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– Lo siento, Peter, pero no puedo… todavía no puedo -dijo Tanya despacio.

– Está bien. Lo comprendo -dijo él, dándose la vuelta de inmediato.

En todas aquellas semanas, Peter no había abrazado a su mujer ni le había dicho que la quería pero, en realidad, era lo que más deseaba decirle. Solo habían hablado de Alice; aquella mujer estaba allí, en medio de ambos, tan firme como si hubiera estado presente en el lecho físicamente.

Cuando Peter le dio la espalda, Tanya ladeó la cabeza sobre la almohada y se quedó mirando a su marido, preguntándose si las cosas podrían volver a ser como antes.

Capítulo 12

Volver a Los Ángeles después de Navidad fue doblemente agónico. Antes de marcharse, abruzó a sus dos hijas con lágrimas en los ojos y tan alterada que no pudo pronunciar palabra. Incluso Megan dio muestras de compasión. Por otro lado, su hija se quedaba sin mentora femenina. La familia Harris sabía que Alice iba a estar fuera un mes entero, ya que había llamado a las mellizas para despedirse. Nadie sabía exactamente cuáles eran sus planes, pero le había dejado a Peter el itinerario que pensaba seguir; una información que él no quiso compartir con nadie y que, en realidad, tampoco quería tener. Peter no se fiaba de sí mismo, así que después de anotar los números de teléfono, se lo pensó mejor, rompió la nota en mil pedazos y se deshizo de ellos rápidamente. De ese modo, si alguna noche flaqueaba, no tendría la posibilidad de llamarla y pedirle que regresara. Así se sentía más seguro, a pesar de que estaba decidido a dejarlo con Alice y creía ser capaz de hacerlo. Pero, a decir verdad, últimamente no se consideraba capaz de gran cosa ni tenía una gran seguridad. Le resultaba muy doloroso saber que Tanya ya no confiaba en él.

– Todavía te quiero, Peter -le dijo Tanya con tristeza en el aeropuerto.

Tanya seguía teniendo un aspecto horrible y no habían conseguido hacer el amor antes de su marcha. Cada vez que Tanya pensaba en ello, en su cabeza aparecía la imagen de Peter traicionándole con Alice. Le iba a costar tiempo recuperarse del impacto y volver a sentirse bien con su marido.

– Yo también te quiero, Tan. Siento mucho todo lo que ha ocurrido.

Las fiestas navideñas habían sido un absoluto infierno para todos. Sus hijos -a pesar del esfuerzo de sus padres por ocultar los problemas- se habían dado cuenta de que algo iba mal, y para colmo el mutismo de sus padres no había hecho más que aumentar sus temores y preocuparles todavía más.

– Espero que las cosas mejoren pronto -deseó Tanya con tristeza.

– Yo también -coincidió Peter.

Era sincero y realmente quería que su matrimonio volviera a funcionar. Sin embargo, no sabía cuán profundo era el daño causado. Sin duda, mucho.

– Si puedo, volveré a casa el viernes.

¿Qué ocurriría si no podía? Se preguntó Tanya. ¿Con quién dormiría Peter? ¿Dónde iba a estar Alice? ¿Buscaría su marido a otra sustituta? Tanya había confiado ciegamente en su marido durante veinte años, pero ya no estaba segura de nada ni confiaba en nadie. Menos aún en Peter.

Era terrible para Tanya tener esos sentimientos, al igual que para Peter, que podía adivinarlos cada vez que su esposa le miraba. En sus ojos veía el ardiente reproche y el reflejo de su corazón roto. Por ello, en cierto modo, ambos se sintieron aliviados al separarse. Habían sido tres semanas espantosas y aunque Tanya sufría por abandonar a su familia, también se alegraba de volver a Los Ángeles. Aunque su corazón estaba destrozado, era una forma de huir. En aquella ocasión, Peter habría tenido razón, porque realmente ansiaba estar lejos.

