– Se está haciendo tarde. Será mejor que dé de cenar a Alice y la acueste. ¿Hay alguna habitación que podamos utilizar?
– Por aquí.
Le indicó el camino por el pasillo hasta una habitación que estaba en frente de la suya.
– Pero… ¡si está limpia! -dijo, mirando estúpidamente a su alrededor.
– Alice y yo la barrimos un poco mientras dormías -le dijo Gray-. No estaba muy seguro de cómo arreglármelas con Alice, pero sí he sabido hacerte la cama.
Clare la miró y, al imaginarse a Gray inclinado, alisando las sábanas con sus bronceadas manos se ruborizó.
– No deberías haberte molestado -le dijo.
– Me imaginé que no querrías dormir en la mía -le dijo, secamente, y Clare se ruborizó aún más.
– Por supuesto que no, pero podría haberla hecho yo.
Gray hizo como si no la hubiera oído.
– Lo que no sabía era dónde acomodar a Alice. Me parece que es demasiado pequeña para dormir en una cama.
– Anoche la acosté en un cajón -le respondió Clare, contenta de cambiar de tema-. Uno de esa cómoda nos servirá hasta que encuentre la cuna.
De hecho después de bañarla y darle de comer, Alice estaba lista para que la acostaran en cualquier parte, así que la echó en el cajón, sin que protestara lo más mínimo. Clare se rezagó un poco para asegurarse de que se quedaba dormida y después fue en busca de Gray.
Lo encontró en la galería con un jovencito tímido llamado Ben, que al parecer se había ofrecido para vigilar el sueño de Alice, mientras Gray llevaba a Clare a las cocinas de los empleados para cenar algo.
– Si piensas cocinar, a partir de mañana todos comeremos en la casa -comentó Gray a medida que se acercaban al edificio alto y alargado que se encontraba cerca de la casa.
– ¿Para cuántos tendré que cocinar?
– Vamos a ver, en el rancho hay seis hombres, pero además esta noche habrá dos camioneros, que van a llevar mañana algunas cabezas de ganado al mercado y quieren salir temprano, antes de que haga demasiado calor. Normalmente suele haber más gente de paso que viene a realizar algún tipo de trabajo. ¿Pensabas que se trataba de un lugar aislado? Pues ya verás la cantidad de gente que pasa por aquí.
Clare había estado contando con los dedos.
– ¿Así que voy a cocinar por lo menos para ocho o nueve todas las noches? -le preguntó, sorprendida.
– ¿Será un problema?
– Bueno, no… -Clare midió sus palabras, al recordar que le había prometido ser de utilidad-, solo que nunca había cocinado para tanta gente. De todos modos me las arreglaré.
Cuando se encontró frente a la peor cena que había comido en su vida pensó que sin duda tendría que arreglárselas. Mientras masticaba un trozo de carne con la textura del cuero pensó que ella no lo podría hacer peor.
Clare se acostó aquella noche sintiéndose más feliz de lo que se había sentido en los últimos meses, aunque sin saber la razón, porque el estado de la casa la había horrorizado y las cocinas de los obreros no habían mejorado su impresión.
No se trataba precisamente de su cena ideal, pero rodeada de tanta gente, Clare se dio cuenta por primera vez de lo sola que había estado desde la muerte de Pippa. Sumergida en su pena y en su completa dedicación a Alice hacía meses que no quedaba con nadie. Por lo menos allí tenía gente con la que hablar… ¡Si conseguía llegar a entender lo que decían!
Y además estaba Gray.
Clare lo había estado observando sin que se diera cuenta, mientras hablaba con los hombres al otro extremo de la mesa. Por alguna razón le había resultado difícil sostenerle la mirada, así que en aquel momento le parecía estar viéndolo por primera vez. Era un rostro intrigante y difícil de describir al mismo tiempo. No tenía unas facciones que llamaran la atención y sí un rostro inexpresivo que debería haberlo hecho parecer bastante anodino, pero no era así. Había algo en su quietud que atraía, que hacía muy difícil apartar la mirada de él. Los ojos de Clare se detuvieron en su boca y se preguntó cómo era posible que pudiera resultarle ya tan familiar. Tan familiar y tan inquietante al mismo tiempo. Le resultaba difícil creer que acabara de conocerlo.
