Sin embargo, Tanya también sabía que la confianza no era algo que pudiera exigírsele a una hija y que era el precio por no estar en casa. Debía sentirse afortunada por tener a Molly. Aunque fuera estúpido, sentía celos de Alice y de la relación que había establecido con Megan. Era consciente de que su pérdida iba en beneficio de Alice.
Megan no volvió a casa hasta la hora de cenar, y si lo hizo fue porque Tanya había llamado a Alice para pedirle que mandara a la chica de vuelta a casa,
– ¿Cómo está? -había preguntado Tanya a su amiga con preocupación.
– Dolida -contestó Alice con amabilidad y simpatía-. Pero se le pasará. Son cosas de adolescentes. Se ha portado como un cerdo, pero ¿no lo son todos a esa edad? Le ha puesto los cuernos con su mejor amiga y a Megan le parece el fin del mundo.
– ¿Con Maggie Arnold? -preguntó Tanya, horrorizada.
Maggie siempre había sido buena chica.
– No -respondió Alice, que parecía muy enterada-. Con Donna Ebert. Megan y Maggie llevan meses sin ser amigas. Se pelearon la primera semana de clase.
Tanya no tenía ni idea, lo que hizo que se sintiera aún peor. Alice estaba al tanto de todo; en cambio, Tanya se encontraba fuera de onda.
Aquella noche cenaron tranquilamente en la cocina y después las chicas ayudaron a Tanya a preparar la mesa para la comida del día siguiente. Sacaron la cristalería y la vajilla para las ocasiones especiales y un mantel que había sido de la abuela de Peter y con el que adornaban la mesa cada día de Acción de Gracias. Megan no le contó nada a su madre sobre lo mal que lo estaba pasando. Se limitó a estar allí y después se fue a su habitación. Trataba a su madre como a una completa extraña. Ya no parecía enfadada, pero cada vez que Tanya intentaba hablar con ella, la trataba con frialdad o indiferencia. Había rellenado todas las solicitudes para la universidad con Alice y ni siquiera se las había enseñado a su madre.
– Estoy bien, mamá -dijo apartándose de ella.
Tanya había vuelto a perder todo lo que había recuperado en Los Ángeles y que parecía haberse consolidado durante los fines de semana que Tanya había ido a casa. La conexión con Megan había vuelto a cortarse después de aquellas semanas de ausencia desde el comienzo del rodaje de la película. Tanya se sentía incapaz de salvar el abismo que las distanciaba, creía no poder soportarlo más y sentía que había fracasado como madre. Megan tampoco se lo ponía fácil. Su actitud era hermética y, en cuanto podía, se marchaba de la habitación. Por el contrario, la actitud de Molly era de completa confianza. Era increíble lo diferentes que habían sido las reacciones de sus dos hijas.
La llegada de Jason fue un alivio. Acababa de dejar a sus amigos y se dirigía directamente hacia la nevera; de pasada, dio un beso a su madre.
– Hola, mamá. Me muero de hambre.
Tanya sonrió ante aquel comentario que le resultaba tan familiar y se ofreció a prepararle chile. Jason aceptó encantado la sugerencia y se sentó a la mesa de la cocina con un vaso de leche en la mano. Mientras Tanya vaciaba una lata de chile en una fuente y la metía en el horno, Jason y Molly estuvieron charlando sobre la escuela. Cuando entró Peter, en la cocina se respiró un ambiente festivo. A los pocos minutos, llegó Megan.
Miró a su hermano y, antes de que Jason tuviera tiempo de saludarla, le dijo:
– He cortado con Mike. Se ha liado con Donna.
Compartía su dolor con todo el mundo menos con su madre. Hasta la vecina había sabido la noticia antes que Tanya.
– Qué mierda -comentó Jason con cariño-. Es un capullo. En una semana, pasará de ella.
– No quiero volver con él -dijo Megan, y empezó a hablar con su hermano mayor.
