era una forma agotadora de relacionarse y, sobre todo, demasiado breve.
La première de Mantra fue tan glamourosa como su reparto -estaban todos los nombres importantes del gremio-, y después se celebró una fiesta en el Regent Beverly Wilshire. Tanya se había comprado un hermoso vestido de noche de satén negro y cuando entró en la fiesta del brazo de Douglas -mientras los flashes de los fotógrafos la deslumbraban- su aspecto era impresionante. Douglas, por su parte, se sentía enormemente orgulloso. Tanya estuvo conversando afablemente con Max, el cual, sin Harry y con un esmoquin arrugado de alquiler, daba una sensación de completo desamparo. Max le comentó que se hablaba muy bien de la nueva película en la que Tanya estaba trabajando y también le hizo saber que Douglas confiaba en obtener un Oscar con Mantra y, por supuesto, con Gone, más adelante.
– A lo mejor tú consigues uno también, Tanya -la animó Max con una amable sonrisa.
En ese momento apareció Douglas, que volvía de hacerse la sesión de fotos con las dos estrellas.
– Dios mío, algún día estos dos se matarán entre sí.
Durante la sesión fotográfica, Douglas se había situado entre Ned y Jean y había tenido que soportar que se lanzaran insultos entre dientes, mientras sonreían a las cámaras. Nadie, excepto el productor, los había oído.
– Ay, los amores de juventud… Siempre tan apasionados… -dijo Max sabiamente con una amplia sonrisa.
– ¿Cómo está Harry? -preguntó Tanya.
– Tenía el esmoquin en la tintorería así que no ha podido venir -bromeó Max, encantado de que le preguntaran por su compañero-. De todos modos, hoy le tocaba noche de bolos.
Para Max, Harry no solo era su mejor amigo, sino también una especie de álter ego. Así que cualquiera que quisiera o demostrara interés por el perro, se ganaba la amistad de Max para siempre.
– Salúdale de mi parte y dile que le echo de menos -comentó Tanya.
– ¿Irás a casa para Acción de Gracias? -preguntó él.
Tanya asintió. Hacía varias semanas que no veía a sus hijos, ni siquiera a Molly. La película le había ocupado todo el tiempo y habían trabajado hasta los sábados por la noche. Los domingos solía pasarlos con Douglas, una cita semanal que ninguno de los dos quería sacrificar. Por otro lado, Molly siempre estaba haciendo planes con sus amigos. Así que Tanya tenía muchas ganas de reunirse con sus hijos en Marin. Sin embargo, este año iba a tener que compartirles con Peter y Alice. Ella estaría con los chicos el día de Acción de Gracias, y la noche del viernes ellos se trasladarían a la nueva casa de Alice, donde vivía ahora Peter. El sábado, los tres querían reunirse con sus amigos. Tanya tenía pensado coger un vuelo el miércoles por la noche con Molly. Jason y Megan viajarían en coche desde Santa Bárbara. A pesar de la ilusión que sentía Tanya por volver a estar con su familia, no lo hablaba con Douglas. Cada vez que mencionaba a sus hijos, al productor se le helaba la sonrisa.
– ¿Y tú? -preguntó Max a Douglas como buenos amigos que eran-. ¿Este año también te zamparás algunos bebés en lugar del pavo?
Douglas no pudo evitar echarse a reír.
– Si le cuentas mis secretos, Tanya se llevará muy mala impresión de mí -bromeó Douglas simulando enfadarse.
Max se encogió de hombros y comentó con una sonrisa maliciosa:
– Será mejor que sepa para quién trabaja.
Unos minutos más tarde, Max se alejó para saludar a unos conocidos y Douglas y Tanya comentaron lo mucho que les gustaba el director y lo buen amigo que era.
– Le conozco desde que llegué a Hollywood -dijo Douglas-. No ha cambiado en absoluto. Cuando era joven, tenía el mismo aspecto. Su trabajo es cada día más impresionante, pero él sigue siendo un tipo decente y normal.
