– Un chico listo, y un buen abogado. Ya verás, antes de que te des cuenta, la película habrá acabado. Y después, querrás hacer otra.
– Eso es lo que dice Douglas, pero no lo creo. Me gusta estar en casa con mi familia.
– Entonces, es posible que no hagas más -dijo Max en tono filosófico-. Quizá tu caso es una excepción. Además de estar más sana mentalmente que todos nosotros, tienes algo por lo que merece la pena volver. Mucha gente solo tiene esto. Y es esto precisamente lo que acaba destrozando el resto de tu vida, así que no hay nada a lo que puedas volver. Estamos todos atrapados en una isla desierta de la que no podemos salir. Tú has tenido la sensatez de haber vivido una vida normal hasta ahora. Eres una turista, Tanya. No creo que el mundo del espectáculo se convierta jamás en tu vida.
– Eso espero. Para mí esto es una locura.
– Y lo es -confirmó Max sonriendo.
Acto seguido empezó a dar órdenes para que la gente se pusiera en marcha. Media hora más tarde, cuando instalaron las luces y los actores estuvieron listos, el rodaje volvió a comenzar.
No terminaron hasta medianoche. Tanya llamó a Peter desde el plató para no retrasarse más. Se alejó un poco del resto del equipo pero, aun así, solo podía hablar en susurros. Peter le contó que había tenido un buen día y que las chicas estaban bien y Tanya le contó su día de rodaje, que había resultado divertido. Después, tuvo que colgar porque Jean volvía a tener problemas con su guión, para variar. Tanya había reescrito su parte un millar de veces, pero seguía sin acertar. Era un trabajo agotador.
Los días eran eternos. Hasta la una de la madrugada no regresó al hotel, y cuando consiguió desconectar y dormirse, eran casi las dos. Al día siguiente, coincidió con Douglas en el plató Este le preguntó cómo le había ido el día de Acción de Gracias y ella respondió que estupendamente. Douglas -de acuerdo con su vida rodeada de lujos- había volado a Aspen a pasar tres días con unos amigos.
Invitó a Tanya a una fiesta el jueves por la noche. Iba a ser un día de rodaje más tranquilo, pero, aun así, Tanya vaciló. No estaba de humor para salir y después de un duro día de trabajo disfrutaba pasando la noche a solas en el bungalow. Le daba pereza ir a una fiesta elegante con Douglas, pero él insistió.
– Te irá bien, Tanya. No puedes estar todo el rato escribiendo. Hay vida después del trabajo.
– Para mí no -respondió Tanya sonriendo.
– Pues debería haberla. Te lo pasarás bien. Es el pase de un estreno. Será una noche informal, con gente divertida. A las once estarás en casa.
Al final, no solo aceptó sino que Douglas estaba en lo cierto: fue muy divertido. Conoció a algunas de las estrellas más famosas de Hollywood, a dos importantes directores y a un productor de la competencia, uno de los mejores amigos de Douglas. Fue una noche plagada de estrellas, la película estuvo genial, la comida exquisita, la gente guapísima y la compañía de Douglas, fantástica. Le presentó a todo el mundo y estuvo pendiente de ella en todo momento. Cuando la acompañó de vuelta al hotel, Tanya le invitó a entrar a tomar una copa en agradecimiento.
Douglas se sirvió una copa de champán y Tanya se limitó a su habitual taza de té. Le dio nuevamente las gracias por la velada.
– Tienes que salir más a menudo, Tanya. Tienes que conocer a gente.
– ¿Para qué? Haré mi trabajo y después volveré a casa. No necesito hacer contactos.
– ¿Sigues tan convencida de querer volver a casa? -preguntó con cierto cinismo.
– Sí, por supuesto.
– Muy poca gente vuelve. Quizá me equivoque, tal vez tú seas una de esas pocas personas que sí lo hace. Pero me parece que, al final, no querrás volver. Y creo que tú también lo sabes. Por eso luchas con tanta fuerza. Puede que lo que tengas es miedo de no desear volver.
– No -insistió Tanya con firmeza-. Quiero volver a casa.
No le contó que había estado a punto de no regresar a Los Ángeles después de Acción de Gracias.
