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– Siempre procuro tocar el piano los domingos -dijo con una amplia sonrisa-. Es el mejor momento de la semana, y cuando no puedo hacerlo, lo echo de menos.

Tanya se acordó de lo que le habían contado sobre los estudios de piano de Douglas. Se preguntó por qué no habría seguido su carrera. Estaba claro que le encantaba tocar y que tenía un talento extraordinario.

– ¿Tocas algún instrumento? -preguntó él.

– Mi ordenador -contestó ella con una sonrisa tímida.

Era un hombre de lo más peculiar, con una gran variedad de habilidades e intereses.

– Una vez yo mismo monté un piano, una experiencia divertidísima -dijo apartando los dedos del teclado-. Logré hacerlo funcionar y ahora está en el barco.

– ¿Hay algo que no sepas hacer?

– Sí-dijo él asintiendo con énfasis-. No sé cocinar. Me aburre comer, me parece una pérdida de tiempo.

Eso explicaba por qué estaba tan delgado y por qué nunca hacía un descanso en sus reuniones.

– Como porque no me queda más remedio, para sobrevivir. Sé que para cierta gente es una afición, pero yo no lo soporto. No tengo paciencia ni para pasarme un montón de rato cocinando ni para estar cinco horas sentado a la mesa degustando platos. Aparte de la cocina, tampoco juego al golf, aunque sé jugar. Pero también me aburre. Antes solía jugar al bridge, pero ahora ya no. La gente se vuelve mezquina y malvada con el juego. Si tengo que pelearme con alguien o insultarle, prefiero hacerlo por algo que me importe de verdad, no por un juego de naipes.

Tanya se echó a reír ante su razonamiento.

– A mí me pasa lo mismo con el bridge. Jugaba en la universidad, pero precisamente por la misma razón que tú comentas, no he vuelto a jugar. ¿Juegas a tenis? -preguntó Tanya, solo por seguir con la conversación.

Douglas comenzó a tocar otra pieza menos exigente y contestó:

– Sí, pero me gusta más el squash. Es más rápido.

Estaba claro que era un hombre con poca paciencia; un hombre al que le gustaba que las cosas se movieran deprisa. Era una persona interesante, alguien a quien estudiar, y Tanya pensó en que estaría bien incluir un personaje como él en alguno de sus relatos. Podría hacer algo increíble con alguien tan polifacético.

– He jugado a squash alguna vez pero no soy muy buena. Mi marido también juega. Se me da mejor el tenis.

– Tendríamos que jugar algún día -dijo concentrándose de nuevo en la música, mientras Tanya le escuchaba complacida.

Al cabo de un rato, Tanya volvió a salir al jardín y se tumbó a tomar el sol. No quería molestar a Douglas. Parecía abstraído en la pieza de música; se pasó una hora tocando. Cuando salió, Tanya le dijo con admiración:

– Me encanta oírte tocar.

Douglas parecía renovado y lleno de energía. Tenía los ojos brillantes, por lo que era fácil adivinar los beneficios que le aportaba el instrumento. Era muy bueno tocando y un auténtico placer escucharle.

– Tocar el piano alimenta mi espíritu -dijo él con sencillez-. No podría vivir sin tocar.

– Yo siento lo mismo con la escritura -confesó Tanya.

– Se puede adivinar leyendo lo que escribes -dijo él observándola.

Tanya estaba relajada y cómoda, algo que no había creído posible el día anterior, cuando recibió su invitación. La había sorprendido; estaba resultando un día agradable y totalmente relajante.

– Por eso quise trabajar contigo. Al leerte supe que sentías auténtica pasión por tu trabajo, como me ocurre a mí con el piano. La mayoría de la gente no goza tanto de las cosas. Con las primeras líneas que leí de tu trabajo, supe que tú sí. Es un don poco común.

Tanya asintió, halagada, pero no respondió. Se quedaron sentados en silencio un rato y después ella echó un vistazo a su reloj. Sorprendida, descubrió que eran ya las cinco de la tarde y que las seis horas que llevaba con él habían pasado volando.