– Cuando mi matrimonio se vino abajo, fue muy amable conmigo -reconoció Tanya.
Al cabo de un rato, Douglas y Tanya desandaron el camino por la alfombra roja y, discretamente, abandonaron la fiesta. Según Douglas, ya habían cumplido. Fueron hasta el hotel de Tanya en el Bentley del productor y al llegar, como a ninguno de los dos les apetecía ir al Polo Lounge, Tanya le invitó a tomar una copa en su bungalow, que ya era su hogar.
Douglas solía tomarle el pelo recomendándole que comprara el bungalow, ya que ahora se había convertido en parte de ella. Tanya, realmente, lo había hecho suyo: había movido los muebles para que la distribución fuera más de su gusto y había traído el edredón de Marin, que había colocado en la cama de la habitación de los chicos. El bungalow entero estaba repleto de fotos familiares en marcos de plata y en cada habitación había un ramo de orquídeas. En conjunto, era un espacio muy acogedor.
– Me encantaría -respondió Douglas a la invitación de Tanya.
Entregó las llaves del coche al portero del hotel y acompañó a Tanya por el camino que conducía al bungalow 2. Aunque ninguno de los dos quería darle demasiada importancia ni quería atribuirle ningún significado, lo cierto era que últimamente se estaban viendo muchísimo, tanto en el plató como por las noches. Quedaban un par de veces por semana para una cena informal, bien fuera del hotel bien en el bungalow, donde solían llevar comida de algún restaurante de la ciudad. Además, asistían a fiestas o eventos a los que Douglas estaba invitado y cada noche -aunque fuera por cuestiones de trabajo- hablaban por teléfono. Por último, estaba el ritual sagrado del domingo en la piscina de Douglas. En realidad, se pasaban el día juntos.
Tanya le sirvió un vaso de vino -guardaba una botella del vino preferido de Douglas en la nevera- y este se sentó relajadamente en una de las cómodas sillas del bungalow.
– Estás preciosa esta noche, Tanya -comentó después de estirar las piernas y contemplarla con admiración.
Tanya sonrió y contestó:
– Gracias, Douglas. Tú también estás muy guapo.
Tanya siempre se sentía orgullosa de ir del brazo del productor y la halagaba acompañarle. A veces, todavía tenía la sensación de ser una recién llegada. Le ocurría, sobre todo, cuando se encontraba rodeada de mujeres operadas, atiborradas de colágeno o de Botox, con unos pechos de extraordinaria firmeza fruto del bisturí y con cuerpos propios de chicas de un cabaret de Las Vegas o enfundadas en vestidos que Tanya jamás podría llevar. Comparada con ese tipo de mujeres, Tanya se parecía más bien a Grace Kelly, con un estilo elegante, dulce y natural, lo que sin duda era más del agrado de Douglas. El productor llevaba ya muchos años rodeado de mujeres despampanantes y le eran bastante indiferentes. No se sentía atraído por los implantes, las narices operadas o el pelo teñido.
– ¿Qué harás para Acción de Gracias? -preguntó ella.
Douglas ya no tenía familia directa y, de pronto, Tanya sintió preocupación por que estuviera solo durante las vacaciones. Sin embargo, sabía que para Douglas podía ser una pesadilla pasar esos días con ella y sus hijos en Marin y, probablemente, haría que también para ellos lo fuese.
– Estaré con unos amigos en Palm Springs. Nada muy excitante, pero serán unos días tranquilos, que es lo que me hace falta.
Habían sido semanas de duro trabajo y tanto Douglas como Tanya, así como el resto del equipo, estaban exhaustos. Sin embargo, aquella noche no parecían cansados. Tanya estaba radiante y era evidente que Douglas estaba de muy buen humor y feliz de estar en su compañía.
– Estaba pensando en invitarte a Marin, pero supongo que para ti sería peor que una condena a muerte -dijo sonriendo.