Douglas se había hecho en varias ocasiones la pregunta que ella le planteaba y la respuesta siempre había sido negativa. Al igual que Tanya, no veía razón alguna para volver a casarse. De vez en cuando sentía la tentación, pero se le pasaba enseguida. No era un candidato a pasar por la vicaría.
– No lo sé -contestó con cautela y midiendo cada una de sus palabras, sin dejar de echar el humo de su habano-. Creo que tienes razón. A nuestra edad no hay razones de peso para casarse. Bueno, tú eres mucho más joven que yo. Si no me equivoco, yo te saco doce años. A mi edad, todo se ve desde otro prisma. Es verdad que en ocasiones me descubro meditando sobre la soledad y llego a la conclusión de que no me gustaría terminar mi vida solo. Pero no me apetece cargar con una mujer joven y exigente que me dé la lata con liftings e implantes, o me pida un coche nuevo cada dos por tres, diamantes y abrigos de piel. No es por los caprichos en sí, pero no quiero tener que soportar a una mujer cara y pesada durante treinta años para asegurarme una compañera en la vejez. ¿Y si me atropella un autobús a los sesenta? No habría servido de nada.
Douglas miró a Tanya con una sonrisa y, sin dejar de fumar lánguidamente, continuó:
– Creo que no soy lo suficientemente viejo para volver a casarme, debería esperar a los setenta y cinco o a los ochenta, cuando esté hecho un asco. Claro, que entonces ya no encontraré a una buena chica. Me temo que lo del matrimonio es un problema a cualquier edad. No me quita el sueño, pero no he dado con la solución perfecta ni tampoco con la persona con la que quiera compartir mi vida, así que sigo como estoy. Has sufrido una dura experiencia, Tanya, así que entiendo que tengas miedo de que vuelvan a hacerte daño.
Douglas confiaba en estar ayudando a Tanya a salir adelante. A pesar de que había sentido una profunda lástima por lo que le había ocurrido, percibía que se las estaba arreglando bastante bien. Además, le gustaba conocerla más profundamente, y nunca le decepcionaba. Se había sentido atraído por la guionista desde el primer día, pero nunca hubiera creído que pudiera disfrutar tanto de su compañía ni que pudieran llevarse tan bien.
– Si te casaras de nuevo, Tanya, ¿qué le pedirías al matrimonio? -insistió Douglas con aire pensativo.
Era curioso que estuvieran manteniendo esa conversación, teniendo en cuenta que ninguno de los dos quería volver a casarse, ni entre ellos ni con nadie más.
– Querría lo que tenía antes, o lo que creía tener -respondió Tanya después de un momento de vacilación-. Alguien a quien amar y en quien confiar, una persona con la que me sintiese a gusto, con los mismos, o similares, intereses que yo. Alguien a quien pudiera respetar y admirar y que sintiera lo mismo por mí. En resumen, un amigo íntimo pero con un anillo en el dedo corazón.
Al hablar había recordado todo lo que había perdido y su rostro se tiñó de triste/a. Había sido una inmensa pérdida, ya que Peter, además de su marido, había sido su mejor amigo. Peor aún, no sentía que le hubiera perdido sino que se lo habían robado.
– No es muy romántico -comentó Douglas-. Me gusta. El amor pasional y juvenil dura aproximadamente cinco minutos y después conduce irremediablemente al caos, lo que más odio. Soy un amante del orden.
Era algo tan evidente que Tanya no pudo evitar sonreír. No había visto jamás a Douglas despeinado, su aspecto era siempre impecable e inmaculado y, en lo referente a su casa, parecía que acabaran de salir por la puerta el arquitecto y el interiorista y que Architectural Digest fuera a entrar para hacer un reportaje. Aquella pulcritud obsesiva podía resultar irritante para muchas personas, pero Tanya la consideraba agradable y cómoda. Era un indicador de que todo estaba en perfecto orden y bajo control. Toda su vida estaba bajo control y Tanya no se caracterizaba precisamente por su afición al desorden y el caos.
