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Por el contrario, Tanya podría disfrutar cuando quisiera del servicio de habitaciones. De repente, se vio como una niña mimada y se sintió muy culpable. En realidad, no había hecho nada para merecer aquello y era impresionante empezar de aquel modo.

– Te llamaré cuando lleguemos a casa -le prometió Peter.

Después de colgar, Tanya se dirigió al baño. Por un momento y después de hablar con Peter, hasta se sintió feliz. Aceptaba ser una niña consentida. Pero cómo le habría gustado mostrar aquel baño a las chicas o compartir la gigantesca bañera con Peter. De vez en cuando se daban un baño juntos y en aquel espacio gigantesco sería fantástico.

Se preparó un baño con sales perfumadas y disfrutó de él y del relajante vapor durante casi una hora. Al salir, se puso el camisón de satén y, encima, la bata de cachemir de un tono rosa muy suave. Las zapatillas eran de un color idéntico. Cuando llamó al servicio de habitaciones, eran ya las nueve. En la cocina del bungalow tenía todas sus marcas preferidas de té, pero de todos modos pidió uno, una tortilla y una ensalada verde. La cena le llegó con una rapidez pasmosa y Tanya se instaló a cenar frente al televisor. Para su enorme felicidad, descubrió que había un grabador TiVo en el bungalow.

Después de cenar, Tanya apagó la televisión y colocó su portátil sobre el escritorio. Quería repasar algunas notas que había tomado aquella última semana para introducir cambios en el guión y, además, quería refrescarse la memoria antes de la reunión del día siguiente. Llevaba el guión bastante adelantado y el borrador que había enviado al director y al productor parecía gustarles. Hasta el momento, sus exigencias habían sido más que razonables.

Cuando terminó de trabajar, eran más de las doce. Después de apagar el ordenador, se quedó tumbada en la cama. Se le hacía extraño pensar que aquel iba a ser su hogar durante varios meses. No podía negar que lo habían transformado en un lugar realmente agradable y que habían hecho todo lo imaginable, y más, para convertirlo en un lugar de cuento de hadas. Mientras esperaba a que Peter y las niñas llegasen a casa, volvió a encender la televisión. No quería dormirse sin asegurarse de que habían llegado sanos y salvos a casa. Cuando, sobre las doce y media, llamó al móvil de Peter estaban ya en el Golden Gate, a menos de media hora de casa. El viaje había transcurrido sin problemas y las mellizas volvían a estar despiertas. Habían hecho una parada para cenar algo en un McDonald's de carretera. De nuevo, Tanya se sintió culpable por el lujo que la rodeaba. Arropada en su nueva bata de cachemir rosa, relajada y cómodamente tumbada en su gigantesca cama, se sentía como uña reina, o al menos como una princesa. Así se lo explicó a Molly cuando habló con ella. Aunque también quiso hablar con su otra hija, Megan estaba charlando con una amiga por el móvil y ella no quiso interrumpir la conversación.

Tanya se preguntó cuánto tardaría Megan en volver a tratarla con normalidad. Llevaban ya dos meses de tormento y no parecía que su enfado fuese a aflojar en breve. Aunque Peter estaba convencido de que pronto cambiaría de actitud, Tanya no estaba tan segura. Megan era capaz de guardar rencor eternamente y, además, estaba deseando hacerlo. Después de una traición -o lo que ella sentía como tal- no perdonaba jamás. Se regía por un código ético propio y aquella exigencia para con su madre era fruto de la gran cantidad de tiempo que Tanya le había dedicado siempre. Aquel cambio inesperado y sin preaviso la había dejado fuera de combate y no podía tomárselo bien. Molly la había acusado de comportarse como una arpía, pero Tanya sabía que debajo de aquella actitud de abierta hostilidad, Megan era una niña asustada y apenada. Así que sistemáticamente le perdonaba sus ariscas palabras. Si Megan consideraba que su madre les había traicionado, no se trataba de ninguna nimiedad y Tanya sospechaba que pasaría mucho tiempo antes de que Megan y ella volvieran a tener una relación cordial. Si es que volvían a tenerla algún día.

Tanya estuvo hablando con Peter hasta que su familia llegó a casa y su marido tuvo que colgar para bajar del coche y ayudar a las chicas a sacar el equipaje. De nuevo Tanya se sintió culpable por no poder estar allí con ellos y Peter le repitió una vez más que se las arreglarían. Le dio un beso de buenas noches y le prometió que la llamaría a la mañana siguiente para que le contase cómo había ido la reunión.