– Debería irme. Si llamas a un taxi, volveré al hotel -dijo a la vez que empezaba a recoger sus cosas y las metía en la bolsa.

Douglas movió la cabeza con un gesto negativo y afirmó:

– Te llevo yo.

No estaban lejos, pero Tanya no quería molestarle. Ya había hecho bastante por ella. Había sido un día perfecto y la pena y la culpa que sentía por no haber podido ver a su familia se habían esfumado.

– Puedo coger un taxi.

– Ya sé que puedes. Pero me encantaría poder acompañarte -insistió Douglas.

Entró en casa a coger las llaves y salió al instante. Fueron juntos al garaje, tan impoluto como una sala de operaciones, y le abrió la puerta de un Ferrari plateado. Tanya se sentó en el asiento del copiloto y Douglas puso el coche en marcha. Se dirigieron hacia el hotel compartiendo un silencio que, después de aquella tranquila tarde de domingo, ya no era incómodo. Aunque no habían hablado mucho, Tanya sentía que se habían hecho amigos. Aquella tarde, había conocido cosas de él que no habría adivinado, y le había encantado escuchar cómo tocaba el piano en el momento culminante del día.

El Ferrari se deslizó por el camino que conducía al hotel y se paró bajo el alero de la entrada del Beverly Hills. Douglas miró a Tanya, sonrió y dijo:

– Ha sido un día estupendo, Tanya, ¿verdad?

– Me ha encantado -dijo ella con sinceridad-. Me ha parecido que estaba de vacaciones.

Sorprendentemente, aquel había sido el mejor plan posible, una vez descartada la posibilidad de volver a casa. Siempre había estado tensa a su lado; hoy, en cambio, se había quedado dormida en su piscina y se había pasado horas leyendo junto a él sin decir palabra. Aparte de Peter, había muy poca gente con la que pudiera estar así. Era una sensación extraña.

– A mí también. Eres la invitada ideal de domingo, dejando de lado los ronquidos, claro -dijo echándose a reír.

– ¿De verdad he roncado? -preguntó Tanya, avergonzada.

– No te lo diré -contestó Douglas haciéndose el misterioso-. La próxima vez te sacudiré un poco. Dicen que funciona.

Tanya se echó a reír y de pronto, por increíble que pareciese, le dio igual haber roncado o no. Aquella tarde había logrado sentirse cómoda al lado de Douglas y eso haría que el trabajo junto a él fuese mucho más agradable.

– ¿Quieres que cenemos juntos? -preguntó él de pronto, como si acabase de ocurrírsele la idea-. Iba a coger algo de comida china para llevar. Podíamos comerla en el restaurante o traerla aquí al hotel. Ambos tenemos que comer y es mucho menos aburrido cenar con un amigo. ¿Te apetece?

Tanya aceptó. Su plan inicial era pedir cualquier cosa para seguir trabajando, pero cenar comida china le parecía más divertido.

– Sí, me parece bien. ¿Por qué no la traes aquí?

– Perfecto. ¿A las siete y media? Tengo que hacer algunas llamadas y siempre nado un rato por la tarde.

Estaba claro que era un hombre activo y atlético, lo que una vez más explicaba por qué estaba tan esbelto y en forma.

– Estupendo -respondió Tanya.

– ¿Qué es lo que te gusta? -preguntó.

– Los rollitos de primavera, cosas agridulces, ternera, gambas, lo que quieras.

– Pediré un poco de todo -prometió él.

Tanya le dio las gracias y después se bajó del coche. Douglas salió disparado en su brillante coche plateado saludándola con la mano. Al llegar al bungalow, comprobó si había mensajes. Tenía una llamada de Jean Amber acerca del guión, pero cuando Tanya le devolvió la llamada, había salido ya. Después llamó a Peter y a las chicas. Acababan de llegar de un partido de béisbol. Eran seguidores de los Giants y tenían abonos de temporada. Estaban todos de buen humor y no parecían muy molestos por su ausencia. Se sintió aliviada y triste al mismo tiempo.