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No sabía cómo lo iba a conseguir, pero se daba cuenta de que iba a tener que aguantar sin dormir hasta la noche porque Alice la necesitaba.

Al llegar a un gran salón, Clare se detuvo y miró a su alrededor. La casa no era para nada como la había imaginado. Era más nueva de lo que había pensado y le dio la sensación de que habían ido añadiendo habitaciones a esa zona central, a medida que las habían ido necesitando, pero el ambiente era muy fresco gracias a la galería que rodeaba toda la casa e impedía que el sol entrara directamente. Cada puerta y ventana tenía un fino mosquitero que mantenía fuera los insectos, pero dejaba que se colara la brisa dentro de la casa.

Clare no había esperado encontrarse una casa tan agradable, pero en una cosa Gray tenía razón: necesitaba una limpieza con urgencia. Había polvo por todas las superficies y sus huellas quedaban marcadas en el suelo a su paso.

– Ya le dije que estaba sucia -le dijo Gray, que entraba en ese momento con las últimas bolsas de Clare y había leído la expresión de su rostro sin ninguna dificultad.

– Ya lo sé, pero no me había hecho a la idea de que estuviera tan sucia. ¿Es que no tiene una escoba?

– Espero que usted la encuentre pronto -le respondió, secamente.

– Creo que será lo mejor -miró a su alrededor, consternada-. ¿Cómo puede haberla dejado ponerse así?

Gray se encogió de hombros.

– Es una cuestión de prioridades. Tan solo utilizo la casa para dormir, porque paso todo el día fuera y como con los hombres. Si alguna vez me siento es en mi despacho o en la galería, nunca aquí.

Clare se dio cuenta de que Alice estaba todavía gimoteando.

– Tendré que dejar la limpieza para más tarde -le dijo-. Necesito dar algo de comer a la niña primero.

– Aquí -le dijo, mostrándole el camino-, pero me temo que no hay mucho de comer.

– No importa. Tengo varios potitos para ella. Lo único que necesito es poder hervir un poco de agua.

Gray abrió la puerta de la cocina, totalmente amueblada y con varios frigoríficos.

– Ahí es donde guardamos las cervezas -le dijo, al ver que la mirada de Clare seguía una fila de huellas que llevaban hasta las neveras. No sonrió, pero se le hicieron unas arruguitas en las comisuras de la boca que provocaron una extraña reacción en Clare que, turbada, se volvió bruscamente.

A Alice le costaba mucho comer, así que Clare no se sorprendió de que, tras ver lo que hizo con el primer par de bocados, Gray las dejara solas, con la excusa de ir a ver cómo les iba a sus hombres.

Clare no esperaba volverlo a ver aquella tarde, pero estaba quitando el babero a Alice cuando él regresó a la cocina.

– Creo que tiene que haber una silla alta por ahí -le dijo, mientras la veía levantar a la niña de su sillita.

A Clare se le iluminó la mirada.

– ¡Oh, sería maravilloso! -le sonrió y, antes de que le retirara la mirada, sorprendió en sus ojos una extraña expresión-. ¿No habrá también una cuna?

– Podría ser, porque mi madre no tiraba nunca nada y las cosas que utilizamos mi hermano y yo cuando éramos pequeños deben de estar en el cuarto de los trastos. Le pediré a uno de mis hombres que las busque mañana.

Después de sacar a Alice de su sillita, Clare se dio cuenta de que no podía dejarla en ningún sitio.

– Creo que será mejor que te quedes aquí hasta que encuentre una escoba -le dijo a la niña, tras volverla a dejar en su sillita. Alice pareció desconcertada de encontrarse otra vez en el mismo sitio de antes, pero se limitó a chuparse los dedos mientras miraba a Clare, sin pestañear.

– ¿No pensará ponerse a limpiar ahora? -le preguntó Gray, con el ceño fruncido.

– Para eso estoy aquí -le respondió ella, con una sonrisa que se transformó en bostezo.

– Puede limpiar mañana -le dijo, mirando las profundas ojeras de cansancio que tenía-. Ahora lo que necesita es descansar.

– No puedo -se colocó el pelo detrás de las orejas, pensando que ojalá no hubiera mencionado la palabra dormir-. Alice durmió durante todo el viaje y pasarán muchas horas antes de que vuelva a tener sueño.