Estaban todos juntos en la cocina, pero Tanya se sentía como si la hubieran dejado de lado. Antes, toda la familia había girado alrededor de ella, pero ahora se sentía invisible. Ella había sido indispensable, pero ya sabían valerse por sí mismos y ella solo servía para abrir una lata de chile y meterla en el horno. Aparte de eso, no era de ninguna utilidad. Observó a Jason, que hablaba con Peter de su posición en el ranking del equipo de tenis, mientras escuchaba la vida amorosa de Megan y se dio cuenta de que nadie hablaba con ella, que la habían aislado y que, sin pretenderlo, actuaban como si no estuviera. Se sentó a la mesa de la cocina con su familia y participó de las conversaciones todo lo que pudo.
Jason ayudó a meter los platos en el friegaplatos y los tres hermanos se marcharon hablando animadamente de mil cosas a la vez. Antes de salir de la cocina, Jason se volvió y dijo a su madre:
– Gracias por el chile, mamá.
– El gusto es mío -contestó mirando a Peter, que estaba allí sentado observándola.
– Eres tan eficiente… Yo sigo organizando un terrible follón cada noche en la cocina -dijo su marido sonriendo, feliz de tenerla de nuevo en casa.
A Peter se le habían hecho muy largas aquellas dos semanas, pero era consciente de la locura que significaba un rodaje.
– Es tan maravilloso estar de vuelta en casa -dijo Tanya sonriéndole-. Pero también se me hace extraño -añadió-. Es como si los chicos ya no supieran quién soy. Sé que es una tontería, pero me molesta que Megan hable con Alice de su vida amorosa y a mí no me diga una palabra de ello. Solía contármelo todo.
– Cuando vuelvas a casa, lo hará de nuevo. Saben que estás muy ocupada, Tan. No quieren molestarte. Estás trabajando en una película. Alice no tiene nada más que hacer y está aquí al lado. La galería le divierte pero no le lleva mucho tiempo.
Echa de menos a sus hijos, así que adora pasar algún tiempo con los nuestros.
– Me siento como si me hubieran despedido -se lamentó Tanya con tristeza, mientras subían despacio a la habitación.
Podían oír a sus hijos reunidos en la habitación de Jason riéndose y charlando, con música de fondo. La casa había cobrado vida de nuevo.
– No te han despedido -la tranquilizó Peter con delicadeza mientras cerraba la puerta de su habitación-. Solo estás de excedencia. Es muy distinto. Cuando vuelvas a casa, estarán todos agobiándote de nuevo. Al igual que ahora agobian a cualquiera. Se hacen mayores.
Sabía que Peter estaba en lo cierto, pero eso también la deprimía. Empezaba a tener el síndrome del nido vacío, pero en su caso, ella había sido quien había abandonado el nido. Desde luego, antes que sus hijas. En realidad, había alterado el orden natural de las cosas y era normal que Megan le guardase rencor. Tanya no la culpaba en absoluto. Por el contrario, era ella la que estaba sumida en un mar de culpa.
– Me siento tan mala madre… Sobre todo viendo que busca el apoyo de Alice.
– Es una buena mujer, Tan. No le dará malos consejos.
– Ya lo sé, no es esa la cuestión. Lo que importa es que yo soy su madre y Alice no lo es. Creo que a veces Megan lo olvida.
– No, no lo olvida. Solo necesita alguien que esté cerca. Una mujer. A mí tampoco me cuenta sus cosas.
– Podría llamarme al móvil siempre que quisiera. Molly lo hace y tú también.
– Dale un respiro, Tan. Ella es la que peor se ha tomado tu marcha. Te ha perdonado, pero ha perdido la costumbre de charlar contigo.
Tanya asintió. Era cierto, pero esa verdad dolía horrores. Se sentía como si hubiera perdido a una de sus hijas. Molly no había dejado de apoyarla y Jason la llamaba cada vez que estaba aburrido o quería pedirle consejo sobre cualquier cuestión de la universidad. Pero Megan se había separado de su madre casi por completo. Tanya no dejaba de preguntarse si en el futuro salvarían el abismo que las separaba. En aquellos momentos, solo le era útil a su hija para presentarle estrellas de cine, y eso le causaba un dolor insoportable. Se sentía como si hubiera perdido una pierna o un brazo. Por otro lado, era consciente de que para Megan también debía de ser doloroso. No sabía cómo hablar de ello con ella y aunque Peter consideraba que tenía que darle tiempo, Tanya no estaba segura de que esa fuera la solución.