Tanya llamó a recepción para que la despertaran a las seis y media. A la una y media de la madrugada, apagó la luz y se quedó despierta en la oscuridad preguntándose qué estarían haciendo sus hijos. Se imaginó a las mellizas en su dormitorio y a Peter picando algo antes de acostarse. Cuánto deseaba estar con ellos. Qué extraño le parecía estar en aquella habitación del hotel Beverly Hills sola, vestida con un camisón nuevo de satén y con la sensación de que estaba rehuyendo todas sus responsabilidades y obligaciones. Se quedó despierta mucho rato, incapaz de dormirse sin los brazos de Peter alrededor de su cuerpo. Hacía siglos que no pasaban una noche separados, ya que solo se separaban cuando Peter tenía que viajar por motivos de trabajo y, en esas ocasiones, Tanya solía acompañarle. Aquello era algo muy insólito en sus vidas.

A las tres y con la televisión encendida, finalmente se durmió. El teléfono la despertó de golpe a las seis y media. Había dormido poco y estaba cansada, pero quería levantarse con tiempo suficiente para repasar algunas partes del guión y para estar completamente despejada en la reunión. Se había citado con Douglas y con el director en el Polo Lounge.

Se vistió con unos pantalones deportivos de color negro, una camiseta y sandalias. Antes de salir, se puso una chaqueta vaquera. Iba vestida como si fuera una de sus hijas, o como habría ido vestida en Marin; se preguntó si las mellizas aprobarían un atuendo tan sencillo. Echaba de menos no poder pedirles su opinión. Se recordó a sí misma que no era una actriz y que a nadie le importaba su aspecto. Estaba en Hollywood para hacer un buen guión y no para que la gente se fijara en ella. Lo que de verdad importaba era la calidad del guión y Tanya estaba segura de que era bastante bueno. Metió en su enorme bolso de Prada una copia del trabajo y, en el último momento, decidió lucir unos diminutos pendientes de diamantes que Peter le había regalado en Navidad. Eran unos pendientes preciosos y aunque en Marin no habrían sido el complemento apropiado para una reunión de primera hora de la mañana, allí en Los Ángeles quedaban bien. En cuanto entró en el restaurante supo que había hecho bien al ponérselos. Sin ellos, aún se habría sentido más fuera de lugar de lo que ya se sentía. Porque al observar a la gente que ocupaba las mesas del desayuno, se sintió como una auténtica paleta.

En el restaurante solo se veía a hombres con aspecto importante y a mujeres hermosas, algunas de ellas, famosas. Varias mujeres despampanantes estaban sentadas en grupo o en parejas, disfrutando del desayuno. Había algunas mesas ocupadas por grupos únicamente masculinos y otras por alguna pareja formada por un hombre de mediana edad acompañado de una chica bastante más joven. En un rincón apartado y tranquilo estaba Sharon Osbourne con una mujer más joven. Ambas iban vestidas con ropa de grandes firmas y lucían anillos y pendientes con enormes diamantes. Un poco más allá, estaba Bárbara Walters acompañada de tres caballeros. Todo el comedor estaba lleno de gentes del mundo cinematográfico y era evidente que en muchas de las mesas se estaban haciendo negocios, intercambiando ideas, contratos y dinero. Aquella sala desprendía poder y todo el Polo Lounge transmitía éxito.

En cuanto Tanya echó un vistazo a su alrededor, se dio cuenta de que iba vestida de una forma llamativamente informal. Bárbara Walters vestía un traje de lino de color beige de Chanel y perlas a juego con el tono del vestido y Sharon Osbourne llevaba un vestido negro muy escotado. Los rostros de la mayoría de las mujeres evidenciaban la intervención del bisturí y el resto parecían anuncios de colágeno y Botox. A Tanya le pareció que el suyo era el único rostro sin retocar de todo el restaurante. Se recordó de nuevo que no estaba allí por su aspecto sino por su forma de escribir. Pero a pesar de ello, resultaba abrumador estar en medio de todas aquellas mujeres hermosas y exquisitamente arregladas. Era imposible competir con ellas, así que era mejor que ni lo intentara y se limitara a ser ella misma.