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– Se parece a Jack -admitió después de un momento-. Tiene sus mismos ojos, el mismo aire. No me encontraba en el rancho cuando su hermana trabajó allí, así que todo pudo haber sucedido del modo en que dice -continuó diciendo, como justificándose-. Además, Jack ha estado muy raro desde entonces. Solía ser muy alegre y desenfadado, pero si estaba enamorado de su hermana y ella se marchó, eso explica que durante el último año haya estado tan nervioso y de un humor tan cambiante.

– ¿Nunca le preguntó qué le pasaba?

– Jack es un hombre adulto, no un niño. Si hubiera querido contarme algo, lo habría hecho.

Clare puso los ojos en blanco, exasperada ante la típica respuesta masculina a cualquier sugerencia de hablar de algo que tuviera que ver, aunque fuera remotamente, con las emociones.

– ¡Tal vez necesitaba ver un poco de interés por su parte en saberlo!

Por lo menos se dio el gusto de provocar algún tipo de reacción en Gray, que apretó los labios y la miró con cara de pocos amigos.

– Conozco a Jack mucho mejor que usted. Debería haber al menos mencionado a su hermana a mi regreso, y el hecho de que no lo hiciera, me impide adquirir ningún tipo de compromiso en su nombre. En lo que a mí respecta, Alice es su sobrina, no la mía y, hasta que regrese Jack y tome una decisión, usted es simplemente la gobernanta. ¿Entendido?

Clare levantó la barbilla.

– Perfectamente.

Se hizo un tenso silencio, únicamente roto por el ruido de la hélice. Al menos Alice se sentía tensa, porque Gray tenía la misma apariencia impasible de siempre. Al verlo tan relajado, pendiente solo de los mandos, lo miró con resentimiento.

Simplemente la gobernanta. No estaba segura de por qué le había molestado tanto aquel comentario. Si tenía que pasarse semanas alejada de la civilización, más valía que tuviera algo que hacer, aunque fuera cocinar y limpiar. Sin embargo, no tenía por qué habérselo recalcado tanto. ¿Acaso pensaba que solo valía para ese oficio?

De todos modos, ¿para qué necesitaba una gobernanta? Estaba claro que no era un tipo romántico y le resultaba extraño que no se hubiera casado todavía, aunque solo fuera para solucionar el tema doméstico. Clare lo miró por el rabillo del ojo y llegó a la conclusión de que debía de estar cerca de los cuarenta. Le parecía raro que no hubiera encontrado a nadie con quien casarse, porque le parecía bastante atractivo dentro del tipo de hombre rudo, acostumbrado a estar al aire libre.

Sus rasgos eran demasiado imperfectos para ser guapo, pero tenía la piel bronceada por el sol y arruguitas en el contorno de los ojos, como si se hubiera pasado muchas horas mirando al lejano horizonte con los ojos entrecerrados.

Clare detuvo la mirada en la boca varonil y pensó que tampoco era una boca bonita, pero de repente, recordó su sonrisa y algo se removió dentro de ella. Turbada, dejó de mirarlo y se concentró en la vista, como si se repente la encontrara muy interesante.

Para cuando pudo concentrarse en el paisaje, vio que la enorme extensión de monte bajo dejaba paso a un terreno más escarpado. La avioneta se elevó por encima de unas colinas y pareció empezar a descender del otro lado.

– ¿Ya hemos llegado? -preguntó, esperanzada.

– Todavía no, pero ya estamos sobrevolando las tierras de Bushman's Creek.

Consternada, Clare lo vio descender hasta casi rozar las copas de los larguiruchos gomeros.

– ¿Qué está haciendo? -gritó, apretando a la niña.

– Solo estaba echando un vistazo -le dijo, como si bajar en picado fuera la cosa más normal del mundo.

– ¿Y para qué demonios lo ha hecho? -le preguntó, molesta al notar que seguía hablando demasiado alto, presa aún del miedo.

– Quería ver cuanto ganado había por aquí. Siempre hay alguna cabeza que se escapa de la manada.

– ¡O sea que estamos buscando vacas! -murmuró con sarcasmo-. ¡Fabuloso!

