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– La vida es cursi -dijo Max, compadeciéndola.

El enfado de Tanya era más evidente que después de Navidad, pero todavía estaba más claro que tenía el corazón hecho trizas.

– Es increíble lo vulgar que puede resultar la vida, incluso entre gente supuestamente culta. Supongo que, lo queramos o no, todos podemos llegar a comportarnos como participantes de esos terribles reality televisivos. Tal vez sea esa la razón por la que triunfan.

– Supongo que sí -coincidió ella sonriéndole con tristeza-. Me repondré. Es cuestión de adaptarse.

Max sabía que las mellizas iban a empezar la universidad después del verano. Tanya estaría sola, por lo que suponía que no iba a ser fácil para ella. Se había pasado todo el año hablando de su familia y ahora su marido la abandonaba. De un modo u otro, iba a perder a todos sus seres queridos. Y el imbécil de su marido -en opinión de Max-, se iba con su mejor amiga. Había que darle la razón a Tanya. ¡Qué vulgaridad!

– A veces las peores cosas que nos pasan en la vida acaban siendo una bendición -intentó animarla-. Pero en ese momento no nos damos cuenta. A lo mejor un día echarás la vista atrás y lo verás así. O, tal vez, un día echarás la vista atrás y solo verás un momento espantoso.

– Creo que, en mi caso, será más bien lo segundo -respondió Tanya con una sonrisa-. No estoy disfrutando mucho precisamente.

– Por lo menos ahora sabemos que no estás enferma. Creo que el único consejo decente que puedo darte es que encontrarás la salvación en el trabajo. En mi caso, siempre ha sido así. Cuando el cáncer se llevó a la mujer que amaba, lo único que me salvó e hizo que mantuviera la cordura fue el trabajo. Es la única forma de seguir adelante.

Tanya asintió. Era algo en lo que no había tenido tiempo de pensar. Su cabeza había estado pensando en el futuro: imaginaba cómo sería el verano en Tahoe sin Peter, después de haber dado la noticia a sus hijos; cómo sería el día que acompañara a las mellizas a la universidad… Durante aquellas dos semanas habían llegado las respuestas de las universidades y, aunque el estado de ánimo de Tanya había empañado la alegría, las chicas estaban entusiasmadas porque ambas habían logrado entrar en su primera opción: Megan iría a la Universidad de Santa Bárbara, como su hermano, y Molly podría cursar estudios de cinematografía en la Universidad de California.

Tanya no tenía ni la más remota idea de qué haría ella cuando se hubieran marchado. Siempre había imaginado que, finalmente, tendría más tiempo para estar con Peter. Pero ahora él pasaría su tiempo con Alice. Tanya se sentía como si fuera una canica dentro de una caja de zapatos, dando vueltas sin rumbo, sin anclar en puerto alguno. Todas sus anclas estaban a punto de partir. Era un pensamiento espantoso. Max tenía razón: solo le quedaba el trabajo y el tiempo de vacaciones con sus hijos.

Durante la posproducción, Tanya regresó a casa cada fin de semana. Habían logrado establecer unas pautas más civilizadas: Tanya hacía todo lo posible por evitar a Peter, quien, a su vez, cada vez pasaba más tiempo en casa de Alice. Las chicas -conscientes de que estaban rodeadas de un campo de minas- no hacían preguntas y tenían un cuidado extremo en evitar cualquier gesto o palabra que pudiera disparar las alarmas. Tanya se preguntaba qué debían de pensar, pero faltaba poco para que lo supieran todo. Tener que darles la noticia la aterraba.

Mientras tanto, se encerró en sí misma. Durante los fines de semana pasaba el máximo tiempo posible con sus hijas, y había empezado a escribir relatos muy tristes y deprimentes por las noches, muchos de ellos acerca de la muerte. En cierto modo, había vivido una muerte, la de su matrimonio, y la única manera de llorarlo era escribir sobre él.

Una tarde, Peter vio uno de los relatos de Tanya en el ordenador y no pudo evitar leerlo. Se sintió avergonzado y comprobó que la que todavía era su esposa estaba sumida en negros pensamientos.

