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– No es así como yo te describiría, Tanya. Eres cualquier cosa menos aburrida, y espero que lo sepas.

– Solo soy un ama de casa de Marin -dijo con honestidad, y Douglas se echó a reír.

– Esa cantilena se la vendes a otro. A Helen Keller quizá. Lo de ser un ama de casa es tu juego o tu máscara, aún no sé por qué decidirme. Pero estoy seguro de que no eres eso. Si lo fueras, no estarías aquí. No habrías aguantado ni un minuto.

– Soy un ama de casa en excedencia para escribir un guión -insistió Tanya sin convencer a Douglas en absoluto.

– Tonterías. Ni por asomo. No sé a quién pretendes engañar, pero yo no me lo trago, Tanya. Eres una mujer refinada con una mente fascinante. Encasillarte como ama de casa en Marin es más o menos como si un alienígena trabajara en un McDonald's. Puede que sean capaces de hacerlo, pero ¿por qué echar a perder tanto cerebro y tanto talento?

– No es echarlo a perder. Están mis hijos.

A Tanya no solo no le gustaba lo que Douglas decía o cómo la veía, sino que le molestaba. Ella era exactamente quien decía ser y lo que aparentaba. Además, estaba orgullosa de ello. Siempre le había gustado ser madre y ama de casa y le seguía gustando. También disfrutaba con su escritura, sobre todo en aquellos momentos. Para ella, era un desafío. Pero no tenía ningún interés en formar parte de Hollywood, aunque parecía que lo que Douglas insinuaba era que su lugar estaba allí y no en Ross. Tanya no solo no quería que así fuera, sino que sabía a ciencia cierta que aquel no era su sitio y que únicamente estaba de paso. Después, volvería a casa y se quedaría allí. Era una decisión firme.

– La dirección de la corriente ha cambiado, Tanya, te guste o no. No puedes volver. No funcionará. Solo llevas aquí una semana y aquello ya se te ha quedado pequeño. Se había quedado pequeño antes de que vinieras. El día en el que decidiste qué harías la película, la suerte ya estaba echada.

Tanya sintió un escalofrío. Era como si con sus palabras, Douglas borrara el camino de regreso a su casa. Tanya quería asegurarse de que no era cierto, y cada vez que hablaba con el productor de ello tenía unas ganas locas de correr a los brazos de Peter. Se sentía como la protagonista de la ópera Porgy y Bess, intentando escapar de las garras del malvado Crown. Douglas transmitía algo aterrador e hipnotizador a un tiempo y Tanya solo quería huir de él.

– Has tenido mucha paciencia con los actores -la felicitó Douglas-. Son terriblemente difíciles.

– Creo que los comentarios de Jean sobre su personaje eran muy interesantes. Y los de Ned también tenían sentido -dijo Tanya mostrándose justa y haciendo caso omiso de las críticas del productor.

No iba a ponerse a discutir con él sobre si era o no un ama de casa. En realidad, solo convivirían durante el rodaje de la película, así que su opinión no importaba. Aquel hombre no tenía poder alguno sobre su vida, y tampoco era un adivino o un psiquiatra. Él estaba obsesionado con Hollywood y ella no. Tanya estaba empezando a darse cuenta de que era un hombre borracho de poder, una faceta de su carácter que unas veces se hacía evidente y otras disimulaba con sutileza. Dependía de lo que más le conviniese en cada momento. En eso era todo un profesional y era tan interesante observarle como asistir a una final del torneo de Wimbledon.

Después de la reunión, Tanya volvió al hotel y se pasó horas trabajando en el guión. Introdujo algunos cambios, aunque otros le resultaron más difíciles. Al día siguiente, llamó varias veces a Max para discutir algunos aspectos, pero él le aseguró que no debía preocuparse demasiado. Le explicó que más adelante, durante el rodaje, habría más cambios, sutiles variaciones. De todos los profesionales del cine con los que trabajaba, Max era el más dúctil; Tanya apreciaba su buen talante ante cualquier cuestión. Era sabio y de trato fácil; la combinación perfecta. Por el contrario, Douglas transmitía tensión y obsesión por el control; algo que acababa siendo, a menudo, incómodo.

