Выбрать главу

– No lo creo -dijo Molly con total seguridad-. Jamás nos abandonaría ni a nosotros ni a papá.

– Pero el año que viene no estaremos aquí -le recordó Megan-. Y este año ya nos ha dejado. Estoy segura de que al final se irá a vivir allí. Seguro que es eso.

Sin saber aún lo que había pasado y sintiendo lástima por su padre, añadió:

– Pobre papá, parecía tan preocupado…

– Mamá parecía tan preocupada como él -señaló Ja son-. Espero que no estén enfermos…

No se les había escapado que se trataba de algo de vida o muerte. O casi. Permanecieron los tres juntos tremendamente preocupados, mientras Peter y Tanya seguían discutiendo en su habitación intentando que no les oyeran.

A partir de aquella tarde, fue como si una bruma pesada hubiera cubierto el hogar de los Harris. Como si alguien hubiera muerto y un ambiente de funeral se hubiera adueñado de la casa.

Al cabo de unos días, Tanya hizo de tripas corazón y salió a comprar un árbol de Navidad con Jason, con la intención de recuperar un poco el espíritu navideño. Sin embargo, mientras decoraba el árbol, se echó a llorar y Molly la vio. Intentó averiguar qué era lo que ocurría, pero Tanya no quiso decírselo. Durante el resto de las vacaciones, todos se comportaron con extrema prudencia.

En una de sus salidas, Tanya vio a Alice delante de su casa, pero giró la cara sin saludarla. Cuando Megan preguntó a su madre por qué no habían invitado a Alice ni siquiera a tomar una copa con ellos desde su regreso, su madre le dio vagas excusas argumentando que estaban todos demasiado ocupados.

– Tienes celos de ella, ¿verdad, mamá? -exclamó Megan enfrentándose directamente a su madre-. Tienes celos porque estamos a gusto con ella y nos está haciendo de segunda madre. Bueno, al menos reconocerás que si ella está aquí es porque tú te has largado durante nuestro último curso pasando de nosotros.

Megan solo era una adolescente furiosa y corta de miras a causa de su edad, y aunque Tanya no dijo nada y contuvo las lágrimas, se dio cuenta de que las palabras de su hija podían aplicarse a Peter. Si no se hubiera marchado a trabajar a Los Ángeles, Alice nunca habría podido ocuparse de Peter, ni habría podido invitar a su marido y a sus hijas a cenar varias veces por semana. En resumen -tal como decía Megan-, tenía su merecido. ¿Tendría razón? Sin embargo, lo cierto era que Tanya llevaba cuatro meses en Los Ángeles sola y no había sido infiel a Peter.

El día de Nochebuena el ambiente familiar seguía cargado de hostilidad y tristeza. Como cada año, fueron los cinco juntos a la iglesia, pero aquella noche no fueron en grupo con Alice y sus hijos, sino cada familia por su lado. A Megan no le gustó la situación y tras comentar que Alice le daba pena, se fue a sentar con ella. Tanya se pasó la misa entera arrodillada, cubriéndose el rostro con las manos y llorando desconsoladamente. Peter miraba a la una y a la otra. Una de ellas le suplicaba con la mirada que empezara con ella una nueva vida; la otra, lloraba por todo lo que había perdido.

Unos días atrás, Peter le había explicado a Alice que había decidido resolver sus dudas y que no quería volver a hablar con ella hasta no haberse aclarado. Se sentía presa del pánico y se daba cuenta de que su aventura con Alice había desatado un maremoto que empeoraba día a día.

Pasaron el día de Navidad como pudieron y, al cabo de unos días, los chicos decidieron ir a pasar la Nochevieja a Tahoe y aprovechar para pasar unos días esquiando. Tanya sabía que estaban deseando desaparecer. Aunque hacía lo imposible por disimular, la pantomima no resultaba muy convincente; cuando por fin sus hijos se fueron, tanto Peter como ella estaban al borde de un ataque de nervios. Para colmo, cada vez que perdía a su marido de vista sin saber dónde se encontraba, Tanya sospechaba que estaba con Alice. Era consciente de que ya no confiaba en él y de que, probablemente, nunca más lo haría.

