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– En este tipo de fiestas se suele reunir gente interesante -comentó Douglas, después de asegurarle que él también lo había pasado estupendamente-. Gente inteligente, no los que solo quieren lucirse. Siempre hay alguien con quien entablar una buena conversación.

Tanya asintió. Había podido experimentarlo ella misma, ya que Douglas se había preocupado de incluirla en todas sus conversaciones. Había sido un acompañante considerado y atento, y Tanya había estado muy a gusto. Para su sorpresa, se sentía muy cómoda con Douglas. Después de la copa, el productor le dio las gracias por haber aceptado su invitación y le dijo que su compañía le había ayudado a disfrutar mucho más de la velada. Tanya podía notar que era sincero.

– Lo repetiremos pronto -dijo con una cálida sonrisa, dándole un beso en la mejilla-. Gracias, Tanya. Que duermas bien. Te veré mañana.

Tenían una reunión de preproducción en la oficina de Douglas a la mañana siguiente. Tanya se sentía como Cenicienta, como si al despertar, tuviera que volver a barrer la escalera del castillo. De cualquier modo, aquella noche había sido un interludio maravilloso para ambos.

Después de acompañarla hasta su habitación, Douglas se marchó pensativo y sonriente, repasando mentalmente la noche. Había salido aún mejor de lo esperado. Mientras Douglas conducía de vuelta a casa en su Bentley, Tanya se desvestía pensando en él. Era un hombre complejo y siempre había tenido la sensación de que detrás de los muros que construía a su alrededor, había mucho que descubrir. Era muy tentador intentar dar con la llave que los abriera y averiguarlo. Se trataba de un hombre inteligente y también atractivo. Tanya nunca había pensado que pudiera sentirse atraída por él, pero acababa de descubrir, sorprendida, que así era. Había disfrutado bailando, hablando con él y comentando después la noche. Además, se reían juntos. En conjunto, la noche había sido un éxito.

Después de lavarse los dientes, Tanya se metió en la cama pensando en lo afortunada que era por haber salido con Douglas. Aunque no era la forma en la que ella enfocaba las cosas, sabía que producía un gran efecto en Hollywood ir del brazo de Douglas Wayne.

En la reunión del día siguiente, Douglas se mostró extremadamente circunspecto. Adele presentó sus comentarios al guión y estuvieron discutiéndolos. Douglas apostó prácticamente todo el rato por las opciones de Tanya y estuvo de acuerdo con todo lo que ella opinaba. Y cuando no lo estaba, se lo explicaba con mucha delicadeza. Se mostró más respetuoso de lo habitual y particularmente amable. Se preocupó de que no le faltara té en ningún momento, y después de la reunión comió con ella y con el resto del equipo.

Tanya tenía la sensación de que Douglas, de un modo sutil, cauteloso y bastante agradable, la estaba cortejando. Era una sensación extraña pero placentera. Al acabar de trabajar, la acompañó al coche y le propuso que salieran a cenar al día siguiente. Tanya aceptó.

Mientras se alejaba, Tanya se preguntó a qué conduciría todo aquello; aunque creía que probablemente a ningún sitio, no podía negar que salir con Douglas era agradable y que, teniendo en cuenta la pesadilla que habían supuesto los últimos meses de su vida, le sentaba muy bien.

Su segunda cita oficial con Douglas fue mucho más informal que la primera. Fueron a un acogedor restaurante italiano donde estuvieron charlando durante horas. Douglas le contó su infancia en Missouri. Era hijo de un banquero y de una mujer de la alta sociedad. Ambos habían muerto siendo él muy joven y le habían dejado en herencia una respetable suma de dinero que él había utilizado para viajar a California y empezar su carrera de actor. Le costó muy poco tiempo darse cuenta de que el dinero y la emoción se encontraban en el mundo de la producción. Invirtió sus ahorros y ganó algo de dinero; a partir de ahí, se dedicó a invertir en producciones con las que había amasado una inmensa fortuna. Era una historia fascinante que Douglas relató a Tanya con soltura.

