– ¿Qué tal el partido? -preguntó con interés.
– ¡Genial! Hemos ganado, por si no lo has visto en la tele -le contó Peter, exultante.
– No, no lo he visto. He pasado el día en casa de Douglas Wayne.
– ¿Y cómo ha ido? -preguntó Peter, sorprendido.
– Bien, muy bien, la verdad. Espero que sea positivo para el trabajo. Ha sido muy amable y apenas hemos intercambiado diez palabras en todo el día.
Iba a contarle que habían estado solos, pero en ese momento Molly cogió el teléfono.
– Hola, mamá. Un partido fantástico. Te hemos echado de menos. Hemos ido con Alice, en agradecimiento por todas las cenas que nos ha preparado. Y Jason ha venido a casa para ver el partido.
– Creía que estaba ocupado -dijo Tanya sintiéndose repentinamente excluida-. Le llamé el jueves y me dijo que tenía una cita.
– La chica la anuló, así que ha venido a ver el partido.
Tanya no pudo evitar pensar que su hijo, en lugar de llamarla a ella, después de la anulación de la cita, había preferido ir a casa a ver el partido de béisbol. Habían estado todos juntos con Alice y ella había estado sola en Los Ángeles.
– Se ha ido después del partido, así que esta noche ya estará de vuelta en Santa Bárbara.
Se le hacía muy extraño que toda su familia hubiera ido a ver el partido y se lo hubieran pasado en grande sin ella. Se sintió como una niña a la que no invitan a una fiesta de cumpleaños. Sin embargo, era una tontería exigirles que se quedasen en casa en su ausencia, cuando ella estaba trabajando en Los Ángeles. Ellos no eran los responsables de la situación.
Molly le pasó a Megan, que se mostró bastante correcta; después, Alice cogió el teléfono y le contó que todo iba de maravilla y que su familia la echaba de menos. Le confesó que ella también la echaba de menos y la animó a viajar a casa el fin de semana siguiente para poder sentarse las dos a charlar un buen rato. Las dos amigas conversaron animadamente y, antes de colgar, volvió a ponerse Peter un momento. Estaban a punto de pedir una pizza, una tradición del domingo por la noche.
– Te echo de menos -le recordó Tanya.
Peter le dijo que él también la echaba de menos. Cuando colgó, Tanya se dio cuenta de que no le había mencionado a su marido que iba a cenar con Douglas aquella noche. No era importante, pero le gustaba contarle a Peter todo lo que hacía, para que él se sintiera parte de su vida. Se dijo a sí misma que era una tontería y lo olvidó.
Se dio una ducha rápida. Apenas se había vestido, cuando apareció Douglas con la cena. Tanya se había puesto unos vaqueros limpios y otra camiseta. Cuando abrió la puerta del bungalow para dejarle entrar, todavía iba descalza. Tanya se hizo a un lado y el productor entró en la habitación.
– Conozco este bungalow. Estuve alojado aquí en una ocasión, cuando estaban haciendo reformas en mi casa. Me gusta -dijo él echando un vistazo a su alrededor.
– Es muy cómodo -corroboró Tanya-. Cuando vengan mis hijos, será una gozada.
Tanya cogió dos platos de la cocina y se sirvieron directamente de los cinco recipientes que Douglas había traído del restaurante. El menú consistía en todo lo que le gustaba a Tanya y, además, langosta y arroz frito con gambas. Se sentaron a la mesa y cenaron relajada y amigablemente.
– Gracias. Ha sido magnífico. Realmente hoy me has mimado mucho.
– Tengo que cuidar de mi guionista estrella -dijo Douglas sonriendo-. No podemos permitir que te pongas nostálgica y te pases el día suspirando o decidas volver corriendo a Marín.
Tanya se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo, pero no le importó.
– Pensé que estaría bien que supieras que en Los Ángeles también tenemos comida china para llevar -bromeó Douglas, tendiéndole una de las galletas de la fortuna.
Cuando leyó la suya, lanzó un gruñido de sorpresa y preguntó a Tanya:
– ¿Has puesto esto aquí dentro cuando no estaba mirando?
Tanya negó con la cabeza y Douglas le tendió la nota.
