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CAPITULO 3

CLARE se horrorizó al mirar el reloj y ver que había dormido casi cinco horas. Su primer impulso fue salir corriendo a relevar a Gray del cuidado de Alice, pero un vistazo en el espejo le bastó para cambiar de idea. Tenía el pelo enredado, la cara hinchada y el vestido de lino completamente arrugado. Si Gray se las había arreglado con Alice durante toda la tarde, podría arreglárselas también durante diez minutos más. Necesitaba una ducha.

Vestida con unos pantalones estrechos color piedra y una blusa blanca, Clare se sintió capaz de enfrentarse a Gray Henderson de nuevo. Las horas de sueño habían obrado maravillas. Se sentía otra vez ella misma. Mientras se peinaba los cabellos húmedos detrás de las orejas y se ajustaba el cinturón, pensó que había llegado el momento de mostrar a Gray quién era la verdadera Clare Marshall, vital y capaz, completamente distinta de la mujer agotada que no había sido capaz ni de quitarse las sandalias.

Fuera todo parecía muy tranquilo, pero cuando se acercaba al salón empezó a oír el incomprensible parloteo de Alice y siguió el sonido de su voz hasta una pieza, al fondo, cuya puerta estaba abierta. Nada más entrar vio a la niña rodeada de una multitud de objetos variopintos, como si Gray hubiera revuelto toda la casa en busca de algo seguro con lo que pudiera jugar Alice, y ella lo hubiera rechazado todo.

Gray estaba sentado al lado de la niña, con una cuchara de madera en la mano y a Clare le divirtió ver que después de pasar cinco horas con su sobrinita parecía mucho menos imperturbable. Aprovechando que no la habían visto, observó cómo Alice agarraba la cuchara y se apresuraba a metérsela en la boca.

– Muy bien -le estaba diciendo Gray, al tiempo que se levantaba-, juega un poco con eso que mientras yo… -se calló al ver como Alice, tras chupetear un poco la cuchara la tiraba al suelo, con desdén-, te busco otra cosa para que juegues -terminó de decir, suspirando.

En ese momento Alice descubrió a Clare y se le iluminó la cara con una sonrisa de bienvenida. Gray se había agachado para recoger la cuchara y, al ver la expresión de la niña, se volvió y vio a Clare en la puerta, aseada y hermosa, devolviendo la sonrisa a Alice.

Se hizo un extraño silencio mientras Gray se ponía de pie.

– ¡Hola! -le dijo, con un tono de voz que Clare no pudo descifrar-. Tiene mucho mejor aspecto.

– Me siento mucho mejor -por alguna razón no era capaz de mirarlo a la cara y se sintió aliviada al poder centrar su atención en Alice, que le tendía los brazos para que la abrazara, balbuceando algo que sonaba a bienvenida. La levantó y le dio un beso en la mejilla-. ¿Has sido buena?

– Se… se ha portado bien -dijo Gray, con un poco de reserva.

Clare echó un vistazo, primero al suelo lleno de objetos y después a la mesa de trabajo, donde parecía haber despejado toda la zona que pudiera estar al alcance de la niña

– ¿Ha conseguido trabajar? -le preguntó, inocentemente.

– No mucho -admitió, y cuando Alice levantó las cejas, sonrió, muy a su pesar-. ¡De acuerdo, no he hecho nada! Parece increíble que una personita como ella pueda restringir tus actividades tanto.

– ¡Oh, Alice! -dijo Clare, tratando de contener la risa-. ¿Lo has tenido ocupado?

– Es ella la que ha estado ocupada. La he llevado a los campos para que pudiera conocer a los hombres y ver su primer ganado.

– ¿No estaba asustada? -preguntó Clare, al pensar que una niña que no había visto nunca una vaca se había encontrado con mil al mismo tiempo.

– No nos acercamos mucho, pero yo diría que no. No ha dejado de parlotear ni un momento.

– Esta niña es una charlatana, ¿verdad? -le dijo Clare, haciéndole cosquillas en la nariz.

– ¿Entiende algo de lo que dice? -preguntó Gray con curiosidad.

Clare se echó a reír.