– ¿De verdad va tan bien tu matrimonio? -preguntó, algo más insistente y osado después de la copa de champán.
– Creo que sí.
– Entonces, eres una mujer con suerte. Y tu marido más aún. No conozco matrimonios así. La mayoría se desinflan como un suflé, sobre todo con la presión de las largas distancias y las tentaciones de Hollywood.
– Quizá por eso deseo volver a casa. Quiero a mi marido y me gusta nuestro matrimonio. No quiero estropearlo todo por esto.
– ¡Por el amor de Dios! -exclamó Douglas con la misma expresión que le había visto al principio de conocerle y que había hecho que a Tanya le recordase a Rasputin.
Ahora le conocía mejor, pero seguía teniendo ese aire perverso y disfrutaba jugando a ser el abogado del diablo. Sin embargo, parecía más peligroso de lo que en realidad era.
– Una mujer virtuosa. La Biblia dice que una mujer virtuosa vale su peso en rubíes, más que eso. Y realmente es cara de encontrar. Yo nunca he estado con una mujer virtuosa -dijo sirviéndose otra copa de champán.
– Estoy segura de que te aburriría -bromeó Tanya.
– Me temo que tienes razón -comentó Douglas riendo-. La virtud no es mi fuerte, Tanya. No creo que pudiera hacer frente a semejante desafío.
– A lo mejor te sorprenderías a ti mismo si encontraras a la mujer adecuada.
– Quizá -admitió él observándola intensamente y dejando el vaso sobre la mesa-. Eres una mujer virtuosa, Tanya. Es algo que admiro en ti, a pesar de que odio reconocerlo. Tu marido es un hombre con mucha suerte. Espero que lo sepa.
– Lo sabe -dijo Tanya sonriendo.
Viniendo de Douglas, era un amable cumplido. Douglas sabía distinguir a las mujeres, y las virtuosas -como buen jugador que siempre había sido- no eran para él. Pero ahora que había llegado a conocer a Tanya, la respetaba y era capaz de disfrutar de su compañía. Habían pasado una velada muy agradable juntos. Tanya ya no se sentía presionada por él; desde el domingo que habían pasado en su piscina y que habían terminado cenando comida china, sentía que eran amigos.
Al cabo de un rato, Douglas se levantó para marcharse y Tanya volvió a darle las gracias por la velada.
– Siempre que quieras, querida. Me duele tener que admitirlo, pero creo que ejerces una buena influencia sobre mí. Me recuerdas lo que de verdad importa en la vida: la amabilidad, la integridad, la amistad, todas esas cosas que yo normalmente encuentro tan aburridas. Y sin embargo, tú nunca me aburres, Tanya. Todo lo contrario. Debo reconocer que me lo paso mucho mejor contigo que con la gran mayoría de la gente que conozco.
Tanya se sintió halagada y emocionada a un tiempo.
– Gracias, Douglas.
– Buenas noches, Tanya -se despidió él dándole un beso en cada mejilla.
En cuanto el productor se marchó, Tanya fue a coger el teléfono para llamar a Peter. Douglas había cumplido con su palabra: eran solo las once y media de la noche. Le sorprendió comprobar que Peter tenía el buzón de voz conectado. Llamó al teléfono fijo y Molly le explicó que Alice había tenido un escape en el sótano y que había ido a casa en busca de auxilio. Peter estaba ayudándola a repararlo. Tanya no quiso molestarle, y le pidió a su hija que su padre la llamara cuando regresara. Se tumbó en la cama a esperar y se quedó dormida. Se despertó con la luz de la mañana y volvió a llamar a casa. Las mellizas ya se habían ido al colegio y Tanya tenía que estar en el plató al cabo de veinte minutos.
– ¿Arreglaste el escape? -preguntó bromeando-. Realmente eres un buen vecino.
– Sí, lo soy. Tiene un palmo de agua en el sótano. Un desastre. Se le ha roto una tubería. No pude hacer mucho, así que nos dedicamos a tomar unos mojitos.
– ¿Mojitos? -preguntó Tanya, sorprendida.
Tanya se había dado cuenta durante su visita a Los Ángeles de que Peter bebía más de lo que era habitual en él.
– Sí, una bebida cubana. Con menta. Sabe muy bien.