– Veo que te lo has pasado en grande -dijo con dulzura ante la sorprendida mirada de Harry, que también se daba cuenta de que algo no iba bien.
– Sí, de maravilla -dijo sonándose, secándose las lágrimas y riendo a un tiempo-. Algunas vacaciones son peores que otras. Estas no han sido precisamente fantásticas.
– Más bien parecen haber sido espantosas -repuso Max poniéndose serio-. ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Encerrarte en el calabozo y negarse a alimentarte? A lo mejor no estás al corriente, pero hay un sinfín de números gratuitos a los que puedes llamar cuando ocurren cosas así. El último al que yo llamé era 900-DIVORCIO y me funcionó. Enseguida mandaron una furgoneta y se llevaron a la zorra de turno. Recuerda el número por si se repite y, sobre todo, llévate el móvil al calabozo.
Tanya rompió a llorar con más desconsuelo y Max le tendió unos cuantos pañuelos más.
– No ha sido tan terrible -repuso.
Pero entonces guardó silencio un instante, y queriendo ser sincera consigo misma añadió:
– Ha sido peor. Si he de ser sincera, han sido unas vacaciones de mierda de principio a fin.
Tanya se daba cuenta de que le haría bien sincerarse con Max.
– A veces, las Navidades son así. Las mías suelen serlo -quiso consolarla-. Yo este año he estado con mis hijas, pero lo que suelo hacer es ofrecerme como voluntario en algún comedor social. En esos lugares me doy cuenta de que la vida no me ha ido tan mal después de todo y descubres que hay gente mucho menos afortunada que tú. A lo mejor te iría bien hacer algo así.
Tanya asintió pero no dijo nada.
– Lo siento, Tanya -continuó Max con voz cálida y suave.
Tanya prorrumpió en sonoros sollozos.
– ¿Quieres que llame a un fontanero? -bromeó Max-. Me parece que hay una tubería que no acaba de funcionar, bueno, más bien tienes un escape de narices.
Tanya se echó a reír de nuevo entre sollozos y dijo:
– Lo siento, estoy hecha polvo. No he parado de llorar desde que llegué a Los Ángeles. En casa ha habido una tensión terrible, pero tenía que poner buena cara delante de mis hijos, así que me estoy desahogando desde que llegué ayer por la noche.
– Si te alivia… ¿Es un problema serio o no tan serio?
– Serio -contestó ella clavándole la mirada.
Max vio que los ojos verdes de Tanya parecían dos agujeros sin fondo llenos de dolor.
– ¿Puedo ayudar en algo? -preguntó preocupado de veras por verla en aquel estado.
Tanya negó con la cabeza.
– Lo suponía -dijo Max-. Tal vez el tiempo lo arregle.
– Quizá.
Podría arreglarse si Peter decía la verdad, si Alice se mantenía alejada el tiempo suficiente y si Tanya podía volver a casa los fines de semana. Si no era así, una vez Alice hubiera regresado, solo Dios sabía qué ocurriría. Tanya no confiaba en ninguno de los dos e intuía que nunca más volvería a confiar en ellos, y sin confianza, no había forma de seguir adelante con un matrimonio.
Apesadumbrada, miró a Max y optó por confiar en él. Decidida como estaba a que sus hijos no supieran nada y teniendo en cuenta que solo tenía dos confidentes en la vida, Alice y Peter, Tanya no había podido hablar con nadie de lo sucedido.
– El día que regresé a Marin descubrí que mi marido estaba teniendo una aventura con mi mejor amiga -confesó Tanya sin ocultar su dolor.
– ¡Mierda! Eso sí que es una cabronada -exclamó Max abriendo y cerrando los ojos muy deprisa-. Espero que no te los encontrases en plena faena.
– No, lo vi en los ojos de Peter. Durante las vacaciones de Acción de Gracias ya tuve algunas sospechas, pero me parece que todavía no había pasado nada. Quizá presentí que iba a pasar.
– Las mujeres sois increíbles para estas cosas. Siempre notáis algo, lo sabéis, lo que es espantoso para nosotros, porque jamás podemos esconder nada. Los hombres, sin embargo, no nos enteramos de nada hasta que estalla delante de nuestras narices. ¿Y qué sucedió después?
