se rozaron y Clare tuvo que resistir la tentación de apartarlos bruscamente.

– Espero que no llore. Últimamente parece no gustarle mucho que la tomen en brazos personas que no conoce.

Se quedó mirándolos, dudando si dejarlos juntos. Gray sujetaba a la niña, alejada de su pecho y ambos se miraban con desconfianza. Gray no apartaba los ojos de ella y Clare se preguntó si buscaba algún parecido con su hermano en la carita de Alice.

Estaba a punto de sugerir que se llevaba a la niña, cuando, de repente, ambos sonrieron a la vez. Clare estaba acostumbrada al efecto que la sonrisa de Alice producía en su corazón, pero no estaba preparada para el que le causó la de Gray. De alguien sombrío e inexpresivo se transformó en una persona jovial y cálida, en alguien turbador e inesperadamente atractivo.

Había una expresión extraña en su rostro cuando Gray apretó a la niña contra su pecho. Sus brazos resultaban demasiado grandes sobre aquel cuerpecito. Dejó de mirar al bebé y sus ojos se posaron en Clare, que los observaba como transfigurada.

– Alice estará bien conmigo -afirmó Gray.

CAPITULO 2

EL HOTEL era el único edificio de dos plantas del pueblo, pero no tenía refinamientos del tipo ascensor o mozo, así que a Clare no le quedó más remedio que arrastrar su pesada maleta por el pasillo, y cuando llegó a las escaleras tuvo que detenerse para recuperar el aliento. Desde allí contempló una escena en el vestíbulo que la dejó boquiabierta.

Alice parecía sentirse como en casa en los brazos de Gray Henderson, que conseguía tener una conversación con el director del hotel, al tiempo que la niña exploraba su cara con fascinación, probando la textura de su piel y cabellos, dándole palmaditas y tirándole de los labios.

Clare no pudo evitar envidiar a Alice. Debía de ser agradable relajarse en un hombro tan firme como el de Gray y sentir la seguridad de sus fuertes brazos. Se preguntó qué se sentiría al acariciar su rostro como estaba haciendo Alice, al apoyarse contra su cuerpo esbelto y duro.

Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y tragó saliva, desconcertada por su propia reacción. Le pareció extraño que el primer hombre que le hacía sentir algo parecido después de Mark, fuese una persona tan diferente a este. Mark había sido intenso y apasionado. Sin embargo, le daba la sensación de que Gray no sabía siquiera lo que significaba la palabra pasión.

A no ser que… La mirada de Clare se detuvo un momento en la boca masculina. De repente se dio cuenta de que iba a pasar las próximas semanas a solas con él y el estremecimiento se intensificó.

Se apresuró a tomar la maleta, sintiéndose ridícula por experimentar una atracción tan fuerte por aquel hombre. Hasta un psicólogo sin experiencia le diría el motivo: estaba cansada y vulnerable. Había soportado la tensión de tener que ocuparse de todo durante demasiado tiempo y era normal que le atrajera la seguridad y la fuerza que parecía emanar de Gray. Tal vez no fuera tan guapo como Mark, pero en aquel momento le atraía más alguien que pudiera hacer frente a cualquier tipo de situación que una cara bonita.