Su hija la había abandonado por Alice. Y la única culpable era Tanya.
– Intenta no preocuparte tanto -dijo Peter con cariño-. Creo que todo se arreglará cuando vuelvas a casa.
– Pero faltan meses para eso -se lamentó Tanya, desolada-. Ya casi han acabado las solicitudes para la universidad y yo ni siquiera he estado aquí para ayudarlas.
La culpa la acosaba de nuevo y sentía que se estaba perdiendo lo más importante: los amoríos, las rupturas, las solicitudes para la universidad, los resfriados y los detalles cotidianos que sus hijas compartían ahora con Alice y con Peter, pero no con ella. Le dolía mucho más de lo que habría podido imaginar.
– He estado ayudándolas con las solicitudes estas últimas semanas -insistió Peter-. Y sé que Alice también les ha echado una mano. Tienen intención de acabarlas durante las vacaciones de Navidad. Entonces podrás ayudarlas y darles consejos sobre los trabajos que vayan a presentar. Pero creo que lo llevan bastante adelantado.
– ¿Hay algo que Alice no pueda hacer? -soltó Tanya, malhumorada.
Peter la miró fijamente. Aunque habían sabido desde el principio que la separación sería dura, no habían sospechado que dolería tanto. Tanya había temido precisamente que ocurriera lo que ya estaba pasando: que la ausencia afectase la relación con sus hijos o con su marido. Hasta la fecha, su relación con Molly o con Peter no se había visto afectada, pero Megan era una de las bajas que había causado la película de su madre y Tanya temía que su hija nunca la perdonara.
– No es culpa de Alice -la reprendió Peter con delicadeza mientras Tanya se dejaba caer sobre la cama con un suspiro.
– Ya lo sé. Pero me siento frustrada y culpable. Si la culpa es de alguien, es mía. Gracias por dejar que me queje.
Peter siempre se mostraba tan comprensivo con todo… Sabía que era muy afortunada por tenerlo de marido y lo valoraba infinitamente. De no ser por él, su odisea hollywoodiense no habría podido tener lugar nunca. Pero se daba cuenta de que estaba arrepentida de haber aceptado. Si aquello le costaba la relación con uno de sus hijos, estaba claro que el precio habría sido demasiado elevado. Pero ya era tarde para echarse atrás. Solo podían seguir adelante y sacar el máximo partido posible.
– Puedes quejarte siempre que quieras conmigo -dijo Peter con una sonrisa mientras se sentaba a su lado en la cama y la abrazaba-. ¿A qué hora te levantarás para cocinar el pavo?
– A las cinco -dijo Tanya. Parecía cansada.
Se había estado levantando más temprano y acostándose más tarde de esa hora durante el rodaje de la película. Eran un trabajo y una vida de locos. Podía entender perfectamente que en aquella profesión hubiera tan poca gente con relaciones o matrimonios estables. El estilo de vida era demasiado extravagante e impedía cualquier tipo de normalidad. Además, las tentaciones eran enormes. Ya había visto cómo surgían varios romances en el rodaje, incluso entre gente casada. Parecía que quienes trabajaban en una película olvidaban todos los lazos que les unían a las personas externas al rodaje; era como un crucero o un viaje a otro planeta. Para ellos, solo eran reales las personas que veían cada día; en cambio, la gente de su vida real se volvía invisible. Vivían en el diminuto microcosmos del plató de rodaje. A Tanya no le había ocurrido y sabía que no le iba a ocurrir pero observaba a los demás entre fascinada y horrorizada.
– Despiértame cuando te levantes -le dijo Peter-. Si quieres, te haré compañía mientras empiezas con el pavo.
Tanya le miró y negó con la cabeza.
– ¿Cómo he podido ser tan afortunada? -preguntó besándole-. No, no te despertaré. ¿Bromeas? Tienes que dormir, pero gracias por el ofrecimiento.
– Tú también necesitas dormir. Además, me gusta estar contigo.
– A mí también. No tardaré mucho. Volveré a la cama enseguida.