Tanya se sentía incapaz de celebrar la noche de Final de Año, así que decidieron fingir que no existía. Se acostaron a las diez de la noche, pero a la mañana siguiente parecía que ninguno de los dos hubiera pegado ojo. Cuando se despertaba por las mañanas, Tanya recordaba inmediatamente lo ocurrido, y se sentía morir. No le había preguntado a Peter cuál era su decisión; y había aceptado que cuando la tomara, se la comunicaría.

La mañana de Año Nuevo, estaban los dos tumbados en la cama mirando por la ventana. Desde su lado de la cama Tanya podía ver la esquina del tejado de la casa de Alice. Se quedó observándolo en silencio.

– Voy a dejarlo con Alice -dijo en tono sombrío Peter, mirando al techo-. Creo que es lo correcto.

Hubo un silencio sepulcral en la habitación. En opinión de Tanya, lo correcto era que nunca hubiera ocurrido. Dejarlo era la segunda mejor opción.

– ¿Es eso realmente lo que quieres, Peter? -preguntó ella con calma.

El asintió.

– ¿Y crees que podrás hacerlo? ¿Te lo permitirá ella? -volvió a preguntar Tanya, que sabía mejor que nadie lo tenaz que podía ser Alice cuando quería algo.

– Se está mostrando muy comprensiva. Al parecer, quiere hacer algunas gestiones para la galería por Europa, así que se marchará una temporada. Eso nos ayudará a distanciarnos. Al fin y al cabo, todo esto es muy reciente -razonó Peter.

Después, lanzó un profundo suspiro. Detestaba tener que hablar de todo aquello con Tanya, pero sabía que no tenía opción. Ambas llevaban dos semanas esperando su decisión. La tarde anterior había hablado con Alice, que había aceptado su resolución, sin alegrías, pero con comprensión. Solo le había hecho saber que si cambiaba de opinión, ella le estaría esperando con la puerta abierta. Aquello le ponía las cosas más difíciles a Peter, porque sabía que para salvar su matrimonio tenía que mantener aquella puerta cerrada a cal y canto.

– ¿Y qué pasará cuando vuelva? -preguntó Tanya con preocupación.

– Supongo que mantendremos la distancia un tiempo hasta que las cosas vuelvan a la normalidad.

Sin embargo, los tres sabían que no sería posible. Tanya no había hablado con Alice porque no tenía intención alguna de volver a dirigirle la palabra en su vida. Y en lo que respectaba a su marido, sabía que al regresar a Los Ángeles, no lo haría confiada. Quizá Alice no estaría, pero había muchas otras mujeres. Además, cuando Alice regresara de Europa, nadie podía asegurar que fueran a mantenerse alejados. Era una situación terrible para todos.

Tanya asintió sin decir nada y se levantó para darse una ducha. No se sentía capaz de abrazar a Peter y decirle que le amaba. Ya no sabía qué sentía: furia, rabia, decepción, miedo, dolor, tristeza, un sinfín de emociones, pero ninguna de ellas placentera y, desde luego, no sabía si alguna de ellas era amor. Confiaba en que con el tiempo pudieran recuperar su relación, hacer que renaciera de sus cenizas. Pero ya no podía estar segura de nada. Había surgido un muro entre ambos y Peter tampoco hacía un gran esfuerzo por escalarlo.

Por su parte, Peter también confiaba en dejar pasar el tiempo, pero a su vez, se sentía terriblemente solo. Con la intención de reparar mínimamente el daño causado, invitó a Tanya a cenar unos días antes de su regreso a Los Ángeles. Alice ya se había marchado a Europa y Jason había vuelto a la universidad. Las vacaciones habían sido deprimentes e increíblemente tensas de principio a fin.

Tanya aceptó la invitación, pero no tenía nada que decir. Consiguieron superar el rato que duró la cena hablando de los chicos y de todos los tópicos habidos y por haber. No fue una noche agradable, pero sabían que había que volver a empezar de algún modo. Ambos evitaron prudentemente hablar de ello. Por la noche, ya en la cama, Peter intentó acercarse a ella por primera vez desde su regreso y el descubrimiento de su infidelidad. Sin embargo, en el momento en el que Peter le puso la mano suavemente sobre la espalda, el cuerpo de

Tanya se tensó. Se apartó rápidamente de su lado y después se volvió y le miró en la penumbra. Peter no podía ver las lágrimas que inundaban los ojos de Tanya, pero podía intuirlas en su voz.