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Cuando Peter la dejó, creyó que todas aquellas emociones habían muerto en ella, pero descubría que estaban completamente vivas. Poco a poco, se daba cuenta de que sentía una poderosa atracción por Douglas. Había en él algo muy sensual y masculino que la dejaba sin aliento.

Un poco más tarde, se dirigieron al dormitorio, donde la cama estaba perfectamente hecha. Douglas apagó las luces y Tanya apartó las sábanas. Se desnudaron sonriéndose el uno al otro en medio de la penumbra. Se conocían tanto que no tenían la sensación de ser amantes por primera vez. Era como si fuesen dos personas que estaban a gusto la una con la otra y que ahora añadían una faceta más a su relación. Tanya estaba maravillada por sentirse tan cómoda y tan deseosa de compartir su pasión y su amor con él. Disfrutaron de un sexo extraordinario y antes de que Douglas se marchara, a las dos de la mañana, volvieron a hacer el amor. Había sido una noche formidable, llena de pasión. Douglas era un amante experimentado y atento que se preocupaba de darle placer. Tanya tenía la sensación de que Douglas siempre estaba planeando y pensando, pero todo iba dirigido a darle placer y hacerla feliz. Tanya ya no sentía ningún miedo ante aquella nueva relación que había nacido entre ellos.

– Sabía que iba a ser así -dijo él con dulzura dándole un beso antes de marcharse-. Me habría gustado haberlo hecho hace mucho tiempo. Siento haber esperado tanto.

Ella se echó a reír y le dio un beso en el cuello. Ambos sabían que si hubiese sucedido antes, habría sido un error. La espera de Douglas había sido inteligente, porque aquel era el momento adecuado. Tanya estaba a punto para él, a punto para intentarlo, para comenzar. Aunque era un desafío no pensar en Peter y en los años compartidos con su marido. Se le hacía muy extraño estar en la cama con otra persona. Pero al final de aquella noche sentía que un profundo lazo la unía a Douglas y que juntos habían dado un paso para entrar en un mundo totalmente nuevo.

Antes de marcharse, Douglas la besó de nuevo apasionadamente. Cuando llegó a casa la llamó para decirle cuánto la amaba y cuánto la echaba de menos. Tanya no dejaba de repetirse lo afortunada que era. Sin embargo, tumbada sola en la cama, por un brevísimo instante, se dio cuenta de que echaba de menos a Peter y los ojos se le humedecieron. El sexo con Douglas había sido maravilloso y era un amante cuidadoso, atento y con una experiencia indudable. Pero en algunos instantes, cortos, repentinos y pasajeros, Tanya había echado de menos el olor y el tacto familiar de Peter. Era duro dejar atrás veinte años de vida en común, pero aquella noche había comenzado un nuevo capítulo y Tanya sentía que la fuerza de lo que había comenzado junto a Douglas la arrastraba.

Después de aquel día, Douglas y Tanya siguieron viéndose a menudo. Él iba al hotel prácticamente cada noche. Hacían el amor, leían las notas del guión juntos, hablaban de la película, pedían la cena al servicio de habitaciones o, de vez en cuando, salían a cenar. Tanya se sentía feliz y cómoda con él y en el plató trabajaban como locos. Intentaban que su relación no saliera a la luz y lo llevaban discretamente, pero de vez en cuando intercambiaban una mirada que hasta un ciego habría sabido interpretar. Los sentimientos entre ellos se iban estabilizando y Tanya sentía que ella también se estaba enamorando. Douglas repetía sin cesar que era un hombre afortunado.

Sin embargo, todavía no había conocido a sus hijos y Tanya se había dado cuenta de que cada vez que uno de ellos la llamaba, el productor se ponía nervioso, algo que la inquietaba. Se alegraba de haber decidido pasar unos días a solas con él en el barco, porque era consciente de que la relación con los chicos llevaría cierto tiempo. Aquel viaje podía ser un buen comienzo. El caso era que, como pareja, a Douglas y a Tanya les iba de maravilla. Douglas le había devuelto la fe en la vida y su autoestima mejoraba después de haber sido severamente dañada.

Aquel mes, el rodaje fue una auténtica locura. Tanya no pudo regresar a casa hasta el 23 de diciembre, el mismo día en el que llegaban sus hijos. Así que no tuvo tiempo para abrir la casa, ventilarla y limpiarla. Había un servicio de limpieza que se ocupaba de la vivienda una vez por semana, pero no era lo mismo.