– Hoy la fortuna te sonríe con una nueva amistad -leyó Tanya en voz alta, y después, sonriendo a Douglas, dijo-: Qué bien. Parece que han acertado.
– Siempre espero que ponga algo más excitante. ¿Qué pone en la tuya? -preguntó Douglas, divertido.
Tanya lo leyó y arqueó las cejas.
– ¿Qué pone? -insistió Douglas.
– La recompensa es un trabajo bien hecho. Tampoco suena muy excitante. Me gusta más la tuya.
– A mí también -dijo él sonriendo de nuevo-. A lo mejor ganas un Oscar con tu guión.
Era lo que Douglas deseaba, claro, además del Oscar a la mejor película para él. Esa era su meta, siempre.
– No es eso lo que dice la nota de la fortuna -señaló Tanya, mientras recogía la mesa.
– La próxima vez las escribiremos nosotros -decidió Douglas.
Ayudó a Tanya a recoger los restos de la cena y al cabo de un rato se marchó. Antes de despedirse, ella le dio las gracias y él le dijo que había disfrutado de un día excelente.
Tanya también. La galleta de la fortuna de Douglas había acertado. La buena noticia del día había sido el nacimiento de una nueva amistad. Por primera vez desde que se conocían, Tanya sentía que Douglas podía llegar a ser su amigo, y un amigo muy interesante.
Capítulo 8
Las dos semanas que siguieron, Tanya pudo volver a casa los fines de semana y disfrutar de su familia. El sábado, Tanya y Alice almorzaron juntas y estuvieron charlando sin parar de toda la gente que Tanya había conocido. Su amiga estaba tan emocionada como las mellizas.
– No entiendo por qué te molestas en venir a Ross -bromeó Alice-. Comparado con Hollywood, esto debe de resultarte muy aburrido.
– No seas tonta -protestó Tanya-. Prefiero mil veces estar aquí con Peter y las niñas. Allí nada es real, todo es pura ficción.
– A mí me parece muy real -aseguró Alice sin disimular su admiración.
Se alegraba sinceramente de que la carrera de Tanya fuese viento en popa y de que estuviera disfrutando de aquella experiencia. Según ella, las chicas lo estaban llevando bastante bien y apaciguó el temor de Tanya de que Megan no llegara nunca a perdonarla. Al parecer, Megan hablaba de su madre con orgullo. Tanya se quedó muy sorprendida.
– Apenas me dirige la palabra. Lleva enfadada desde el verano -comentó Tanya, aunque algo más aliviada por lo que acababa de contarle su amiga.
Últimamente, Alice pasaba más tiempo que ella con sus hijas; realmente parecía estar al tanto de lo que pensaban, así que confiaba en sus impresiones.
– Quiere que creas que está más enfadada de lo que en realidad está. Me parece que te está castigando un poco. No le prestes demasiada atención, ya verás como al final claudicará.
Aquellas palabras le sonaron a gloria. Al regresar a casa, lo comentó con Peter, que estuvo totalmente de acuerdo con la opinión de Alice.
– Quiere apretarte un poco las tuercas, eso es todo. Yo la veo bien -le aseguró Peter.
Cuando, un poco más tarde de lo habitual, Megan llegó a casa, Tanya optó por simular que no había enemistad alguna entre ellas y, con una sonrisa, le preguntó una tontería sobre el colegio. Megan la miró fijamente como si la mera idea de preguntarle algo fuera una ofensa, y cuando su madre le propuso que empezaran a rellenar juntas las solicitudes para la universidad, pareció ofenderse aún más. Megan afirmó que prefería hacer las solicitudes con Alice; aquello fue un bofetón para Tanya y un rechazo en toda regla. Se sintió profundamente herida.
– Podríamos, por lo menos, repasarlas juntas -insistió Tanya con dulzura.
Pero Megan volvió a rechazar su propuesta.
– Quizá la próxima vez que venga a casa -dijo Tanya, esperanzada.
Megan se encogió de hombros y después murmuró:
– Sí, claro, cuando vengas…
Acto seguido se marchó escaleras arriba. A pesar de que tenía el corazón encogido, Tanya intentó no darle excesiva importancia. Además, Molly sí quería rellenar las solicitudes universitarias con su madre y ya le había mostrado a Tanya varios de sus trabajos.