– ¿Y qué hacías tú? -preguntó Tanya con interés.
– Me divorciaba de ellas lo más rápidamente posible. Pero mis amantes siempre eran más jóvenes, más monas y más divertidas.
Los dos se echaron a reír.
– En tu caso, si tu marido tiene una pizca de sentido común, se quedará contigo. Si eso es lo que quieres, espero que así sea. ¿Te la había pegado alguna vez?
Ella negó con la cabeza. En eso sí creía estar en lo cierto.
– Bien, entonces es un hombre virgen. Puede que no vuelva a hacerlo, a lo mejor ha sido un error aislado, un desliz. Vigila a esa mujer y no te creas una sola palabra de lo que te diga ninguno de los dos. Fíate de tus instintos y no te equivocarás.
– Así es como lo averigüé. Lo supe en cuanto les vi.
– Buena chica. Aguanta, tal vez se solucione. Siento que hayas pasado por algo tan duro.
– Sí, yo también -respondió Tanya encogiéndose de hombros-. Gracias por escucharme.
El perro de Max empezó a ladrar y los dos se echaron a reír.
– Siempre está de acuerdo conmigo. Es un perro muy listo.
– Y tú eres un hombre muy listo y también un buen amigo -dijo Tanya inclinándose y besándole en la mejilla.
– ¿De qué estáis hablando vosotros dos tan juntitos? -preguntó intrigado Douglas cuando hizo su aparición en ese preciso instante.
– Se me acaba de declarar -bromeó Max-. Le he dicho que mi precio son seis vacas, un rebaño de cabras y un Bentley nuevo. Estábamos cerrando la negociación. Se muestra muy reacia con las cabras, pero el Bentley ha sido coser y cantar.
Douglas sonrió y Tanya se echó a reír. Después de hablar con Max, se sentía mejor.
– Me parece que ha ido bastante bien esta mañana, ¿verdad? ¿Qué te ha parecido? -preguntó Douglas al director.
Max le dijo que estaba encantado. El romance entre Jean y Ned les iba de maravilla para el rodaje ya que, como solía ocurrir, contribuía a que su interpretación mejorase de forma increíble. Una relación íntima entre los protagonistas era algo muy habitual en Hollywood. Eran como amores de crucero: cuando desembarcaban en tierra, se terminaban. En algunas ocasiones, la aventura continuaba, pero era algo excepcional. El equipo de la película había hecho sus apuestas y la gran mayoría consideraba que no duraría. Jean tenía fama de cambiar de novio como de zapatos, y lo cierto era que tenía bastantes pares. Con Ned ocurría otro tanto. Estaban cortados por el mismo patrón.
– ¿Quieres que comamos algo juntos esta noche después del rodaje? -preguntó Douglas a Tanya-. Me gustaría hablar contigo de algunos cambios en el guión.
Tanya estaba agotada, pero pensó que era mejor no rechazar la oferta. Aunque lo disfrazara de invitación, era una orden que había que cumplir.
– Claro, siempre que pueda ir así -contestó ella, sin ánimos para volver al hotel a cambiarse.
– Por supuesto, así estás bien. Podemos cenar sushi o comida china. Seré breve; ya sé que has estado enferma -respondió Douglas, que no se había fijado demasiado en ella y que, a pesar de verla pálida y mucho más delgada, no tenía razón alguna para dudar de su explicación.
Tanya, por su parte, no tenía ninguna intención de contarle la verdad.
Aquella tarde terminaron el rodaje hacia las ocho y Douglas la llevó en coche hasta su sushi bar preferido. Les seguía la limusina de Tanya, porque Douglas tenía otro compromiso después de la cena.
Cuando se sentaron a la mesa, Tanya estaba agotada. Para su sorpresa, los cambios en el guión que quería discutir Douglas con ella eran mínimos. En realidad, el productor quería saber qué tal estaba.
– Y bien, ¿cómo ha ido la Navidad? Supongo que habrás disfrutado de tus hijos -preguntó mientras repartían el sushi, ya que a los dos les gustaban las mismas variedades, y lo servían en los platos.