– Yo cuidaré de ella.

– ¿Usted?

– ¿Por qué no?

– Pensé que estaba ocupado.

– Las cosas parecen ir bien en los campos. Tendré que ir de vez en cuando para ver si hay novedades, pero no veo por qué no puede venir conmigo. Además, tengo muchos papeles pendientes en el despacho. Podría estar allí conmigo.

– Pero… pero no habíamos quedado en eso -tartamudeó Clare-. No creo que quiera que lo moleste un bebé.

– Lo que no quiero es que me toque cuidarlo si usted enferma de agotamiento -dijo Gray, con brusquedad-. No creo que me sea de mucha utilidad como gobernanta si está tan cansada que no se puede tener de pie.

– No sé -dijo, preocupada-. Alice puede ser difícil a veces…

– Tengo bajo control cuatro mil kilómetros cuadrados -le dijo, señalando con la cabeza en dirección a la ventana-. ¿Me está diciendo que no puedo ocuparme de un bebé?

– Un bebé necesita tanta atención como un rancho. ¡Si no más! No puede limitarse a dejarla sentada sobre una valla mientras usted se ocupa de esas vacas. No podrá apartar los ojos de ella ni un momento.

– Tendrá que confiar en mí -le dijo, dando por finalizada la discusión al levantar a Alice de su sillita. Después tomó a Clare por el brazo-. Venga conmigo.

– Tal vez podría echarme una hora -había luchado tanto tiempo contra el agotamiento que en cuanto bajó la guardia todo el cansancio se le vino encima. A trompicones llegó a la habitación de Gray y no se cayó porque él la llevaba sujeta.

Sin poner más objeciones le dejó retirar la colcha y se sentó en la cama. Mientras tanto, con la niña en brazos Gray se acercó a la ventana y bajó las persianas.

– Duerma un poco -le dijo, pero al volverse para cerrar la puerta, vio a Clare todavía sentada sobre la cama, sin fuerzas siquiera para acostarse.

Gray dudó un momento, pero después se acercó a la cama, dejó a Alice encima y se agachó para quitarle las sandalias a Clare. La acostó y. tras cubrirla con la sábana, tomó una vez más a Alice en sus brazos y se quedó observándola un momento.

Clare acertó a pensar por un momento que debería darle las gracias, pero lo único que pudo hacer fue sonreírles y para cuando Gray y la niña habían llegado a la puerta, ella ya estaba dormida.

Cuando Clare se despertó, horas más tarde, se encontró en una habitación desconocida y en una cama extraña. Desorientada, se quedó un rato tumbada parpadeando ante aquel techo que no le resultaba familiar e intentando separar los sueños de la realidad, en la confusión de imágenes inconexas que tenía en la cabeza. Después de un rato recordó que estaba en Australia, en Bushman's Creek, en la cama de Gray Hender-son.

Gray… Le resultaba desconcertante descubrir lo clara que tenía en su mente la imagen de un hombre que acababa de conocer aquella misma mañana. Clare ladeó la cabeza en la almohada como para apartar de su mente el recuerdo de las arruguitas alrededor de sus ojos; de sus competentes manos, tan bronceadas; de la manera en que su boca se relajaba a veces con aquella inesperada sonrisa. Clare tuvo la desagradable sensación de que la sonrisa de Gray había jugado un importante papel en sus sueños.

Frunció el ceño, molesta por la irrupción de la realidad y se incorporó, apoyándose en las almohadas.

Gray no había querido que viniera, pero ya había aceptado a Alice. Incluso se había mostrado amable insistiéndole en que descansara, bajándole las persianas, y hasta quitándole las sandalias.

Recordaba vagamente haberle sonreído y haber visto una extraña expresión en sus ojos, pero pensó que tal vez había sido un sueño. Gray no podía haberla mirado con una mezcla de ternura y deseo. Nadie miraría a una gobernanta de esa manera; y eso era ella y lo seguiría siendo para Gray.

– Y para mí misma también -murmuró Clare con firmeza, al tiempo que se levantaba de la cama. No estaba allí para pensar en Gray Henderson y en cómo miraría a una mujer que deseara de verdad tener en su cama. Estaba allí por Alice, y si tenía que trabajar como gobernanta, lo haría.