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– Sí, quiere a nuestros hijos -asintió Tanya enjugándose las lágrimas con la manga de la camisa y sin preocuparle en absoluto su aspecto-. Y, al parecer, tú la quieres a ella y ella a ti. Qué dulce. ¿Y yo? ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Qué hace en estos casos la mujer abandonada, Peter? ¿Apartarse amablemente y desearte buena suerte? ¿Continuamos siendo vecinos y compartimos a los niños como una gran familia feliz? ¿Qué es lo que quieres de mí?

– Alice venderá su casa y nos iremos a vivir a Mili Valley. Pero llevará su tiempo. No creo que deba trasladarme a la casa de al lado. Generaría una situación complicada para los chicos.

– Cuánto me alegro de que hayas pensado en eso. También sería complicado para mí, claro está. ¿Cuándo has pensado decírselo a nuestros hijos?

A pesar de que la cabeza le daba mil vueltas y su mente iba en mil direcciones al mismo tiempo procurando asimilar lo que su marido acababa de decirle, Tanya tuvo la claridad de pensar en lo más adecuado.

– Creo que no deberíamos contárselo hasta junio, después de la graduación -propuso-. Faltan menos de tres meses y yo no estaré de vuelta hasta finales de mayo, cuando acabe la posproducción. Así que solo tendremos que vivir juntos dos semanas.

Peter había tenido la misma idea.

– Pero no sé cómo resolver estas dos semanas -continuó Tanya-. No puedes irte a vivir con Alice, pero yo no quiero compartir la habitación contigo.

De repente, Peter se había convertido en un extraño. Tanya había vuelto ilusionada por pasar aquellas dos semanas con su familia y Peter la recibía con semejante noticia… Era difícil de digerir.

– Si quieres, puedo dormir en la habitación de Jason -dijo con calma Peter.

– ¿Y cómo vas a explicárselo a las chicas? -inquirió Tanya con razón.

Peter vaciló sin saber muy bien qué decir.

– Quizá no quede más remedio que sacrificarse y compartir la habitación -concluyó su mujer.

Era lo que menos le apetecía a Tanya, ahora que Peter pertenecía a otra mujer. Había puesto fin a veinte años de su vida y, como en un programa de televisión con poca audiencia, ella había sido expulsada para siempre. Hizo un esfuerzo para no recordar que ella seguía amándole, porque, de haberlo hecho, se habría dejado caer a los pies de Mount Tam y habría empezado a aullar.

De pronto, se asustó al pensar que quizá estaba teniendo un ataque de nervios. Pero era un lujo que no se podía permitir. Aunque se sintiera morir, debía mostrarse como una persona madura. Por un instante, le pareció que se estaba muriendo, como si su marido le hubiera disparado. Repasó mentalmente las palabras de Peter, pero seguían sin tener sentido, igual que cuando las había oído en su boca. Peter la dejaba a ella para casarse con Alice. ¡Qué sinsentido! Tal vez habían perdido todos el juicio. Todo lo que estaba sucediendo era de locos.

– Dormiré en el suelo -dijo Peter volviendo a sus problemas de dormitorio, que eran, desde luego, los más superfluos.

Ella asintió. Le parecía un buen castigo.

– Se lo diremos después de la graduación -sentenció Tanya.

Peter asintió.

– Bien, decidido entonces. ¿Hay algo más que debamos discutir? ¿Tengo que vender la casa? -preguntó Tanya sin ocultar la desesperación ni el horrible peso de su corazón, que le parecía cargado de plomo.

– Si no quieres, no es necesario -respondió él con voz grave.

Aunque Tanya no se había derrumbado, sus palabras le parecían una locura. O quizá era todo lo contrario y aferrarse a los detalles la ayudaba a saber a qué tenía que enfrentarse y a mantener ocupada su mente para no perder por completo el norte.

– No necesito limosna. Creo que tú deberías pagar la universidad. Supongo que eso es todo, ¿no? ¿Cuándo será la boda?

– Tan, no hables así. Sé que es muy duro pero no he querido alargar esta situación. Podríamos haber esperado para ver si estábamos o no equivocados, pero no he querido engañarte. Alice y yo necesitamos tiempo para saber si esto es lo que queremos y si puede funcionar, pero prefiero decidirlo viviendo con ella y no contigo. No quiero seguir fingiendo ni mintiéndote como hasta ahora.