Douglas era un apasionado amante de la meticulosidad y de la organización; esa era una de las razones por las que no había querido tener hijos. Según él, conllevaban tener que batallar con el caos en todo momento. A pesar de que la gente que tenía hijos asegurara que los adoraba y que jamás renunciaría a la experiencia, Douglas no le encontraba atractivo alguno. Si alguna vez pensaba en tener hijos, los veía en rehabilitación, en un accidente de coche, llorando toda la noche, pintando el sofá o dejando galletas o crema de cacahuete por la casa. La inevitable histeria que provocaban los niños no iba con él y, solo de pensarlo, le embargaba una tremenda ansiedad.
Podía llegar a admirar a la gente que se arriesgaba a tener hijos, pero jamás había sentido ninguna necesidad de convertirse en padre, y seguía sintiendo lo mismo. No podría amar a una mujer en cuyos planes vitales entrasen los niños, ni tan siquiera sería capaz de pasar mucho tiempo con ella. Para él, su vida ya estaba suficientemente llena de responsabilidades y quebraderos de cabeza, como los que sufría gracias al nutrido grupo de actores inmaduros y descontrolados con los que trabajaba.
– Por lo visto, ninguno de los dos va a ir corriendo al altar, ¿verdad, Tanya? -comentó con una sonrisa mientras apuraba el puro.
– Me parece que no es algo que entre en mis planes inmediatos -contestó Tanya riéndose. Después, añadió-: Ni siquiera estoy divorciada todavía.
Lo estaría en unas semanas.
Douglas, sin ganas ni prisas por casarse de nuevo, era la compañía perfecta. Sobre todo el domingo. Hasta cierto punto, los domingos actuaban como si estuvieran casados, solo que no compartían ni sexo ni arrumacos. Douglas nunca la besaba, ni la abrazaba ni la cogía siquiera por el hombro.
Douglas y Tanya se limitaban a relajarse el uno junto al otro, observando la vida y el mundo desde sus respectivas perspectivas. Eran dos observadores inteligentes con un asiento de primera fila en la vida, unidos sin compromiso. En aquellos momentos, Tanya no quería nada más.
Más tarde, y siguiendo su costumbre, Douglas estuvo tocando el piano durante dos horas. Tanya se quedó tumbada junto a la piscina escuchándole, soñadora. Era un día cálido y hermoso, como la música. Junto a Douglas, la vida parecía fácil y cómoda y, por una inexplicable razón, Tanya se sentía segura junto a él. Era lo que necesitaba en aquella época de su vida: seguridad y paz. Había tenido incertidumbre y miedo más que suficientes durante aquellos últimos meses, por lo que valoraba y apreciaba increíblemente la sensación de cobijo y seguridad que le aportaba Douglas. En cuanto a él, Tanya le ofrecía una compañía inteligente sin exigencias emocionales, lo que siempre había deseado.
Capítulo 16
El rodaje de Gone duró todo el mes de noviembre. La directora mantenía un ritmo de trabajo intenso y continuado y una elevada tensión en el plató, pero con su actitud logró una entrega total por parte de los actores. El resultado de ello fue una interpretación brillante, algo que nadie recordaba haber presenciado en mucho tiempo. La satisfacción de Douglas -particularmente con el guión de Tanya- era completa. Tanto el productor como la directora se deshacían en halagos hacia el trabajo de la guionista, que no dejaba de pulir y perfeccionar el guión constantemente.
La semana anterior a la celebración de Acción de Gracias, Douglas y Tanya asistieron a la première de la película que habían rodado el año anterior, Mantra. Aunque a Tanya le habría gustado que la acompañaran sus hijos, tanto Jason como las mellizas estaban en plenos exámenes de mitad de trimestre y no pudieron asistir al acto. Los dos actores protagonistas, Jean Amber y Ned Bright, asistieron por separado y no se dirigieron la palabra. Después de su apasionado romance, aquella hostilidad era el ejemplo perfecto de cuán impredecibles eran los más tórridos amoríos en Hollywood y cómo se desvanecían casi antes de empezar, tal como peyorativamente solía comentar Douglas. Para Tanya -que no era precisamente una defensora de ese tipo de romances-