Había ganado su primer Oscar a los veintisiete años y a los treinta ya era una leyenda en Hollywood. Con el tiempo, la leyenda se había transformado en una institución. Corrían cientos de historias sobre Douglas Wayne y todos le consideraban un rey Midas. Era objeto de envidia, celos, respeto y admiración. Aunque era un duro negociador, tenía integridad; sin embargo, nunca aceptaba un no por respuesta. No tuvo reparos en reconocer a Tanya que le gustaba salirse con la suya y que podía ser realmente perverso con aquellos que le llevaban la contraria. Tanya estaba descubriendo a un hombre con muchos rasgos positivos y le interesaba todo lo que le contaba. Se daba cuenta de que solo le estaba dejando ver aquello que él quería y de que los muros que le protegían seguían en pie. Quizá siempre sería así, pero no tenía ninguna prisa por escalarlos o derribarlos. Era un apetecible desafío descubrir quién era Douglas Wayne. Hasta el momento había descubierto que era un hombre muy inteligente, distante, en cierto modo cauteloso, y con una solidez financiera notable. Tenía amplios conocimientos de arte, adoraba la música y aseguraba que creía en el concepto de familia, pero solo para los demás. No tenía problemas en admitir que los niños le ponían nervioso. Parecía tener muchas peculiaridades, algunas excentricidades y unas opiniones firmes. Pero, al mismo tiempo, Tanya percibía que era un hombre vulnerable, amable en ocasiones y muy poco pretencioso, algo sorprendente teniendo en cuenta quién era. Su lado más sarcástico, frío e intimidatorio -el más visible en un primer momento- parecía haberse ido suavizando conforme pasaban más tiempo juntos y le conocía mejor.

Aquella noche se fueron aún más tarde a casa. Douglas se abrió camino entre el tráfico de la noche camino del hotel. Había algo anticuado pero atractivo en sus modales. Tenía cincuenta y cinco años y llevaba veinticinco años soltero. Douglas le había ido dando pequeñas dosis de información sobre su persona -todas interesantes-, y ella había hecho lo mismo. Tanya se había referido a menudo a sus hijos pero él no había mostrado excesivo interés. Se había disculpado alegando que los chavales no eran lo suyo.

Después de aquella agradable velada, Douglas se despidió de ella de nuevo con un beso en la mejilla. Tanya sentía que la respetaba y que no pretendía interferir en su vida. Era un hombre que mantenía las distancias y que tenía claros y definidos límites a su alrededor, así que esperaba que los demás fueran igual que él. Dejaba claro que no le gustaba que la gente le fuera detrás. Del mismo modo, le desagradaban los camareros zalameros, los dueños de restaurante estirados o los maîtres remilgados. A Douglas le gustaba que le sirvieran educadamente, pero no soportaba bajo ningún concepto sentirse acosado. Era algo que repetía reiteradamente. Douglas prefería ser él quien se acercara a la gente, a su ritmo, antes que ser perseguido o acosado, y Tanya estaba encantada de dejar que él marcara el ritmo. No tenía intención alguna de atraparle, atosigarle o cazarle y, tal como iban las cosas, estaba perfectamente cómoda. No esperaba nada de él y la relación que mantenían en esos momentos era perfecta para ella. Aunque habían pasado unas noches estupendas juntos, seguían siendo solo amigos.

Douglas invitó a Tanya a muchas otras encantadoras veladas. Fueron a una exposición al Museo de Arte de Los Ángeles y también asistieron al estreno benéfico de una obra de teatro que ya había sido presentada en los escenarios de Nueva York. Era una obra polémica y los asistentes al evento formaban un público ecléctico e interesante. Después de la obra, se fueron ellos dos solos a cenar. Douglas la llevó a L'Orangerie para evitar el Spago, donde siempre solía haber gente conocida y él se habría pasado la noche saludando al resto de comensales. Douglas quería centrarse en Tanya y en su conversación con ella y no tener que preocuparse de toda la gente conocida que estaría preguntándose quién era la acompañante de Douglas Wayne. En L'Orangerie, Douglas pidió caviar para Tanya y langosta para ambos. De postre, suflé. Fue una cena perfecta y una velada maravillosa. Douglas estaba demostrando ser un compañero de cena y de cita realmente divertido. La incomodidad que había sentido Tanya al conocerle, los dardos afilados que le lanzaba y la cínica interpretación que hacía de su matrimonio y de su vida, no tenían absolutamente nada que ver con el hombre con el que estaba en aquellos momentos. Douglas era comprensivo, amable, interesante y atento, y se entregaba en cuerpo y alma para que Tanya lo pasara bien. Planeaba actividades inusuales que consideraba que serían de su interés, se mostraba respetuoso, encantador, gentil y eficiente, y siempre actuaba como si la estuviera protegiendo, incluso en las reuniones. A su lado, todo era fácil para Tanya.