– Sí, he disfrutado mucho con ellos -dijo Tanya queriendo convencerse a sí misma y tratando de olvidar la realidad de sus Navidades-. Pero lo cierto es que ha sido agradable volver hoy al trabajo.
Douglas la miró a los ojos e intuyó algo.
– No sé por qué, pero me da la sensación de que tienes problemas en casa y me estás mintiendo. Aunque si estoy metiendo la pata, solo tienes que decirme que me ocupe de mis asuntos.
No quería contárselo todo pero tampoco tenía fuerzas para mentirle. Al fin y al cabo, ¿qué importaba?
– No estoy mintiéndote, pero no quiero hablar de ello -admitió Tanya-. Si tengo que ser sincera, las vacaciones han sido un horror.
– Lo siento -dijo él dulcemente-. Esperaba estar equivocado.
Tanya no quiso creer las palabras de Douglas. Sabía que estaba empeñado en que se dejara conquistar por la vida de Los Ángeles.
– ¿Algo serio? -insistió Douglas, que se había percatado del dolor que reflejaban los ojos de Tanya y sentía sincera lástima por ella.
– Quizá. El tiempo lo dirá -dijo ella crípticamente.
– Lo lamento, Tanya -repitió Douglas-. Sé lo mucho que significa tu hogar para ti. Doy por sentado que el problema ha sido con tu marido y no con tus hijos.
– Así es. La primera vez. Una completa sorpresa.
– Siempre es una sorpresa para todo el mundo. Ni las relaciones ni la confianza en la pareja son fáciles, estés casado o no. Por eso yo las evito a toda costa -dijo Douglas sonriendo mientras acababan con el sushi-. Es más fácil ser libre y mantener relaciones superficiales.
Douglas sabía que no había nada superficial en la vida, el matrimonio o los sentimientos de Tanya hacia su marido, así que añadió:
– Aunque sé que no es tu forma de ser.
– No, no lo es -afirmó Tanya con una apagada sonrisa-. Creo que al venir yo aquí, nos pusimos a prueba. Estar fuera de casa nueve meses y regresar únicamente en contados fines de semana es una dura exigencia. Ha sido duro para Peter y para las niñas. Es una pena que no ocurriera el año próximo. Pero, aun así, para él habría sido igualmente duro.
– A lo mejor fortalece vuestro matrimonio -comentó Douglas mientras pagaba la cuenta. Sin embargo, no creía realmente en lo que decía.
Para Douglas, Tanya era una especie extraña. Le fascinaba pero, al mismo tiempo, no entendía que diera tanto valor a su forma de vida ni por qué la defendía de aquella manera. A su modo de ver, era una vida completamente aburrida y prosaica.
– O quizá descubras que tú has superado ya vuestra relación o él mismo sea ya algo superado -añadió con cautela Douglas.
– No creo que sea así -contestó Tanya con calma-. Creo que es simplemente una situación dura de llevar.
Más dura todavía desde que Peter había añadido a Alice a sus vidas, pensó Tanya, y, deseando que fuera verdad, añadió:
– Lo superaremos.
Tanya se quedó callada. Al salir del restaurante, todavía discutieron algún aspecto más del guión en la calle.
– Siento que estés pasando un mal momento, Tanya -dijo Douglas mirándola con ternura-. A todos nos ha ocurrido alguna vez. Si puedo hacer algo por ti, házmelo saber.
Tanya percibió la sinceridad de sus palabras. Douglas veía lo alterada y dolida que estaba y se compadecía de ella. Sabía que era una buena persona.
– Me gustaría poder marcharme a casa los fines de semana una temporada. Sin que ello signifique dejar a nadie en la estacada, claro -dijo Tanya.
– Haré lo que pueda -respondió él.
Seguidamente, Douglas subió a su Ferrari y arrancó a toda prisa. Tanya volvió al hotel en su limusina. Al entrar en el bungalow, se sintió muy sola. Echaba de menos a Peter y le llamó al móvil. Él descolgó al instante, como si hubiera estado esperando la llamada.
– Ah, hola… -respondió. Pareció algo sorprendido de oír su voz.
– ¿Quién creías que era? -preguntó Tanya con el corazón encogido y súbitamente recelosa.
– No lo sé… tú, supongo. Aunque estaba charlando con las chicas.