Los domingos en la piscina de Douglas pasaron a convertirse en un ritual. Él tocaba el piano y Tanya hacía el crucigrama o se tumbaba al sol a dormir. Una vez empezó el rodaje de la película, resultaban un contrapunto ideal a la ajetreada semana. Habían empezado a rodar a principios de octubre, con una semana de retraso. El ambiente en el plató era extremadamente tenso debido al contenido de la película y a las rigurosas exigencias de la interpretación. Tanto Douglas como Tanya necesitaban abstraerse de aquella atmósfera, por lo que salían juntos por la noche para relajarse. Algunas veces, Douglas se reunía con ella en el bungalow y pedían la cena al servicio de habitaciones o cenaban en el Polo Lounge. Aunque el restaurante no resultaba tan íntimo como el bungalow, también les sentaba bien salir y hablar con otra gente.
Ambos parecían tener intereses comunes y la misma necesidad de estar o no con gente según su estado de ánimo. Era como si compartieran necesidades, pautas y ritmos. Tanya estaba sorprendida de lo bien que se llevaban. Nunca habría imaginado que estar con Douglas fuera tan divertido.
Sin embargo, por las noches, a solas en su habitación, Tanya no podía evitar, a ratos, seguir echando terriblemente de menos a Peter, aunque era totalmente comprensible. Veinte años de una vida no podían borrarse de un plumazo. Quizá su marido lo hubiera hecho, pero a Tanya todavía se le hacía raro no llamarle al final del día para darle las buenas noches. En un par de ocasiones, en momentos de terrible añoranza e insoportable soledad, había estado a punto de hacerlo. Echaba de menos la comodidad y familiaridad de su relación con Peter. Sin embargo, Douglas la mantenía feliz y ocupada y la ayudaba a ahuyentar de sus pensamientos lo mucho y rápidamente que había cambiado su vida. Resultaba extraño hacerse a la idea de que Peter se había marchado y de que ese abandono podía ser algo positivo. Se preguntaba cómo se llevaría con Alice, si serían felices o si se habrían dado cuenta de que había sido un error. A Tanya se le hacía duro creer que aquellos que habían traicionado a una esposa y a una amiga y habían roto corazones en la búsqueda de su felicidad, pudieran llegar a ser felices realmente. Pero quizá así fuera.
Cuando hablaba con sus hijos, estos se mostraban muy prudentes y nunca mencionaban ni a Peter ni a Alice, algo que Tanya agradecía. Oír hablar de ellos le resultaba doloroso y sospechaba que, hasta cierto punto, lo sería siempre. En un par de meses el divorcio sería un hecho, pero Tanya procuraba no pensar en ello. No podía soportarlo. Así que frente a las penas de su vida, Douglas le proporcionaba agradables distracciones.
Un domingo por la tarde, en la piscina, Douglas le preguntó por su divorcio. Había preparado una ensalada de endivias y centollo relleno y acababan de terminar de comer. Tanya le había comentado que la mimaba extremadamente. Aquello era tan distinto de su vida anterior… Pero aquellos días todo en su vida estaba a años luz de su antigua rutina en Marin, desde las cenas en Spago, pasando por la gente que la reconocía cuando salía por las noches, hasta su cómodo día a día en el bungalow 2 del hotel Beverley Hills. Todo había cambiado y el responsable de ello, en gran parte o en casi su totalidad, era Douglas.
– ¿Cuándo será efectivo el divorcio, Tanya? -preguntó con aparente indiferencia dando un sorbo a la copa de excelente vino blanco.
Su bodega era extraordinaria y Tanya había conocido con él gran cantidad de vinos y cosechas de las que había oído hablar y sobre las que había leído, pero que nunca había probado. También era un gran aficionado a los puros habanos. Siempre los fumaba en el exterior pero a Tanya le gustaba el olor. Era siempre tan educado y considerado que a Tanya le sorprendió la pregunta sobre su divorcio. Ahora que se veían tan a menudo y que las provocaciones ya formaban parte del pasado, Douglas casi nunca le hacía preguntas personales. Evitaba las cuestiones delicadas y sus conversaciones solían ser bastante superficiales. A Tanya no le quedaba ninguna duda de que Douglas disfrutaba de su compañía pero también rehuía la intimidad.
– A finales de diciembre -contestó lentamente.
No le gustaba recordarlo, ya que se sentía trasladada a una época muy dolorosa que todavía no había acabado y que quizá tardaría en superar. No podía creer que llegara un día en su vida en el que pensar en Peter y en lo ocurrido no le causara dolor. Todavía le dolía, y mucho. El esfuerzo de Douglas por distraerla era una gran ayuda y Tanya agradecía el tiempo que compartía con ella, su amabilidad y esa nueva relación que habían establecido, más allá de la estrictamente profesional.
– ¿Habéis repartido ya los bienes? -preguntó con interés, siempre más atento a las cuestiones financieras que a las emocionales, fuera en el ámbito que fuese.
– No había mucho que repartir -respondió Tanya, que tenía claro que los sentimientos eran cosa suya y no de Douglas-. Unas pocas acciones en bolsa y la casa. La propiedad es de los dos pero, de momento, puedo quedarme a vivir en ella con los chicos. Con el tiempo, probablemente tengamos que venderla. Y una vez acaben la universidad, no tendrá mucho sentido mantenerla. De momento, sigue siendo el hogar al que regresar en vacaciones y durante el verano. Supongo que viviré allí cuando no esté aquí haciendo películas, si sigo en esto.
Tanya sonrió y continuó:
– De lo contrario, volveré a Marin a escribir. Afortunadamente, Peter no necesita el dinero y puede esperar. Se gana bien la vida como abogado, pero los hijos resultan caros, y no puedes imaginar la fortuna que representan las tres matrículas universitarias. Así que, tarde o temprano, nos desharemos de la casa.
Tanya había invertido el dinero que había ganado con las dos películas a través de un corredor de bolsa de San Francisco. Era su dinero y Peter no había reclamado nada de esa cantidad. A pesar de que estaban casados bajo el régimen de bienes gananciales -y al casarse, ninguno de los dos tenía un penique ni habían firmado ningún contrato prematrimonial-, Peter no había querido saber nada del dinero ganado por Tanya. No había sido avaricioso ni había planteado exigencias económicas. Quería marcharse lo antes posible para estar con Alice. Tanya no sabía si tenían planeado casarse ni, de ser así, cuándo sería el enlace.
– ¿Por qué lo preguntas? -inquirió Tanya sin ocultar su sorpresa.
Aunque Tanya sentía que Douglas disfrutaba inmensamente de su compañía, no acababa de sentirse realmente cortejada y no le parecía que estuviera enamorado de ella. Era evidente que en aquellos momentos ambos estaban satisfechos con la situación: cada uno hacía su vida y, al mismo tiempo, se hacían compañía el uno al otro. Douglas no presionaba a Tanya, no la incomodaba ni buscaba sus favores sexuales. Eran dos colegas de profesión que azarosa y afortunadamente se habían hecho amigos, con algo de esfuerzo por parte de él y buena voluntad por parte de ella. En aquel momento de la vida de Tanya, era perfecto. Douglas sabía que una persecución más vehemente por su parte podía asustar a Tanya. El productor era suficientemente sensible para percibir que todavía no había superado su separación y que, probablemente, tardaría mucho tiempo en hacerlo. Ella había amado profundamente a su marido, aunque, al final, este había demostrado no ser merecedor de ese amor.