– No. La verdad es que no dice nada. Tan solo emite sonidos, pero se hace entender muy bien cuando quiere algo; por ejemplo se las arregla para que te enteres de que no quiere permanecer en su silla toda la tarde sin moverse -añadió, divertida.

– Oh, sí, ya sé que ese mensaje lo emite muy bien. No sabía dónde tenía los juguetes así que me puse a buscar por la casa algo que la entretuviera, pero nada parecía interesarle durante más de un par de segundos.

– Solo traje un par de juguetes. Parece que últimamente le interesan más los objetos cotidianos, pero seguramente se lo estaba pasando mejor con la atención que le estaba prestando que con cualquier otra cosa -dudó un momento y después añadió, con timidez-: Lamento que no haya podido aprovechar la tarde, pero se lo agradezco mucho. Hacía tiempo que no dormía tan bien. Gracias por cuidar de ella.

– De nada. La verdad es que ha sido muy educativo. He hecho muchas cosas en mi vida, pero nunca había cambiado un pañal.

Clare se lo quedó mirando boquiabierta.

– ¿Le ha cambiado el pañal?

– Con algo de ayuda -confesó, un poco avergonzado-. Joe me tuvo que enseñar a hacerlo. Tiene hijos, ya mayores, aunque no creo que haya ejercido mucho de padre con ellos. Al final estábamos cuatro alrededor de la cama, rascándonos la cabeza, mientras mirábamos a la niña y el pañal, sin saber qué hacer. Al final salió bien, o al menos eso creímos. Tendrá que comprobarlo.

Clare no pudo evitar echarse a reír al imaginarse a cuatro hombres adultos sin saber cómo llevar a cabo una tarea tan simple.

– Tú podrías haberles enseñado, Alice -dijo a la niña, y la levantó por los aires hasta que la hizo reír a carcajadas.

Su risa era tan contagiosa, que Gray no tardó mucho en echarse a reír también.

Al verlos tan felices, Clare sintió que el corazón le daba un vuelco y cuando su mirada se cruzó con la de Gray se le quebró la risa, sin saber por qué.

Era como si de repente se hubieran dado cuenta de que estaban relajados y riendo juntos como viejos amigos, cuando eran prácticamente unos desconocidos, con intereses encontrados y nada en común, excepto un bebé. Se les borraron las sonrisas al mismo tiempo y Clare apartó la mirada.

– Debería haberme despertado -le dijo, con Alice apoyada en su cadera.

– Fui a buscarla una hora después, pero estaba profundamente dormida y pensé que era mejor dejarla descansar.

Clare no sabía si alegrarse o entristecerse al darse cuenta de que volvía a hablarle con su habitual tono impersonal. Era imposible adivinar lo que habría pensado al verla durmiendo en su cama.

– Bueno… gracias y no se preocupe que no volveré a pedirle que se quede con ella.

Gray se encogió de hombros ligeramente.

– Nos las hemos arreglado bastante bien.

– Ya, pero la idea no era que cuidara de la niña mientras yo recuperaba mis horas de sueño. De ahora en adelante trataremos de no molestarlo. Con un poco de suerte se olvidará de que estamos aquí -terminó de decir con una sonrisa.

Gray se quedó mirándola.

– No creo que sea muy probable -le dijo, lentamente-. Además dudo de que me sea de utilidad como gobernanta si se pasa el día tratando de evitarme.

– No he querido decir eso -Clare se pasó las manos por el cabello, confusa. En Inglaterra tenía fama de ser tranquila, y buena comunicadora, pero había algo en la mirada desapasionada de Gray que la hacía volverse completamente idiota-. Solo quería decir que… bueno, no le voy a pedir que haga nada más por mí.

– Muy bien. Yo sí quiero pedirte algo. Si vamos a vivir durante un tiempo bajo el mismo techo será mejor que nos tuteemos. Aquí todo el mundo lo hace.

Estaba muy serio, pero había cierta mirada burlona en sus ojos castaños que hizo que Clare apretara los labios mientras asentía. Solo trataba de ser amable y tranquilizadora, podía por lo menos hacer un esfuerzo para fingir que la tomaba en serio.