Fue una semana intensa para Tanya. Peter, por su parte, estaba a las puertas de un juicio y también tenía mucho trabajo. Tanya siguió reuniéndose con Max, Douglas y el resto del equipo y dando vueltas al guión. Muy a su pesar, programaron varias reuniones para el sábado y le dijeron que era importante que estuviera presente. Así que el jueves por la tarde no tuvo más remedio que llamar a su marido y decirle que no podría ir a casa el fin de semana. Le pidió que fueran ellos a Los Ángeles.

– Mierda, Tan… Me encantaría ir, pero Molly tiene un partido de fútbol importante y sé que Megan había pensado ir a la ciudad con John White. Tenían algo programado, así que no querrá irse. Y yo pensaba llevarme un montón de trabajo a casa el fin de semana. Si fuese, me pasaría todo el día trabajando en el hotel y estaría muy nervioso. No creo que sea el fin de semana más apropiado.

– Yo también me pasaré el fin de semana trabajando -dijo Tanya con pesar-. Me da una rabia terrible no veros. A lo mejor podría volar el viernes a última hora y pasar la noche en casa. Tengo que estar a las nueve de la mañana del sábado en una reunión, pero tal vez podría coger el avión de las seis de la mañana.

– Es una locura -dijo Peter, con razón-. Estarás agotada. Déjalo. Ya vendrás a casa el fin de semana siguiente.

Aunque se lo habían advertido, Tanya no esperaba que organizaran reuniones de fin de semana tan pronto y, a pesar de todo el trabajo que tenía por delante, le deprimía enormemente no poder ir a casa.

Aquella noche llamó a sus hijas para disculparse. El móvil de Megan estaba apagado, así que le dejó un mensaje en el buzón de voz. Molly tenía prisa, por lo que se limitó a decirle que no se preocupara. Tanya se sintió fatal y, para colmo, Peter estaba hablando por teléfono cuando le llamó y tampoco pudo hablar con él. Tres intentos, todos fallidos. Incluso llamó a Jason para decirle si quería ir a pasar la noche a Los Angeles. Pero su hijo tenía una cita bastante interesante, así que le dio las gracias por la idea y le dijo que le encantaría ir otro fin de semana, pero no ese precisamente.

Se pasó el viernes y el sábado de reunión en reunión con Max, Douglas y los actores. También tuvo una reunión a solas con Jean para discutir los entresijos de su personaje. Jean se tomaba su papel muy en serio y quería meterse por completo en la mente y en la piel del personaje. Cuando Tanya llegó al hotel el sábado a las ocho de la tarde, estaba agotada.

Se sintió aún más cansada cuando oyó un mensaje de Douglas pidiéndole que le llamara.

– Mierda, ¿qué querrá ahora? -murmuró.

Llevaba toda la semana con él y ya había tenido más que suficiente. Su personalidad era tan fuerte que bastaba una pizca de Douglas para saturarla. Pero era el productor de la película, así que no había elección. Le había dado su teléfono particular, el de casa, algo que introducía automáticamente a Tanya en Hollywood. Precisamente, lo que menos le importaba. Marcó aquel número que tanto significaba para cualquiera.

– Hola, acabo de llegar y he oído tu mensaje -dijo simulando una alegría que estaba muy lejos de sentir, sobre todo después de haber intentado hablar con toda su familia y haber descubierto que todos estaban ocupados.

Fue directa al grano:

– ¿Qué quieres?

Deseaba tumbarse en la bañera y relajarse. Si no le hubiera parecido muy extravagante, incluso habría pedido un masaje. Se lo merecía, desde luego, pero le parecía un gasto demasiado frívolo y no quería aprovecharse de su contrato. Un buen baño era suficiente.

– He supuesto que estarías triste por no haber podido ir a casa este fin de semana, y me preguntaba si te gustaría venir mañana a mi piscina a tomar el sol, si es que sueles hacerlo -dijo Douglas riéndose y demostrando que se había fijado en el ligero bronceado que lucía Tanya-. Será algo totalmente informal. Puedes leer el periódico y, si quieres, no tienes ni que dirigirme la palabra. Resulta un poco triste pasar el domingo en un hotel.