Выбрать главу

Iba a disfrutar de dos semanas de descanso que coincidirían con las vacaciones de primavera de las mellizas. Después, tendría que regresar a Los Ángeles para la posproducción que duraría de seis a ocho semanas y terminaría a punto para la graduación de sus hijas, hacia finales de mayo o principios de junio. No había estado con ellas durante el curso escolar, pero tenía el consuelo de que cuando las chicas recibieran las cartas de aceptación o rechazo de las universidades solicitadas, ella estaría en casa. Por lo menos, podría compartir ese momento con ellas.

– ¿Nos echarás de menos, Tanny? -le preguntó Max, sirviéndose una copa de champán y una segunda para su perro.

A su alrededor, podía ver a Douglas dando la mano a todo el mundo; se respiraba un ambiente propio de una noche de Fin de Año. Habían llegado a puerto. Actores y actrices bajaban del barco y solo los editores y el equipo de producción seguirían trabajando con Max. Repasarían meticulosamente los resultados finales para hacer cortes, empalmes, añadir voces aquí y allá, cortar un sinfín de escenas. El montaje de la película era un arte que requería una gran precisión. Pero antes, Tanya podía regresar a casa.

Sin embargo, cuando llegó al bungalow aquella noche para hacer las maletas, ya era demasiado tarde para coger ningún vuelo. Regresó a Marin al día siguiente, con unas ganas enormes de estar dos semanas seguidas con Peter y las chicas. Desde las vacaciones de Navidad -que habían resultado un desastre- no había pasado un período tan largo en casa. Había estado trabajando como una mula y se sentía como si regresara de la guerra. Consideraba que se había ganado el sueldo y lo único que quería era volver a su hogar, así que tener que regresar una vez más a Los Ángeles le parecía insoportable.

Cuando entró en la cocina de su casa en Ross, todo a su alrededor tenía un aspecto formidable. Más que formidable, era un hogar. Esbozó una amplia sonrisa y se alegró de haber llegado antes de que sus hijas regresaran del colegio. Cuando estas llegaron, se encontraron con que su madre les había preparado su cena preferida; incluso Megan se mostró feliz de tener a su madre en casa. Después, preparó la mesa y encendió unas velas cuando Peter llegó. Le parecía imposible llevar más de un mes sin verle. Cuando su marido se asomó a la puerta y vio la mesa puesta, sonrió.

– Qué bonito, Tan. Qué buena idea -dijo dándole un fuerte abrazo.

Por la noche, mientras subían juntos a la habitación, Tanya albergaba la esperanza de hacer el amor con su esposo. Pero Peter estaba agotado y, antes de que Tanya acabara de quitarse la ropa, ya estaba profundamente dormido. A pesar de la decepción, decidió que no había prisa y que la aguardaban dos largas semanas en casa.

Cuando Tanya se despertó el sábado por la mañana, Peter ya se había levantado y estaba en la cocina con el desayuno listo. Las mellizas se habían marchado temprano. Mientras Tanya terminaba de recoger la mesa, su marido le propuso ir a dar un paseo. Fueron en coche hasta el pie del Mount Tam y comenzaron la caminata.

Por la forma como Peter la miraba, Tanya empezó a sentir una desazón que pronto se convirtió en pánico. Caminaron durante diez minutos en silencio, hasta que encontraron un banco y Peter propuso que se sentaran. La miró como si fuese a decirle algo; antes de que pronunciara una sola palabra, Tanya lo supo. Le habría gustado echar a correr y esconderse, pero sabía que no podía hacerlo. Aunque estaba tan aterrorizada como si fuera una niña de cinco años, debía aparentar, por lo menos, que era una persona adulta.

– ¿Por qué será que tengo la sensación de que no va a gustarme lo que me vas a decir? -preguntó Tanya con el estómago encogido.

Peter se miró los zapatos, se inclinó y se puso a juguetear con unos guijarros del suelo. Cuando levantó la vista de nuevo, Tanya pudo ver un profundo dolor en sus ojos.