– Por supuesto, mentir no está nada bien -replicó Tanya mientras las lágrimas seguían cayendo por sus mejillas-. Claro, deberías irte a vivir con Alice. Pero no quiero ir a la boda.

Había intentado evitarlo, pero se dio cuenta de que estaba gimoteando. Peter intentó abrazarla, pero Tanya le rechazó y se puso en pie. Quería conservar la poca dignidad que le quedaba. Era espeluznante pensar que tendrían que simular seguir casados durante aquellas dos semanas en las que las mellizas, a su vez, estarían de vacaciones. Para Tanya, ya no estaban casados. Ahora -y desde hacía varios meses- Peter pertenecía a Alice.

Regresaron a casa en silencio. Tanya seguía secándose las lágrimas con la camisa y mirando fijamente por la ventana. Repetía las palabras de Peter en su cabeza una y otra vez. Peter la estaba dejando, se iba a vivir con Alice… con Alice… ya no iba a vivir con ella. Tanya iba a vivir sola con sus hijos, pero sus hijos ya no estarían tampoco. En septiembre estaría totalmente sola, sin marido y sin hijos. Llevaba todo el invierno deseando, más que nada en el mundo, volver a casa. Pero no había hogar al que regresar. La historia de Tanya no iba a tener un final feliz. Ella jamás habría escrito un final así, pero Peter y Alice lo habían escrito en su lugar. En realidad, Peter la había despedido. Al bajarse del coche frente a su hogar, Tanya solo quería morirse.

Capítulo 14

Las dos semanas que Tanya pasó en Marin fueron un infierno de principio a fin. Por sus hijas, intentó disimular cuanto pudo y Peter se mostró tan extremadamente civilizado y con una actitud tan compasiva, que resultaba humillante. Cinco semanas sin verle y su marido pertenecía a otra. Su vida había dado un vuelco completo y se sentía constantemente como si estuviera drogada. Intentaba asimilarlo, pero no dejaba de preguntarse cómo había ocurrido. Se culpaba por haber aceptado trabajar en la película y haberse marchado a Los Ángeles. Pero cuando dejaba de culparse, culpaba a Peter y, por supuesto, a Alice.

Finalmente, llegó el día de regresar a Los Ángeles para empezar a trabajar en la posproducción de la película, y sintió, sobre todo, alivio. Cuando llegó a la oficina para encontrarse con Max y Douglas, su estado físico y anímico pendía de un hilo. Estaba mucho más delgada y transmitía una dureza casi intimidatoria. Sin embargo, para Tanya resultó positivo tener algo que hacer aparte de seguir imaginando cómo sería su vida cuando Peter la abandonara. Durante las dos semanas que había permanecido en Marin, no había dejado de torturar a Peter con dolorosas preguntas como, por ejemplo, qué iba a llevarse. Las mellizas cumplían dieciocho años en junio, así que la cuestión de la custodia de los chicos se simplificaba; ni siquiera debían organizar un régimen de visitas. Sus hijos elegirían con quién querían estar. De tan simple, resultaba espantoso.

Aquel primer día de trabajo, su apariencia era la de alguien que acaba de sufrir un trauma. Max se había dado cuenta inmediatamente de su terrible aspecto, así que al acabar el día se acercó a ella. Tanya estaba metiendo sus papeles en la cartera con el mismo aire distraído que había tenido toda la jornada.

– Mejor no me cuentas cómo ha ido el descanso, ¿verdad? -preguntó Max con amabilidad.

Al director no le había costado adivinar lo que había pasado, porque Tanya tenía el mismo aspecto que después de las vacaciones navideñas, solo que aún peor.

– No, mejor que no lo sepas -contestó Tanya, pero acto seguido, decidió contárselo-. Cuando las mellizas se gradúen en junio, se irá a vivir con la otra. Está pensando en casarse con ella. Al parecer, estaban destinados a estar juntos. Así es, una auténtica telenovela en la vida real. ¿Cómo puede ser tan cursi la vida? Eso es lo que me pregunto.