Douglas se trasladó a St. Bart's el mismo día que Tanya volaba a San Francisco. Aquella noche fue muy ajetreada: llegaron sus hijos y aparecieron unos amigos. Pero al día siguiente, cuando los tres se marcharon a pasar la Nochebuena con Peter y Alice, la casa se quedó en un silencio sepulcral. Se le hacía duro tener que compartirlos. Tanya fue a la misa del gallo sola y al volver a casa se sintió muy triste. Era demasiado tarde para llamar a Douglas al barco, así que se quedó sentada en el salón mucho rato recordando la época en la que los niños eran pequeños, cuando todos eran tan felices. Hubo un momento en el que deseó llamar a Peter para desearle feliz Navidad pero sabía que no podía. Era demasiado tarde, o quizá demasiado pronto. Se hallaban en ese período indefinido en el que todo era demasiado reciente y las heridas todavía estaban abiertas.

Fue un alivio cuando los chicos volvieron a la mañana siguiente. Intercambiaron regalos, comieron y acabaron de hacer las maletas aquella noche para el viaje a St. Bart's. Saldrían muy temprano a la mañana siguiente, así que Megan volvió a casa de Peter después de cenar. Jason y Molly estaban entusiasmados.

– ¿Estás segura de que no has cambiado de opinión? -preguntó Tanya a Megan antes de que se marchara.

Su hija negó con la cabeza. Terca hasta el final. No tenía ningún problema en estar con Alice y seguía culpando a su madre del divorcio.

Los tres viajeros salieron rumbo al Caribe a las seis de la mañana. Antes de las siete ya estaban en el aeropuerto y el jet de Douglas despegó a las ocho. Se dirigieron hacia Miami y antes de la una, las cuatro de la tarde en el lugar de destino, ya habían llegado. Llenaron el depósito y una hora más tarde despegaron de nuevo. Tanya, Molly y Jason habían tenido tiempo de estirar las piernas durante media hora en el aeropuerto. Llegaron a su destino a las ocho de la tarde según el horario de Miami, las nueve en St. Bart's. En el aeropuerto les esperaban tres hombres de la tripulación de Douglas. Llevaban ya once horas de viaje, y de no ser por el jet privado de Douglas, jamás habrían podido cubrir aquel recorrido en una sola jornada. Los chicos se quedaron impresionados al ver los elegantes uniformes marineros de la tripulación con el nombre del yate -Réve, sueño en francés- inscrito en ellos.

Tanya se sentía como si estuviera en un sueño. Aunque había visto fotos del yate en casa de Douglas, no tenía ni idea de cómo sería una embarcación de sesenta metros de eslora; cuando lo vieron les pareció que estaban delante de un transatlántico. Jamás habían visto un yate tan grande. Réve era el más impresionante de todo el puerto y estaba iluminado profusa y alegremente. Se fijaron en que en el muelle había varias tiendas pequeñas.

Douglas estaba esperándoles en cubierta y les saludó con la mano cuando les vio bajar del taxi cargados de maletas. Llevaba unos vaqueros blancos y una camiseta; iba descalzo y estaba morenísimo. Cuando Tanya vio cómo se le iluminaba el rostro, suspiró aliviada. Era buena señal. Los chicos miraban el yate, maravillados. Tanya habría hecho lo mismo pero su mirada estaba centrada en Douglas. Era evidente que ambos estaban emocionados de verse. Tanya pensó que iban a pasar unas vacaciones estupendas. Finalmente estaba empezando a sentirse parte de él y los lazos que les unían comenzaban a fortalecerse.

La tripulación -que les estaba aguardando en cubierta- recibió a Tanya y a los chicos. Una azafata acompañó a Molly y a Jason a sus camarotes, que se encontraban en una cubierta inferior, y Tanya subió la escalera que conducía a la cubierta adyacente donde se encontraba Douglas. Sin mediar palabra, el productor rodeó a Tanya con los brazos y la besó, mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho llena de felicidad. Empezaba a sentirse muy unida a Douglas y sus sentimientos hacia él eran cada vez más sólidos. Estaba contenta de verle, sobre todo en aquel paraje tan exótico y romántico. No había lugar mejor para el encuentro entre Douglas y sus hijos.