Poco después, se acostaron y Tanya se hizo un ovillo junto a Peter. Su marido la rodeó con los brazos, como hacía siempre, y su rostro se iluminó con una sonrisa de paz. Estaba feliz de tenerla de vuelta, tan feliz como estaba ella de haber regresado. A pesar de sus sentimientos de fracaso y de pérdida con respecto a Megan, era maravilloso estar en casa.
Tanya se levantó a la hora prevista para meter el pavo en el horno y preparó todo lo necesario. Después, volvió a la cama y durmió cuatro horas más. Se acurrucó tan cerca de Peter como pudo; se despertaron entre una maraña de sábanas, mantas, piernas y brazos. Aquello era mucho más placentero que dormir sola en el bungalow del Beverly Hills. Se desperezó y sonrió. No había mejor manera de comenzar el día.
– Es maravilloso tenerte en casa, Tan -dijo Peter, feliz.
Hicieron el amor y al cabo de un rato se levantaron. Peter se duchó, se vistió y bajó a la planta baja. Tanya le siguió en bata para comprobar cómo iban las cosas en la cocina. Al entrar, le sorprendió encontrar a Megan y a Alice conversando sentadas a la mesa. Su hija le había preparado un café a Alice y daba la impresión de que su amiga se sentía como en casa. Al ver a Peter y a Tanya, incluso se sorprendió un poco. A su lado, había un libro. Miró a Peter con una sonrisa complaciente.
– Te devuelvo el libro. Genial. De lo más divertido que he leído… -y añadió dirigiéndose a ambos-: Feliz día de Acción de Gracias.
Tanya se sintió de nuevo invisible en su propia vida, como si hubiera muerto y regresado en forma de fantasma. Por un instante, sintió como si Alice la hubiera mirado sin verla.
– ¿Quieres que te prepare el desayuno? -se ofreció Tanya procurando no sentir ni rabia ni envidia por la profunda conversación que a todas luces estaban manteniendo Alice y Megan.
– No, gracias. Ya he desayunado. James y Melissa se han despertado antes del alba.
Jason y Molly se habían quedado despiertos hasta tarde y seguían durmiendo. Al parecer, Megan había tenido una horrible conversación con Donna, su ex mejor amiga, a primera hora de la mañana y ya no había vuelto a dormirse. Cuando Alice se acercó a casa de Tanya y de Peter con la intención de dejar el libro en la puerta, Megan la había visto y le había pedido que entrase para contarle su conversación con Donna.
– El pavo que tienes en el horno es impresionante, Tan -dijo Alice con admiración-. Yo no he podido encontrar nada decente este año. Ya los habían vendido todos.
Estuvieron charlando animadamente mientras Tanya servía un café a Peter, se preparaba un té y se sentaba a la mesa junto a su hija y su vecina. Peter le preguntó a Alice sobre el libro y esta repitió lo mucho que le había gustado y lo divertido que le había parecido. Se la veía encantada.
– Ya te dije que era de tu estilo. Ha escrito otro que es aún más divertido. Ya lo buscaré, debe de estar arriba, en alguna estantería. Te lo daré más tarde -dijo Peter con absoluta familiaridad.
Mientras escuchaba hablar a su marido, Tanya se preguntó si un observador externo habría sido capaz de distinguir con cuál de las dos mujeres estaba casado. Aparte del pequeño detalle de que acababa de hacer el amor con ella, parecía perfectamente cómodo con ambas; entre él y Alice había un tono íntimo que, de pronto, puso a Tanya de los nervios. Sabía que no estaba acostándose con ella, pero estaba claro que se sentía cómodo y a gusto con Alice. Incluso demasiado a gusto, al parecer de Tanya. Parecían haber desarrollado una relación más estrecha desde que Tanya se había ido a Los Ángeles. Alice se pasaba el día entrando y saliendo, comprobando que las chicas estaban bien, llevándoles comida, o invitándoles a cenar a su casa. Había pasado de ser una amiga a convertirse en parte de la familia de sus hijos. Y de Peter.
Tanya se dio cuenta de que el nombre de Alice salía prácticamente en todas las conversaciones: o les había llevado algo o había hecho algo para ellos o había ido a algún sitio con alguna de sus hijas. Era una ayuda enorme para Peter, pero Tanya se sentía irritada.