Ya no podía concebir no reconocerlo al instante, no saber lo fuertes que eran sus manos, lo inesperada que resultaba su sonrisa. Ya sabía cómo reía, cómo andaba, cómo volvía la cabeza cuando se daba la vuelta y la encontraba mirándolo. Le había costado un poco asimilar que aquellos ojos impenetrables pertenecían, no a un hombre al que había conocido toda la vida, sino a alguien a quien acababa de conocer.
Al principio se había sentido humillada, pero ahora no podía evitar experimentar algo parecido a la felicidad al tumbarse en la cama que Gray había hecho para ella aquella tarde. Tal vez se le podría llamar alivio, como si finalmente hubiera podido liberarse de un peso y descansar. Había llevado a Alice a Bushman's Creek y no podía hacer otra cosa hasta que apareciera Jack, entonces tendría que preocuparse del futuro, pero hasta entonces viviría al día. Mientras se iba quedando dormida, Clare pensó que Bushman's Creek no iba a ser nunca un lugar en el que pudiera ser completamente feliz, pero al menos podría vivir contenta durante un tiempo.
Contenta no era precisamente la palabra que definía cómo se sentía Clare cuando el llanto de Alice la sacó de la cama al amanecer.
– ¡Ya voy, ya voy! -murmuró, tanteando el camino por la habitación, demasiado dormida como para saber si estaba tan oscuro porque tenía los ojos cerrados o porque no había encendido la luz
Al final encontró a Alice, la tomó en brazos y la llevó a su habitación, pensando que si la acostaba con ella, su contacto la haría tranquilizarse, pero pronto se dio cuenta de su equivocación. Había tardado demasiado en atenderla y la niña estaba enrabietada y cada vez gritaba más.
– De acuerdo, de acuerdo, cariño -trató de calmar a la enfadada Alice-. Te traeré un poco de leche. Tal vez así te tranquilices.
La noche había refrescado el ambiente y se puso una bata antes de colocarse a Alice sobre el hombro y dirigirse a la cocina. Alice gritaba tanto y todo a su alrededor le resultaba tan extraño que tuvo que detenerse un momento para recordar lo que iba a hacer.
– ¡La leche! -se recordó en voz alta.
Estaba intentando abrir la nevera con una mano, mientras sostenía a Alice con la otra, cuando apareció Gray, bostezando y frotándose los ojos.
Se acercó a Clare y tendió los brazos.
– ¿La tomo en brazos?
Clare fue a decir que ya se las arreglaría ella sola, pero se calló, porque se dio cuenta de que no se las estaba arreglando demasiado bien y, ya que estaba despierto, bien la podía ayudar.
– Gracias -le dijo, al tiempo que le pasaba a Alice.
Clare lo miró encantada mientras paseaba a la niña de un lado a otro de la cocina, apretándola contra su fuerte pecho, para que se tranquilizara. Llevaba puesta una camisa de color azul y unos pantalones cortos. Aunque lo veía todo un poco borroso, a Clare no se le pasaron desapercibidas sus fuertes piernas.
Para cuando tuvo el biberón listo, Gray ya había conseguido tranquilizar a la niña con sus paseos.
– ¿Por qué no le das el biberón? -le preguntó, sin pararse a pensar que hacía solo unas horas se había prometido no pedirle ayuda en el cuidado de Alice-. Parece muy contenta contigo.
Gray se sentó en una silla y Clare le vio colocar a la niña contra su pecho con torpeza y tomar el biberón que ella le tendía con una mirada insegura. Era reconfortante ver cómo un hombre tan competente se sentía perdido con un bebé en brazos.
– Ponle el biberón en la boca -lo animó, con una sonrisa-. Ella sabrá lo que tiene que hacer.
En efecto, en cuanto le acercó la tetilla de goma a la boca, la niña se aferró al biberón y empezó a chupar con los ojos cerrados.
– Bueno, parece que era esto lo que quería -dijo Gray, y Clare se acercó para ver de cerca la inconfundible mirada de ternura con que contemplaba a Alice, relajada en sus brazos-. ¿Se despierta llorando todas las noches?