Gray no le hizo ningún caso y continuó planeando bajo, ladeando la avioneta de vez en cuando. Sus manos no vacilaron en ningún momento y parecía tan seguro de sí mismo que, sin darse cuenta, Clare empezó a relajarse y a contemplar el paisaje.

A aquella altura, la monótona extensión de tierra pardusca se veía como un erial de color rojizo con algunas matas de hierba, gomeros de corteza plateada y, de vez en cuando, los extraños árboles boas de enorme tronco. Cada dos por tres, un pequeño grupo de ganado salía huyendo al oír la avioneta, levantando una nube de polvo tras de sí y Clare pudo ver canguros saltando entre los árboles, así como los montículos que formaban las termitas.

– ¿Se da cuenta de todo lo que hay que ver ahí abajo? -le preguntó Gray, al tiempo que planeaban sobre un espectacular afloramiento rocoso.

A Clare aquello no le impresionaba en absoluto.

– La verdad es que no lo encuentro muy excitante.

– Depende de lo que sea excitante para usted -sus palabras parecían tener un doble sentido y Clare lo miró con desconfianza-. ¿Qué hace falta para excitarla a usted? -añadió, mirándola de reojo.

Su rostro permanecía serio, pero Clare hubiera jurado que se estaba riendo de ella. Inconscientemente, levantó la barbilla y lo miró desafiante.

– Algo más que unas cuantas vacas perdidas y un par de canguros -le respondió con acidez-. ¿Esto es lo mejor que puede ofrecer Bushman's Creek?

– Depende de lo que esté buscando -le respondió y esa vez a Clare no se le escapó la media sonrisa que se dibujó en sus labios.

Siguieron volando durante mucho tiempo y Clare se llegó a preguntar si iban a llegar algún día, pero de repente Gray le señaló a lo lejos una línea de árboles que serpenteaba sobre el paisaje, cuyas hojas eran más verdes que las del resto.

– Esa es la hacienda -le dijo Gray-. Incluso en la época seca, como ahora, se puede encontrar alguna charca. Y ahí está la casa.

Clare se asomó por la ventanilla, pero no alcanzó a distinguir más que un grupo de tejados metálicos que brillaban a la luz del sol, resguardados del astro rey por numerosas plantas y árboles, como si se tratara de un oasis en pleno desierto.

Poco después la avioneta sobrevoló un terreno cercado donde se veía un gran número de cabezas de ganado, y varios hombres los saludaron al pasar. Un kilómetro más allá aterrizaron por fin.

– Bienvenida a Bushman's Creek -le dijo Gray.

Después de haber dormido profundamente durante todo el viaje, a pesar del ruido y la vibración de la avioneta, Alice se despertó en cuanto la bajaron del avión. Se mostró malhumorada cuando montaron en la camioneta que había quedado a la sombra de un árbol y no paró de llorar en todo el camino.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Gray, incómodo por el llanto de la niña.

– No le pasa nada -Clare tenía los nervios destrozados por el malestar de Alice-. Tiene hambre y necesita que le cambien el pañal, eso es todo.

Estaba tan pendiente de Alice que no se fijó demasiado en la casa a la que acababan de llegar.

– Será mejor que utilice mi habitación -le dijo Gray, tras entrar en el acogedor frescor del vestíbulo-. Es la única que ha estado en uso últimamente. Por lo menos no tendrá que limpiar el polvo antes de posar a la niña en alguna parte.

El dormitorio estaba fresco y en penumbra. Amueblado de una manera sencilla, tenía una cama amplia, una cómoda y una silla de apariencia robusta.

Mientras cambiaba el pañal de Alice sobre la cama, deseó poder tumbarse ella también un rato, pero sabía que si lo hacía se quedaría dormida. La emoción del vuelo le había hecho olvidarse del cansancio, pero ahora que habían llegado notaba que volvía a apoderarse de ella por completo.

Luchando contra él, volvió a vestir a Alice y la tomó en brazos. Ya lloraba menos, pero seguía gimoteando. Clare la besó y le dio unas palmaditas mientras se dirigía en busca de la cocina.

– Ya, ya sé que tienes hambre. Te daré algo de comer.