Durante la posproducción, Tanya salió alguna que otra noche a cenar de manera informal con Douglas. El productor la había invitado a pasar cualquier domingo en su piscina, pero Tanya viajaba cada fin de semana a Marin y el único domingo que se quedó en Los Ángeles se sintió demasiado deprimida para aceptar su invitación. En la última semana de posproducción, en el mes de mayo, Douglas hizo una interesante propuesta a Tanya. Tenía un nuevo proyecto cinematográfico con una famosa directora que había ganado varios Oscar. La película contaba la historia de una mujer que se suicidaba, una historia muy deprimente, y Douglas quería que Tanya escribiera el guión. Aunque era evidente que la película encajaba con su estado de ánimo en aquellos momentos, Tanya no quería volver a vivir en Los Ángeles. En el fondo de su corazón, sentía que su matrimonio se había ido a pique por culpa de su trabajo en la película y, por consiguiente, su experiencia como guionista no le había dejado muy buen sabor de boca. Lo único que quería era regresar a casa y así se lo hizo saber a Douglas cuando el productor le hizo la proposición.

– ¡Oh, vamos, Tanya, no me vengas con esas! -exclamó Douglas echándose a reír-. Por el amor de Dios, aquel no es tu sitio. Si quieres, vete a casa a escribir algunos relatos una temporada, y luego vuelve. Tu vida en Marin se acabó o debería haberse acabado. Has escrito un guión fantástico e incluso es posible que ganes un Oscar. Y si no es con este guión, será con el próximo. No puedes huir de tu destino. Tu marido se conformará. Al fin y al cabo, este año ya lo ha encajado, así que también podrá aguantar el año próximo.

– En realidad, no lo ha encajado -dijo Tanya despacio-. Nos vamos a divorciar.

Por una vez en su vida, Douglas parecía anonadado.

– ¿Tú? ¿La mujer perfecta? No puedo creerlo. ¿Qué ha pasado? Recuerdo que después de Navidad me dijiste que habías tenido problemas, pero di por supuesto que los habíais resuelto. Debo reconocer que estoy atónito.

– Yo también -dijo Tanya, desolada-. Me lo dijo en marzo. Se va a vivir con mi mejor amiga.

– ¡Qué vulgaridad! ¿Ves lo que quiero decir? -prosiguió Douglas, que no perdía ocasión para ir a lo suyo-. No es tu sitio. La gente de Marín no tiene imaginación. Quiero empezar a rodar esta película en octubre. Piénsatelo. Llamaré a tu agente y le haré una oferta.

Después de la conversación, Douglas se mostró aún más amable de lo habitual con ella y, por supuesto, llamó rápidamente a su agente. Al día siguiente, Walt llamó a Tanya, alucinado con la suma ofrecida. La habían aumentado considerablemente, así que estaba claro que Douglas la quería a toda costa en la película. Pero Tanya se mantuvo firme en su decisión. Ya conocía Los Ángeles y no tenía intención alguna de regresar. No le importaba seguir con su trabajo, pero las consecuencias le habían destrozado el corazón. Quería irse a casa y lamerse las heridas.

– Tienes que hacerlo, Tan -intentó convencerla Walt-. No puedes rechazar una oferta así.

– Sí, sí puedo. Me voy a casa.

El problema era que no tenía ningún hogar al que volver. Tenía una casa, pero no habría nadie en ella. Al viajar a Marín el siguiente fin de semana, Tanya se dio cuenta de lo terrible que le resultaría vivir allí sin sus hijos. Una vez las mellizas se marcharan a la universidad a finales de agosto, y sin Peter, estaría absolutamente sola por primera vez en su vida.

Así que el lunes llamó a Walt y le dijo que aceptara la propuesta de Douglas. No tenía nada mejor que hacer. A la semana siguiente, firmó el contrato. Cuando se lo contó a Peter, este le comentó con cierta petulancia:

– Te dije que volverías.

Pero no tenía razón. Tanya jamás habría regresado de no ser porque la había abandonado. En cierto modo, era él quien la mandaba de vuelta a Los Ángeles. Después, Tanya se lo contó a Max y el director la felicitó. El estaba convencido de que era la decisión correcta. Por mucho que Tanya detestara Hollywood, dado lo sucedido, el trabajo le salvaría la vida.