– No sé qué decir. Creo que ya lo sabes. Jamás pensé que ocurriría algo así. Todavía no sé cómo ha pasado ni por qué, pero ha ocurrido, Tan.

Peter quería decírselo de la forma más rápida y menos dolorosa posible, pero al empezar se había dado cuenta de que no existía tal forma y de que, dijera lo que dijese e hiciera lo que hiciese, iba a ser horrible.

– Alice y yo hemos vuelto a estar juntos durante su enfermedad, durante las sesiones de radioterapia. Sé que parece una locura, pero creo que quiero casarme con ella. A ti también te quiero. No tiene nada que ver con tu estancia en Los Ángeles o con tu ausencia durante este último mes. Creo que esto habría sucedido de todos modos. Tengo la sensación de que ha sido el destino.

Tanya se sentía como si acabasen de golpearla con un hacha y la hubieran partido en dos. La cabeza le daba vueltas y sentía el corazón roto.

– ¿Así de simple? -espetó mirándole con incredulidad-. ¿Se acabó? Estoy cinco semanas sin verte y tú decides que Alice y tú estabais destinados a estar juntos, ¿así, sin más? ¿Cómo diablos has llegado a esa conclusión?

Tanya estaba casi tan enfadada como dolida.

– Al verla enferma, me he dado cuenta de cuánto la quiero. Ella me necesita, Tan. Y no estoy seguro de que tú me necesites. Tú eres una mujer fuerte y ella no lo es. Ha sufrido mucho y necesita a alguien que la cuide.

– Oh, Dios mío… -musitó Tanya apoyando su cuerpo contra el respaldo del banco.

No podía llorar. Era tal su dolor que era incapaz de derramar lágrimas. Estaba conmocionada. Había temido que estuvieran acostándose de nuevo, pero nunca había imaginado que Peter quisiera casarse con Alice o la viera como su «destino». Para Tanya, era inconcebible y sospechaba que nunca iba a ser capaz de hacerse a la idea.

– En una ocasión escribí una escena para una telenovela. El productor la encontró demasiado cursi y me obligó a quitarla. Jamás habría sospechado que yo llegara a protagonizarla. La vida imitando al arte o una estupidez parecida.

Después, mirando de nuevo a su marido con incredulidad, le preguntó:

– ¿Y qué es toda esa mierda de que yo soy fuerte y Alice te necesita? Alice es mucho más dura que yo. Creo que lo que ha hecho es cazarte, Peter. Decidió que quería que fueras para ella y, en cuanto me di la vuelta, te preparó la trampa. Creo que es mucho más fuerte de lo que tú crees.

Peter era un completo estúpido, y los dos juntos, unos auténticos cerdos. Eso era lo que Tanya pensaba. El hecho de que la vida que había conocido durante los últimos veinte años estuviera a punto de saltar por los aires le parecía mucho menos importante que la artera traición de aquellas dos personas a las que tanto había querido. Se sentía estafada, engañada y traicionada por los dos, pero sobre todo por su marido. Por segunda vez en tres meses. Cuando Peter hablaba de destino, tal vez se refería a que era ella la destinada a ser traicionada por ambos. Qué buen trabajo habían hecho.

– ¿Así que eso es todo? -preguntó Tanya mientras copiosas lágrimas resbalaban por sus mejillas-. Se acabó. Quieres separarte y vas a casarte con ella. ¿Qué piensas decirles a nuestros hijos? ¿Que solo cambias de dirección y te vas a vivir a la casa de al lado? ¡Qué oportuno!

El tono de Tanya era de una profunda y comprensible amargura.

– Ella quiere a nuestros hijos -replicó Peter.

Le resultaba espantoso ver a Tanya en ese estado. Su tez había perdido el color por completo. Pero llevaba dos semanas esperando el momento de decírselo. En cuanto Alice y él volvieron a verse y una vez él comenzó a acompañarla a las sesiones de radioterapia, lo había visto claro. No había querido decirle nada a su mujer por teléfono. Peter se daba cuenta de que los temores de Tanya habían sido fundados.