Entró en el bungalow a las ocho de la tarde, pero las alegres habitaciones del hotel Beverly Hills le parecieron deprimentes esta vez. Quería y no quería volver a casa. Lo que deseaba era volver a estar en Ross con Peter, como antes, pero no sabía si eso sería posible. Se sentía más sola que nunca y añoraba terriblemente a sus hijos. Echaba a todo y a todos de menos, incluso a sí misma, como si aquellas tres semanas la hubieran también separado de su persona. Lo único que no había perdido era a sus hijos, pero sentía que un abismo la separaba de ellos.

Aquella noche no llamó a Peter, y él tampoco la llamó. El silencio del bungalow 2 era ensordecedor, pero Tanya no se molestó siquiera en poner música. Se metió en la cama hecha un ovillo, llamó a recepción para pedir que la despertaran y se echó a llorar desconsoladamente. En cierto modo, era un alivio no tener a Peter a su lado, no sentir su presencia ni preocuparse por sus pensamientos o por si había noticias de Alice. Tanya tenía la sensación de que no iba a ser capaz de cortar los lazos que unían a su marido con su amiga y tampoco podía saber si la promesa de Peter de romper aquella relación era sincera o, caso de serlo, si podría mantenerse fiel a ella. No sabía qué pensar. Había confiado en Peter, pero en solo tres semanas su pequeño y pacífico mundo se había venido abajo como un castillo de naipes. Lloró y lloró hasta que cayó rendida.

Al día siguiente, tuvo que madrugar, pero volver al plató le pareció una bendición. Enseguida vio a Max y a Harry compartiendo una pasta. En cuanto vio a Tanya, el perro empezó a mover la cola, un gesto al que ella correspondió con una caricia y una apagada sonrisa.

– Bienvenida -la saludó Max con una sonrisa.

El director no tardó ni un segundo en captar la pena que Tanya arrastraba consigo. Había perdido por lo menos cinco kilos y estaba muy demacrada.

– ¿Cómo han ido las vacaciones? -preguntó fingiendo no haberse dado cuenta.

– Fantásticas -respondió Tanya de manera automática-. ¿Qué tal en Nueva York?

– Ha hecho un frío espantoso y no ha parado de nevar. Pero ha sido divertido. Mis nietos me han dejado agotado. Los niños son para los jóvenes. Yo ya soy demasiado viejo.

Tanya esbozó una sonrisa. En ese momento, se acercó Douglas con un montón de notas. Eran los nuevos cambios en el guión, señalados en color pastel. Habían sido tantos los cambios que ya no sabían cómo identificarlos.

– Bienvenida a Hollywood una vez más -dijo arqueando las cejas, sorprendido ante el aspecto de Tanya. En un tono claramente irónico, añadió-: Veo que en Marin todo ha ido de maravilla, ¿no? Me parece que no has probado bocado desde que te fuiste.

Douglas, como siempre, un encanto. Jamás se mordía la lengua ni dejaba de decir lo que pensaba.

– He estado con gripe -dijo Tanya sabiendo que no la creería.

– Lo lamento. Bienvenida de vuelta al trabajo -repitió antes de seguir su camino.

Douglas pasó toda la mañana en el plató, ya que aquella mañana tocaba rodar algunas de las escenas más complicadas. Para sorpresa de todos, Jean Amber recordó el guión a la perfección. La actriz estaba radiante, y tanto ella como Ned estaban exultantes en las escenas que compartían. Entre ellos fluía una energía eléctrica. Corría el rumor de que habían pasado las vacaciones de Navidad los dos juntos en St. Bart.

Después de gritar el último: «¡Corten! Buena», para indicar que la última escena había sido de su agrado, Max y Tanya se fueron a comer juntos.

– Ay, la juventud y el amor… -comentó Max a propósito de los jóvenes actores-. ¿Estás bien? -preguntó después, al darse cuenta de que tenía aún peor aspecto que por la mañana y que su palidez era cadavérica-. Si sigues enferma, no tienes por qué venir a trabajar. Podemos llamarte al hotel.

– No, estoy bien. Solo un poco cansada.

– Has perdido muchísimo peso.

– Sí, creo que sí -musitó Tanya conmovida por la sincera preocupación de Max.

Bajó la vista fingiendo que se concentraba en el guión y luchando por contener las lágrimas, aunque sin éxito. Cuando estas empezaron a caer por sus mejillas, Max le tendió un pañuelo de papel.