– Hemos pasado tres semanas espantosas torturándonos el uno al otro. Ella se ha marchado de viaje a Europa y él ha dicho que cuando regrese no seguirá viéndola. Asegura que han terminado.
– ¿Le crees? -preguntó Max, halagado porque Tanya estuviera confiando en él y valorara su consejo.
– Ya no -contestó Tanya negando con la cabeza-. Y quizá no vuelva a creerle nunca. Me temo que en cuanto ella regrese, volverán. Está convencido de que nunca volveré de Los Ángeles, que esto es lo mío. Es tan injusto… Le digo que no es cierto, pero no me escucha.
– Eso es una excusa, Tan. Si quisiera seguir contigo, le daría igual lo que hicieras. Podrías ser bailarina del vientre en un harén o haberte liado con el rey de Inglaterra o con Donald Trump. Opino que si quisiera estar contigo, te diría que en cuanto acabaras la película, corrieras a casa y te olvidaras de Hollywood. A lo mejor quiere separarse o quizá esté asustado y sienta que no es el hombre adecuado para ti. ¿Ella es más joven?
– No -dijo Tanya-. Es seis años mayor que yo, dos años mayor que Peter.
– Entonces debe de estar enamorado. Nadie se va con una mujer dos años mayor si no es por amor -dijo Max sin disimular su sorpresa ante aquel dato.
– Son muy parecidos. Por eso les quería a los dos. ¡Cómo me ha jodido esa tía! Hace dos años que enviudó, yo estoy siempre fuera… eso me dijo Peter. Mis hijos la ven como una tía y se lleva mejor con una de mis hijas que yo misma. Creo que ha sido ella quien le ha ido detrás, que estaba esperando su oportunidad. Quería a Peter, y con lo de la película se lo he puesto en bandeja. Menuda suerte para mí…
Max asintió comprensivo y preguntó:
– ¿Y qué dice él?
– Que han terminado.
– ¿Te ha dicho si la quiere?
– Dice que no lo sabe.
– ¡Odio a los tipos así! -estalló Max, irritado-. O la quiere o no la quiere. ¿Cómo es posible que no lo sepa?
– Dice que también me quiere a mí -dijo Tanya sonándose la nariz una vez más-. Ya ni siquiera sé si creérmelo.
El aspecto de Tanya era el de alguien a quien le habían destrozado la vida. Así se sentía y, de hecho, eso era lo que había ocurrido. Max sintió una terrible lástima por ella. Consideraba a Tanya una mujer extraordinaria y había hablado tanto de su marido, de lo mucho que ella le amaba… Se daba cuenta perfectamente de que había sido un golpe tremendo para ella y un mazazo fatal para su matrimonio.
– Creo que te quiere, Tanya -dijo Max, pensativo, mientras se acariciaba la barba, un gesto habitual en él cuando meditaba sobre cualquier cuestión-. ¿Quién no iba a quererte? Tiene que estar sordo, mudo o ciego para no amarte. También creo que debe de estar confundido. Aunque es realmente patético, probablemente diga la verdad y os quiera a las dos. Son cosas que ocurren. Los hombres nos liamos mucho con estas cosas. Por eso siempre hay tíos que tienen una mujer y una amante a la vez.
– Y ¿qué hacen? -preguntó Tanya sintiéndose como una niña.
– Depende del tipo. Algunos se casan con su amante y otros se quedan con la esposa. En lo que tal vez tenga razón, Tanya, es en que quizá Hollywood te haga crecer como persona y le dejes a él atrás. Yo creía que tu caso era distinto y que saldrías pitando de vuelta a casa en cuanto acabase la película. Pero nunca se sabe; a lo mejor haces otra película o a lo mejor le das una patada en el culo si sigue portándose así.
– Volveré a casa de todos modos -respondió Tanya con una sonrisa-. No tengo razón alguna para quedarme aquí.
– Podrías tener una carrera formidable en el cine, si quisieras. Has hecho un trabajo fantástico con este guión y después del estreno de la película seguro que tienes un montón de ofertas. Si quisieras, tendrías donde escoger.
– No quiero. Me gusta mi vida.
– Entonces lucha por ella. Átale corto: vete a casa, pártele la cara, no le pases ni una y hazle pagar por lo que ha hecho. Eso es lo que me hacían mis mujeres cuando me desviaba de la senda.